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En colaboración conCAF

Un satélite argentino será parte de Artemis 2, la misión que vuelve a llevar al ser humano a la Luna

Es el único desarrollo latinoamericano elegido por la NASA para esta nueva hazaña; un hito para el país en un contexto de desfinanciamiento del sistema científico

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Tras más de 50 años, el ser humano regresará a la Luna en una misión de la NASA, y un satélite fabricado en Argentina será parte de la hazaña espacial. Se llama Atenea y fue desarrollado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) junto con tres universidades públicas, dos institutos de investigación y una empresa. Es el único satélite latinoamericano elegido para integrar Artemis 2, cuyo lanzamiento está previsto para febrero de 2026.

“El objetivo es probar tecnología desarrollada íntegramente en Argentina, en una órbita bastante particular, con condiciones que no son usuales para satélites chicos como este”, cuenta Ramón López La Valle, investigador de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) e integrante del proyecto.

Atenea es un microsatélite de 30 x 20 centímetros que será puesto en órbita antes del acercamiento lunar. Busca probar y validar tecnologías críticas para futuras misiones espaciales, relacionadas con medir dosis de radiación solar, testear diversos sensores y evaluar enlaces de comunicación de largo alcance.

Hace dos años, la NASA invitó a diversos países a postular satélites y los seleccionados fueron de Argentina, Alemania, Corea del Sur y Arabia Saudita. “Argentina tiene su trayectoria en el sector espacial, por eso fuimos convocados”, dice Juan Pablo Cuesta González, investigador de Conae y líder del proyecto Atenea. La agencia espacial nacional ha trabajado con la NASA en otras misiones satelitales como el SAC-D/Aquarius, lanzado en 2011 para medir la salinidad de los océanos.

Que el satélite haya sido elegido es un logro que cobra más relevancia en el contexto de desfinanciamiento que atraviesa la ciencia argentina. Desde que asumió el Gobierno de Javier Milei, en diciembre de 2023, el sector sufrió la pérdida de más de 4.000 puestos de trabajo, el vaciamiento de institutos de investigación y un fuerte recorte del presupuesto, que hace que cada vez más científicos deban trabajar de otra cosa o irse del país para seguir haciendo ciencia.

Armando el rompecabezas satelital

La misión Artemis 2 llevará como tripulantes a cuatro astronautas, entre ellos Christina Koch, la primera mujer en viajar a la Luna. Si bien solo será un vuelo orbital, se espera que durante la misión posterior, Artemis 3, los astronautas pisen suelo lunar.

El desarrollo del satélite argentino es coordinado por la Conae y forma parte del programa Sare (Sistema de Alta Revisita). “Son satélites de bajo costo y rápida producción, que buscan hacer más accesibles los costos de lanzamiento”, señala Cuesta González.

Aparte de la UNLP, el rompecabezas satelital se armó gracias al trabajo de equipos de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Instituto Argentino de Radioastronomía (IAR) y la empresa argentina aeroespacial VENG.

El diseño de la plataforma o cuerpo del satélite estuvo a cargo de la Facultad de Ingeniería de la UNLP: el grupo del Centro Tecnológico Aeroespacial (CTA) se enfocó en la parte estructural y en lograr que todos los subsistemas se vinculen de forma correcta; y el grupo de Sistemas Electrónicos de Navegación y Telecomunicaciones (SENyT) desarrolló la computadora de a bordo, el cerebro del satélite-, el sistema de comunicaciones y un receptor de GPS (una de sus dos cargas útiles).

“Algo muy interesante es que estará en una órbita elíptica: por momentos va a estar cerca de la Tierra y por momentos va a estar muy lejos, a 70.000 kilómetros de distancia, el doble de lo que llega un satélite geoestacionario. Poder establecer una comunicación confiable a esa distancia será todo un desafío”, indica López La Valle, de la UNLP.

En tanto, la UNSAM trabajó en la segunda carga útil: sensores fotomultiplicadores de silicio, que funcionan de forma similar a una cámara estenopeica, que forman imágenes con la luz que entra por un orificio. “Es una óptica que tiene un agujero que permite capturar luz. Nosotros lo estamos pensando para usar como tecnología de comunicación por luz visible”, comenta el investigador Gabriel Sanca sobre los “ojos” del satélite.

Por su parte, docentes y estudiantes de la Facultad de Ingeniería de la UBA desarrollaron el sistema de carga de baterías, que consiste en una placa que la NASA conectará antes del lanzamiento. “Una vez que termine la carga, el sistema iniciará un proceso especial de apagado porque, al ser una misión tripulada, no puede ir nada prendido”, cuenta Fernando Filippetti, integrante del equipo Astar Aeroespacial.

“Despertando” al satélite

Hernán Socolovsky tenía 12 años cuando escribió una carta a la NASA: “Soy de Argentina y estoy muy interesado en saber todo sobre la Luna”. No solo recibió una foto firmada por un astronauta, sino que le devolvieron su carta, que guardó como un tesoro. Veinte años después, trabajó en la confección de los paneles solares del SAC-D y viajó a la NASA. “Cada vez que fui a un lanzamiento, llevé la cartita conmigo”, cuenta, mientras muestra un papel amarillento en su oficina del Departamento de Energía Solar (DES) de la CNEA, en Buenos Aires.

Es el único lugar del país donde se desarrollan paneles solares de uso espacial. Allí también se hicieron los paneles para los SAOCOM 1A y 1B, y están trabajando en los del SABIA-Mar, un proyecto conjunto con Brasil para estudiar los recursos marítimos de la región. Un panel solar espacial tiene la importante misión de “alimentar” al satélite con la energía que necesita durante su vida útil. Son similares a los de uso terrestre, pero tienen el doble de eficiencia y materiales mucho más resistentes.

Por su parte, en el IAR se realizaron los ensayos de las antenas del satélite. Utilizaron una cámara anecoica, que simula las condiciones del espacio. “Es un lugar donde no hay eco electromagnético. Entonces se transmite una señal y se garantiza que eso sea lo único que el satélite recibe”, explica Martín Salibe, investigador del IAR.

En tanto, el equipo de VENG se encargó de fabricar todo el cableado que Atenea necesita para el vuelo y para sus pruebas funcionales antes del lanzamiento. “Estamos acostumbrados a fabricar cables y placas para satélites más grandes, que necesitan durar más tiempo en el espacio, así que fue un gran desafío adaptar el cableado a lo que un CubeSat necesita”, cuenta Nicolás Balbi, integrante de VENG.

Con satélites en el espacio y salarios por el piso

El desarrollo de tecnología satelital requiere una inversión sostenida a largo plazo. En Argentina, el presupuesto para ciencia fluctúa según el gobierno de turno y, si bien el Plan Espacial Nacional impulsado en 1994 por la Conae ha logrado enviar satélites al espacio, los contextos de crisis -como el que atraviesa el sistema científico con el Gobierno de Milei- afecta el avance de los proyectos.

“Hay un montón de cosas que podríamos haber hecho mejor con más recursos, pero a veces tenemos que resolver algunas cuestiones con ingenio y resiliencia”, reflexiona Sanca. Por su parte, Filippetti remarca que el salario de docentes e investigadores de universidades públicas perdió mucho poder adquisitivo e hizo que muchos renuncien. “Por más que tengan vocación, si no pueden llegar a fin de mes, tienen que buscar otro trabajo”, señala.

También lidian con problemas de infraestructura y equipos obsoletos que, si se rompen, no se pueden arreglar. “Trabajar en un proyecto como Atena, que despierta el interés de la gente, permite visualizar la importancia de invertir en ciencia. Pero hay que aclarar que esto es la suma de mucha investigación básica, que son pequeños granitos de arena que hacen que después se pueda viajar a la Luna”, sostiene Filippetti.

Además, desarrollar tecnología espacial produce un derrame de conocimiento hacia aplicaciones terrestres. Salibe cuenta que, con el know-how que obtuvieron de la fabricación de cámaras infrarrojas para el SAC-D, pudieron fabricar etilómetros para medir la alcoholemia en controles viales. “El SAC-D tenía una tasa de retorno de 10.000 a 1. Eso quiere decir que, por cada dólar invertido en ese satélite, la Argentina se ahorró 10.000 en otras cosas”, explica.

Se acerca la cuenta regresiva

Actualmente, Atenea está en su fase final de integración, donde los profesionales del Laboratorio de Integración Electrónica de VENG conectarán todos los subsistemas. Una vez ensamblado, harán los ensayos ambientales en las instalaciones de Conae, donde se someterá al satélite a las condiciones de vibración, temperatura y presión que deberá afrontar durante el lanzamiento y su vida espacial.

“También se harán ensayos de compatibilidad electromagnética para verificar que, desde el punto de radiofrecuencia, el Atenea no interfiera con el lanzador al momento de despegar”, cuenta Balbi. Luego, viajará al Centro Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral. Allí aguardará por el despegue de Artemis 2 y el momento en que sea puesto en órbita, despliegue sus paneles, y comience a transmitir información.

Con esta misión, cada equipo del proyecto Ateneo sumó importantes aprendizajes que seguramente se convertirán en nuevos desarrollos de la industria satelital argentina. “Para nosotros es un hito, porque participar en este tipo de misiones no es algo de todos los días. Y más en el contexto actual”, cerró López La Valle.

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