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ELECCIONES EN COLOMBIA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Quién no cree en las elecciones colombianas

La insatisfacción con la democracia y ser de izquierdas correlaciona con tener más desconfianza en las instituciones electorales, pero el riesgo de un desconocimento del resultado está presente gane quien gane

Una mujer pasa junto a unos carteles de la aspirante a la vicepresidencia Francia Márquez, este jueves en Bogotá (Colombia).
Una mujer pasa junto a unos carteles de la aspirante a la vicepresidencia Francia Márquez, este jueves en Bogotá (Colombia).Mauricio Duenas Castaneda (EFE)
Jorge Galindo

Colombia logró ahuyentar el fantasma del fraude electoral masivo en la primera vuelta de sus elecciones presidenciales. Lo hizo pese a que venía azuzado tanto desde el extremo izquierdo como por parte de la derecha, incluidos dos expresidentes que sembraron dudas sobre las instituciones encargadas. Pero el 29 se votó y el 30 el país no ardió. Los candidatos aceptaron el resultado, los que pasaron a la siguiente vuelta se centraron en su campaña, y los que no, en lamer sus heridas y repartir sus apoyos. Sin embargo, a medida que se acerca el domingo de la segunda vuelta, los temores han vuelto. El empate técnico en que cerraron las encuestas el pasado sábado, según el cual serán uno, dos o tres millones de indecisos los que acabarán decidiendo la elección, favorece el foco en el margen. Una pregunta inevitablemente derivada de este hecho flota en el ambiente: ¿qué pasará si el resultado es muy apretado? Independientemente de lo que digan los líderes, ¿habrá amplias capas de la población que no acepten la derrota de su rival?

Por desgracia, los datos de falta de confianza entre la población colombiana sí justifican este temor: un 85% de la ciudadanía le tiene poca o ninguna a las instituciones electorales nacionales, según una encuesta realizada por EL PAÍS a principios de abril, justamente cuando la conversación sobre la Registraduría (entidad encargada de llevar adelante la parte operativa de los procesos electorales) y su actual cabeza se encontraban en su punto álgido.

Con estos mismos datos, que en realidad situan la confianza en una suerte de termómetro, podemos evaluar cuáles son los factores que incrementan las posiciones más calientes contra estas instituciones. Dos dominan sobre las demás: la insatisfacción con toda la democracia, y la posición ideológica a la izquierda del espectro ideológico.

Resulta imposible con este análisis discernir la dirección de causalidad: ¿la gente en Colombia no cree en las instituciones electorales, encargadas del elemento central del sistema democrático que en teoría otorga el poder a la ciudadanía, porque está insatisfecha con toda la democracia? ¿O la insatisfacción global es producto de la falta de fé en el proceso? Solo se puede decir que ambas van de la mano, de manera muy significativa y con magnitud grande, además: el termómetro de desconfianza se ‘calienta’ en un 36% por cada grado que adquiere el de insatisfacción sistémica.

Igual de relevante es que este mismo vínculo no se produce con la enmienda total a la democracia como opción de gobierno. Ser antidemocrático o no pensar que la democracia es el mejor sistema para manejar un país no correlaciona con desconfiar de la institución electoral. Esto es crucial porque ayuda a enmarcar bien el potencial rechazo a los resultados: no se produciría por una pulsión autoritaria intencionada desde antes.

De la misma forma que es relevante la relación con la ideología de izquierdas: ser de centro-izquierda incrementa en un 11% el calor de la desconfianza institucional; ser de extrema izquierda lo sube más, en un 16%. Pero no tener ideología declarada, normalmente un signo de anti-establishment y falta de vínculo con los procesos básicos de decisión en democracia, no tiene ningún tipo de efecto. Sumado a lo anterior, podemos afinar aún más el marco de la desconfianza: escorado a la izquierda y hacia la insatisfacción con la democracia colombiana, pero no el descreimiento de la capacidad de elegir. En caso de derrota de Petro, por ahí probablemente vendrá el mayor riesgo del desconocimiento de resultados.

Ahora bien, como quedó demostrado en la discusión y el agitamiento previo a la primera vuelta, este riesgo no desaparece si Petro gana. La desconfianza con las instituciones es lo suficientemente transversal, y la voluntad de ‘emprededores políticos’ por la derecha de aprovecharse de ella para crecer apalancados en el deterioro institucional lo suficientemente clara, como para asegurar que el miedo deba ser casi simétrico.

Y aunque el inicio de un eventual desconocimiento no desemboca inevitablemente en la pulsón autoritaria, el final sí podría hacerlo, por cualquiera de los dos lados. Al fin y al cabo, casi todas las crisis más importantes que ha sufrido la democracia, desde las puntuales como en los Estados Unidos el pasado 6 de enero de 2021 con la toma del Congreso hasta las permanentes como la regresión venezolana, se han dado en nombre de la defensa de la democracia con mayúsculas. Si estos datos indican algo es que en Colombia faltan liderazgos interesados por, o al menos dispuestos a, defender (también reformándola para mejorarla) la democracia con mínúsculas, la pequeña, la de los mecanismos específicos que son los que realmente aseguran que al menos mediante el voto las voces sean oídas.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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