Francia es porque somos
Márquez vino a hacernos sentir que vale la pena insistir, que no es vana la resistencia del pueblo que no se rinde ¡carajo!
La llegada de Francia Márquez a la vicepresidencia de Colombia es también un triunfo de los procesos y las organizaciones étnico territoriales afros e indígenas de nuestro país. Representa, tal como lo nombra su movimiento, el concepto de Ubuntu: soy porque somos. Ella es porque antes fueron las luchas políticas de nuestros pueblos que, a pesar de la estigmatización, del racismo, las persecuciones, destierros y asesinatos han tenido logros trascendentales que las convierten en referentes de América Latina y el mundo.
Nosotros nos vemos en ella. Los negros sentimos con frecuencia una empatía profunda entre unas y otros, que se traduce en una mirada cómplice, una levantada de cejas o una sutil sonrisa al cruzarnos en una calle cualquiera, en una estación de metro en una ciudad desconocida, aunque no hablemos el mismo idioma ni conozcamos la nacionalidad del otro; quizá porque lo que sí sabemos es que compartimos una raíz.
Es lo que pasa con Francia, que la sentimos nuestra. Por eso la gente de los pueblos afro de Colombia salió masivamente, se rompieron las tasas históricas de abstencionismo y se marcaron diferencias radicales en los porcentajes de votación. Las comunidades se organizaron, alistaron sus botes, sus lanchas, calcularon las distancias y las mareas para llegar a tiempo a votar. Y así nos regalaron algunas de las más bellas imágenes para alimentar la esperanza: el Atrato, la selva al otro lado y un bote repleto de gente sin una sombrilla aunque golpeaba el sol. Las filas para embarcarse, desde el viernes, porque votar ha sido también una oportunidad para volver al pueblo de donde un día, por la guerra, tuvieron que huir. Al menos en el Chocó, el resultado no podría haber sido distinto: 82% por Francia Márquez y Gustavo Petro.
Francia es y se reconoce como una mujer afro, conoce la lucha de su pueblo y llama las cosas por su nombre, por eso en su discurso como vicepresidenta electa expresó sin dudar que llegó el momento de acabar el racismo en Colombia. Su claridad y vehemencia implican que esta carrera sea más dura para ella. No serán días fáciles los que vienen, tal como lo vimos en campaña y a pesar del llamado a la unidad, el racismo está enquistado en nosotros y cualquier salida en falso se la van a cobrar con adjetivo adicional; pero aún así, e incluso aunque no hubiese llegado a la vicepresidencia, ya es mucho lo que hemos ganado, porque con ella se sirvió a la mesa esa discusión aplazada por siglos. Empezamos a desmantelar el mito de la igualdad racial no desde las políticas públicas sino desde la cultura, que es donde más daño nos ha hecho.
Si bien es cierto lo que Francia repite: que son cinco siglos de resistencia, porque con la esclavitud también llegó a América la idea de libertad y no ha habido un solo día en que nuestros ancestros hayan dejado de luchar por ella, me atrevería a decir que son los procesos que datan de mediados del siglo pasado, con sus aprendizajes de la experiencia indígena, la etnización como apuesta política, la raíz en las organizaciones campesinas, lo que desembocó en importantes logros como el reconocimiento de nuestros pueblos en la Constitución de 1991, que con el desarrollo de su artículo transitorio 55 dio lugar a la Ley 70 de 1993, que nos reconoce el derecho a la propiedad sobre los territorios ancestrales. De acá se deriva además la fortaleza de nuestros Consejos Comunitarios y otras organizaciones de base que, a pesar de las tensiones internas y algunos liderazgos cuestionables, han sido fundamentales en la defensa de la tierra, en la construcción de paz y memoria, en el acceso a servicios básicos y en la formación política de nuestras comunidades; lo que les ha permitido jugar roles importantes en otros logros como la Sentencia T-622 que reconoce el río Atrato como sujeto de derechos.
Esta es la escuela de Francia, ella es la alumna ejemplar, hija de lo que conocemos como el proceso de las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras.
No es que su presencia vaya a solucionar la situación de la población afro, raizal, palenquera o indígena en Colombia, mucho menos en un período de cuatro años. Ella tiene además la obligación de demostrar que gobierna para todo un país, sin resentimientos. Pero por fortuna en eso ya tiene camino recorrido, porque fue claro también que Soy Porque Somos recogió a la mayoría de las mujeres de todos los grupos étnicos, de todas las clases sociales y de todas las edades en Colombia, tal como lo hizo con los jóvenes y los grupos LGTBIQ+.
Tendremos que cuestionarla cuando sea necesario, por supuesto, incluso como una forma de demostrar que se puede ser críticos con quienes están en el poder, sin condescendencias, pero sin recurrir al racismo o la misoginia. Que sean los actos lo que se cuestione y no la condición étnica o de género de los gobernantes. Que sea una oportunidad para aprender que incluso en el modo de juzgar también nos falta construir equidad.
Este camino de hablar de racismo, de intentar hacer pedagogía y escribir insistentemente sobre la dura realidad de nuestros pueblos a veces cansa, agota, frustra. La mayoría no entiende o no quiere entender y con frecuencia pasamos a ser los acusados, entonces nuestras letras, nuestros discursos y nuestras luchas parecen patadas de ahogado. Llevamos el peso de tener que argumentar y justificar el doble y a veces sentimos, o siento yo que, aunque estudie mucho, lea, me prepare, escriba y obtenga importantes logros, frente a los ojos de la mayoría no seré más que una mujer negra porque ese ese el lente con el que nos ven: reducidos, estereotipados. Pero hoy, aunque pierda los límites emotivos que con frecuencia me impongo, debo admitir que Francia vino a hacernos sentir que vale la pena insistir, que no es vana la resistencia del pueblo que no se rinde ¡carajo!
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