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Bernardo Arévalo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El inicio de la primavera democrática en Guatemala está, por ahora, bloqueado

Arévalo y su partido están aprendiendo a nadar entre tiburones. Sus primeros movimientos han sido entre tentativos y erráticos, y el esperado verde primaveral parece adoptar un gris sospechoso por la permanencia de los cuadros que sirvieron al Pacto

Bernardo Arévalo
Bernardo Arévalo, presidente de Guatemala, durante una entrevista en la capital guatemalteca.CRISTINA CHIQUIN (Reuters)

¿Cuáles fueron las tareas estratégicas de los presidentes rupturistas del siglo XX? Para Juan José Arévalo (1945-51) fue poner a Guatemala al día con las exigencias del siglo XX: decreto salarial en el campo, educación liberal extendida y seguridad social en pleno auge del Estado de bienestar y en un marco de libertades civiles, aunque en los linderos de una fatídica Guerra Fría para los reformistas. Vinicio Cerezo (1986-91) solfeó el arranque de la actual ola democrática resguardando su procedimiento básico (el voto popular), tras la pesada carga del holocausto militarista, en la víspera de la implosión del comunismo, pero bajo la nueva hegemonía neoliberal que bloqueó el ascensor social de las clases medias y erosionó penosamente los pilares de la política democrática y la institucionalidad.

¿Cuál será la tarea central de Bernardo Arévalo, quien lleva apenas cinco semanas en el ejercicio del poder, después de sortear el asfixiante asedio del Pacto de Corruptos? En su campaña, Arévalo hijo ondeó la bandera de la “nueva primavera democrática”, evocación romántica pero sugestiva que finalmente convocó el respaldo intergeneracional en las ciudades y el campo. Y es que la Revolución de Octubre (1944-1954) -malograda por una conspiración violenta de terratenientes, políticos y religiosos anticomunistas, conducidos por la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA)- quedó grabada en la memoria de muchos guatemaltecos como “los diez años de primavera, en el país de la eterna dictadura”.

Los signos de época en que le tocará gobernar (2024-2028) al líder del Movimiento Semilla son complejos e inciertos. El descrédito generalizado de la democracia liberal como fórmula para facilitar seguridad y bienestar; la marea de populismos rabiosos enfilados decididamente hacia la instauración de neodictaduras que toman alas sobre aseveraciones tan simples como falsas, negacionistas del cambio climático y alérgicos al reconocimiento de las identidades, a la vez que extienden la alfombra roja a los ejércitos en ámbitos que les son ajenos; los muros y la xenofobia alérgica ante las caudalosas migraciones sin gobernanza.

El mundo está ahora demasiado desorganizado en su reacomodo para detenerse en guerras de trincheras por la democracia, al menos en América Latina; sin embargo la democracia guatemalteca fue milagrosamente rescatada por una sinergia inédita entre pueblos indígenas y comunidad internacional. Ahora el protagonismo le corresponde a Arévalo y su partido, que está aprendiendo a nadar entre tiburones. Sus primeros movimientos han sido entre tentativos y erráticos, y el esperado verde primaveral parece adoptar precozmente un gris sospechoso por la permanencia de los cuadros de segunda y tercera fila que sirvieron al Pacto. Son la “puerta giratoria” de la burocracia que describí en los escenarios para el primer año de este Gobierno.

El signo de época para el presidente Arévalo tiene nombre: crisis de construcción del Estado de derecho, un problema estructural que emergió en 2015, coincidentemente cuando los fundadores del Movimiento Semilla soñaban con edificar un proyecto político reformista de larga maduración con su mentor, Edelberto Torres-Rivas (1930-2018), el más sobresaliente sociólogo centroamericano de la última centuria. Entonces, la CICIG (Comisión Internacional de Contra la Impunidad de Guatemala) y los fiscales del Ministerio Público removieron como nunca las raíces de la corrupción y la impunidad. Ofrecieron un inesperado tanque de oxígeno a la ya cansina democracia que inauguró Vinicio Cerezo tres décadas antes; e ilusionaron al país entero, que se movilizó de manera ferviente.

La disputa por el Estado de derecho es la madre de las batallas de la democracia. El Pacto de Corruptos lo sabe, pues dominarlo explica su opíparo enriquecimiento ilícito impune, aunque también la desfachatez fue la ventana de su derrota inesperada en las urnas en 2023. Pero no ceja. Ahora ataca mediante una sutil operación de pinzas. La fiscal general Consuelo Porras continúa a tambor batiente en su rol de Torquemada y sus aliados en el sistema judicial aprietan la criminalización contra la disidencia. Los agentes grises en el Congreso y la burocracia de la “puerta giratoria” en el obierno central hacen las veces de la mítica Medusa: pueden convertir en piedra política al reformista seducido por sus tentadores ojos que invitan a la corrupción. Remover a la señora Torquemada será la primera tarea estratégica del presidente Arévalo. De lo contrario, la primavera democrática se podría echar a perder antes de germinar.

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