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Colombia busca su hoja de ruta para desconectar a sus adolescentes de los teléfonos móviles

Hay consenso sobre el daño que hacen las redes sociales en los más jóvenes, pero aún hay varias dudas sobre cuál es el mejor camino para sacarlos de allí

Un niño usa su celular a escondidas
Un niño usa su celular a escondidas durante una clase.skynesher (Getty Images)
Camila Osorio

“Los adolescentes no te lo van a admitir en público, pero a muchos sí les gusta la medida”, cuenta por teléfono la doctora Estefanía García, psiquiatra para niños y adolescentes en la ciudad de Bogotá. García se refiere a la medida que ha anunciado una asociación de colegios privados de la capital colombiana para prohibir, o restringir considerablemente, el uso de teléfonos móviles durante las ocho horas de jornada escolar para todos sus estudiantes, del más pequeño al que ya se va a graduar. Ocho gloriosas horas sin subir fotos en Instagram, sin responder mensajes de WhatsApp, sin imitar bailes en TikTok. Una medida que ha generado muy poca oposición en la sociedad colombiana, por no decir nula, pero sí muchas dudas sobre cuál es la hoja de ruta.

García es miembro de una pequeña asociación llamada Adoleciencia que ha venido explicando los beneficios de hacer esta gran desconexión, y entre sus pacientes están grupos de jóvenes de los primeros colegios privados que se lanzaron a probar. “Al principio los estudiantes me dicen ‘¡esto es el colmo!’, y luego en consulta me dicen ‘¡que alivio que me obliguen a hacer esto, yo solo no puedo!”, cuenta García. Después de pocos días comienzan a sentir cómo se levanta un peso mental, al no tener que responder a un mensaje de voz inmediatamente, ni esperar likes en una foto de perfil. Al alejarse la pantalla empiezan a disfrutar del tiempo en un recreo de forma distinta, con ratos de aburrimiento y espacios para ver a los amigos frente a frente, y no tras el filtro de Instagram. “No lo admiten en público, porque esta es una medida restrictiva que están imponiendo los adultos, y los adolescentes por naturaleza tienen que ir en contra de la autoridad”, añade García. “Admitirlo ante los amigos sería aliarse con los opresores”.

Los opresores, es decir, los padres y profesores, también concuerdan con los oprimidos: tiene que ser positivo desconectarse ocho horas o más al día de las adictivas redes sociales que carga el celular. García explica que hay poca investigación científica en Colombia sobre el deterioro mental para los jóvenes, así que la iniciativa de desconexión juvenil la está arrastrando la investigación internacional que relaciona el uso excesivo de las redes sociales con un aumento en la probabilidad de uso de otras sustancias adictivas, o de las ideas suicidas. La UNESCO, en 2023, promovió la desconexión después de constatar cómo el uso excesivo de celulares empeora el rendimiento escolar de acuerdo a las pruebas educativas PISA.

García entiende el daño desde un punto de vista médico. “El uso indiscriminado y excesivo de los celulares genera cambios estructurales en el cerebro de los niños y adolescentes, que aún están en un proceso de formación neurológica”, dice. El cerebro tiene unos procesos de aprendizaje llamados podas neuronales, añade, que le da importancia a las conexiones que se usan más y va dejando de lado las que se usan menos. “Si se fortalecen las podas que tienen que ver con la inmediatez, la rapidez, o la conexión virtual, y se dejan de lado las que tienen que ver con mirar la cara del otro, estar presente con alguien, ejercitar habilidades sociales, se abona un terreno que premia la impulsividad, en el que se disminuye la capacidad de atención”, añade. Los estudios repiten, dice García, que entre más tiempo los padres se demoren en darle un celular a un adolescente, más lo protegen en términos de salud mental.

La UNCOLI, Unión de Colegios Internacionales, que reúne a 27 instituciones privadas de Bogotá, dice que el uso excesivo de las redes sociales disminuye el interés por la actividad física e incrementa el bullying y cyberbullying, según un comunciado reciente que llama a ‘desconectar para conectar’. “La conversación entre rectores viene de hace un tiempo sobre este tema, y quizás este año hemos visto más los efectos negativos en los estudiantes”, cuenta Camilo Camargo, presidente de la UNCOLI y rector del colegio Los Nogales. Añade que cada colegio restringirá a su manera —unos pedirán dejar el celular en el locker, otros prohibirán que aparezca siquiera en la ruta del bus— y que no quieren hacerle una guerra a la tecnología: tablets o computadores seguirán utilizándose con fines pedagógicos. “Con los estudiantes, ya estamos en un proceso para explicarles el impacto de los teléfonos móviles”, añade.

Buena parte de lo que ha impulsado a los colegios a dar el salto es un best seller mundial del psicólogo de la Universidad de Nueva York, Jonathan Haidt, La Generación Ansiosa. Se trata de un libro que reúne toda la investigación que habla del aumento de la ansiedad en los jóvenes que no tuvieron ningún tipo de restricción al celular en la década pasada, desde 2009 o 2010, y ahora sufren de niveles de ansiedad en el cielo y están siendo atendidos por cuadros depresivos preocupantes: en Estados Unidos, dice, los niveles de ansiedad en los hombres adolescentes han aumentado un 161%, y en las chicas un 145%.

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Haidt argumenta que hubo una tendencia, equivocada, durante las últimas dos décadas: restringir a los niños jugar en los parques o en las calles, por miedo a que tengan un accidente o alguien les haga daño, y a cambio ofrecerles un mundo sin restricciones en las redes sociales, donde también hay mucho daño. El psicólogo considera que los padres deberían hacer un pacto por implementar restricciones virtuales en grupo, porque de nada sirve quitarle el celular a un estudiante si todos los demás sí tienen acceso, y encontrar el camino en reversa: dar más libertad desconectada, y menos libertad virtual. “Hay salida si actuamos colectivamente”, dijo en entrevista a este diario. Y para ese dilema de acción colectiva “necesitamos la intervención de los gobiernos”, añadió.

Y el Gobierno de Colombia, por lo menos, considera que en este tema no se puede intervenir de forma uniforme, como lo hizo el Reino Unido, en febrero, cuando pidió a todas las escuelas del país prohibir los celulares. “Sí hay que regular el uso de celulares. Queremos descentralizar medidas en ese sentido, en cada municipio y en cada escuela, pero no podemos prohibir del todo porque en este país a veces la única opción que tienen algunos maestros de acceder a material pedagógico es el celular del profesor”, dice Óscar Sánchez, viceministro de educación preescolar, básica y media. Incluso los alumnos, en escuelas rurales, muchas veces reciben un cuento para leer o un dictado para practicar por medio de su cuenta de WhatsApp. ¿Cómo prohibir el celular en esas condiciones de precariedad?

La gran desconexión, en realidad, es también un problema de clase social. El mismo Haidt ha dejado claro que la mayoría de los países donde se ha hecho investigación sobre el efecto de los celulares son los más ricos (Noruega, Corea del Sur, Estados Unidos), dejando de lado las soluciones que se necesitan en los colegios más pobres, donde el celular es más que la casa de las redes sociales.

El viceministro Sánchez, sin embargo, ve un cambio interesante en este movimiento hacia la gran desconexión: considera que los Gobiernos anteriores priorizaron comprar tecnología para el desarrollo de las instituciones educativas, más tablets o más computadores, y se dejaron de lado invertir en otros aspectos importantes, como la capacitación para profesores, a la que el viceministro quiere apostarle más.

“La tecnología tiene un gran poder, sin duda, pero tenemos que cambiar la filosofía para que los niños dominen a las máquinas y no las máquinas a los niños. En este tema hay algunos maestros y maestras que son pioneros, pero en general en Colombia aún estamos en pañales frente a estas políticas”, añade el vicemministro. Fomentar capacitaciones de tecnología a profesores, fortalecer el sentido crítico de los estudiantes, abrir encuentros sobre el uso de la inteligencia artificial, todo eso está en la mesa del Ministerio. Pero tanto el viceministro Sánchez, como el rector Camargo, como la doctora García concuerdan con que nada de esto protegerá a los jóvenes de Colombia sin la ayuda de otro actor clave: los padres. Los mismos papás y mamás que también tienen una adicción a Facebook, a Twitter, o a TikTok.

—¿Cómo le enseñamos a los jóvenes a regular su consumo de redes sociales cuando eso no lo hemos aprendido los adultos?

”Es muy difícil”, dice la doctora García. “Ni nosotros sabemos usar bien la tecnología, nos cuesta separarnos de nuestros dispositivos, y quien nos mira así de dependientes es un cerebro joven desarrollándose. Nos toca entender que nosotros somos el espejo de nuestros hijos, para cambiar”.

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Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.
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