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El MAMBO encara una etapa más empresarial tras celebrar sus 60 años

El Museo de Arte Moderno de Bogotá ha recuperado parte de su antiguo esplendor con su tercera directora, Claudia Hakim. Pero hay incertidumbre ante la apuesta por su reemplazo

Museo de Arte Moderno de Bogotá
Un visitante observa la exposición conmemorativa de los 60 años del MAMBO, el 9 de febrero en Bogotá.andrés galeano
Lucas Reynoso

El Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) casi siempre ha estado en crisis. Fundado en octubre de 1963, durante sus primeros 16 años no tuvo una sede propia. Después, cuando se estableció en un moderno edificio de cuatro pisos, los fondos nunca fueron suficientes. Las exposiciones de grandes artistas locales e internacionales eran demasiado caras en un país con pocos recursos para la cultura. Nada, sin embargo, se compara con la situación que vivía hace una década. No había un peso, el público se alejaba y la directora perdía su energía para seguir adelante a sus 80 años. La institución corría el riesgo de desaparecer.

Todo comenzó a cambiar cuando la gestora cultural Claudia Hakim llegó a la dirección, en 2016. Con el apoyo de sus conexiones en la alta sociedad capitalina, estabilizó la montaña rusa y evitó que se descarrilara. Contrató un nuevo curador, reformó el edificio y organizó galas de recaudación de fondos. Pero ahora, tras celebrar los 60 años del museo, Hakim se va. El MAMBO se prepara para una transformación que genera escepticismo en el mundo artístico: adoptará un tinte más corporativo con la llegada de la diseñadora Martha Ortiz Gómez, exdirectora del diario El Colombiano y miembro de una tradicional familia de empresarios y políticos conservadores de Antioquia.

Claudia Hakim, directora saliente del MAMBO.
Claudia Hakim, directora saliente del MAMBO.andrés galeano

Esplendor

Los orígenes del MAMBO en un pequeño local de la carrera Séptima y en la Universidad Nacional son inseparables de Marta Traba, una crítica y escritora argentina que fue la primera directora del museo y que revolucionó los cánones del arte colombiano en los años cincuenta y sesenta. Hay quienes la aman y quienes la odian: fue una mujer sin pelos en la lengua que durante años definió qué arte debía promoverse y cuál debía marginarse. El museo contribuyó a que obras más abstractas y universales dejaran atrás las tendencias nacionalistas. Surgió, con su venia, una nueva generación de pintores que incluyó figuras como Alejandro Obregón, Enrique Grau y Fernando Botero.

La gestión de Traba tuvo un abrupto final en 1967, cuando defendió una movilización estudiantil en la Universidad Nacional y generó la molestia del entonces presidente de Colombia, Carlos Lleras. Tuvo que ceder su puesto a Gloria Zea, una filósofa y coleccionista con un perfil “más empresarial”, según compara por videollamada Jaime Iregui, editor del portal Esfera Pública. “Traba era alguien más activista, una ideóloga que instaló el arte moderno y sus aspiraciones de fisurar los cánones del siglo XIX. El museo no consiguió un edificio propio, pero definió quiénes eran los artistas a destacar”, resalta. Zea, en cambio, era la hija de un exministro, exesposa de Fernando Botero y esposa de un poderoso empresario. Integraba, además, el consejo internacional del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Para Iregui, aportaba conexiones con la élite económica y buscaba exposiciones “más grandes y taquilleras” con las que lucirse.

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Zea llevó el museo a épocas de gran esplendor. Tras un año en el Edificio Bavaria y otros ocho en el Planetario, inauguró la sede definitiva frente al Parque de la Independencia, en el corazón de Bogotá. Había gestionado la donación de un lote del Estado, el diseño que realizó el reconocido arquitecto Rogelio Salmona y los ladrillos que aportó la empresa de su esposo, Andres Uribe. En estas sedes se sucedieron exposiciones de artistas famosos como el francés Auguste Rodin, el español Pablo Picasso, el suizo Alberto Giacometti, el estadounidense Alexander Calder o los colombianos Antonio Caro y Feliza Bursztyn. Espacios como el Salón Atenas, la Bienal de Arte de Bogotá y el cine Los Acevedo entusiasmaron a los jóvenes y a los artistas locales.

Jaime Pulido, trabajador del MAMBO hace 53 años, es quien mejor conoce esas épocas doradas. Zea lo contrató como asistente de la librería cuando él era un joven de 20 años que recién llegaba a Bogotá desde un pueblo de Boyacá, lo promovió en varios roles vinculados a la preservación de la colección y lo envió a algunos viajes para capacitarse. Por eso Pulido se emociona cuando muestra la obra Nuestra Señora de Fátima de Botero en la exposición Viceversa, que celebra los 60 años del museo. Dice que el cuadro estaba detrás del escritorio de Zea el día que ella lo entrevistó en 1971 y que le trae recuerdos de aquellas épocas. “Veían a Gloria como alguien de la alta esfera que traía una propuesta elitista. Pero era todo lo contrario”, defiende.

Decadencia

Lucas Ospina, profesor de la Universidad de Los Andes, cree que la gran paradoja de la historia del MAMBO es que tanto el esplendor como la decadencia ocurrieron durante los largos años de Zea como directora (1969-2016). “Sin ella no habría un museo hoy. Fue el gran engranaje social que consiguió al arquitecto, a los empresarios y a los políticos. También le dijo a Eduardo Serrano que se sumara como curador... reconoció que había algo en él, pese a que él la criticaba. Pero después ella se cierra y empieza a pensar que el museo es de ella, que le pertenece”, señala. El académico recuerda, por ejemplo, que en 1989 la institución fue sede de campaña a la Alcaldía de Bogotá de Fernando Botero Zea, hijo de la entonces directora.

Interior del Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Interior del Museo de Arte Moderno de Bogotá.andrés galeano

Hay, sin embargo, varias razones detrás de la decadencia. Los problemas con varios curadores y de administración se sumaron a que el Estado se volvió más estricto y restrictivo en sus políticas de financiamiento de instituciones culturales. “La política de que eres de clase alta y amigo del presidente ya no funcionaba”, comenta Ospina. Además, más allá del MAMBO, los museos dejaron de ser el único lugar donde muchos jóvenes se conectaban con ofertas culturales del resto del mundo. Colombia se abrió más a las importaciones de productos diversos y luego internet ofreció más opciones.

La crisis tomó notoriedad mediática en 2003 por una muestra de Barbies que el MAMBO organizó con Mattel, la empresa que fabrica la conocida muñeca. Una visitante alertó en una carta sobre las lógicas monetarias que impregnaban la exposición y señaló que incluso había talleres de crayolas para que los niños pintaran los trajes favoritos de las Barbies. “Todo el mundo sabe que el MAMBO hace lo que puede para conseguir financiación. Eso está claro. Pero si la forma es que el departamento de mercadeo termine rivalizando con el ya fragilísimo departamento de curaduría (¿dónde está el curador?) lo mejor es apagar e irse”, expresó. La polémica rápidamente derivó en quejas de artistas reconocidos y en debates en los medios de comunicación, que hasta entonces habían protegido a Zea.

Hay opiniones diversas sobre las Barbies. Los expertos Iregui y Ospina son especialmente críticos de que el mercadeo se impusiera sobre la curaduría y señalan que la muestra no tenía reinterpretaciones de la muñeca o una movida anticultural como la película de Greta Gerwig en 2023. Pero Pulido, que guarda todas las historias y anécdotas del museo, alega que el problema se sobredimensionó. “Defiendo mucho unas palabras de Gloria Zea: ‘¿Cuál es el problema con las Barbie? Las exhiben los museos norteamericanos y europeos como obras de arte importantes, son un símbolo universal’. Por mi parte, creo que más bien la muestra fue mal manejada desde la museografía, que daba el aspecto de un almacén”, remarca.

Resurgimiento

Claudia Hakim y su esposo, el empresario de la construcción Nayib Neme, recibieron a finales de 2015 una invitación de Gloria Zea para tomar un café. La cita era en la casa de Belisario Betancur, expresidente de la República y en ese entonces cabeza de la junta directiva del MAMBO. “No te voy a pedir plata”, dijo Zea entre risas. Hakim asegura, ocho años después, que nunca pensó que le fuera proponer que la sucediera. “Nadie se esperaba que Gloria diera este paso. Uno pensaba que la dirección sería algo hereditario en su familia”, rememora. Ambas se conocían porque Zea, fallecida en 2019, solía acudir a las inauguraciones de las exposiciones que Hakim organizaba en su galería, NC-arte. “Iba mucha gente y Gloria veía todo ese movimiento”, comenta la escultora.

Fachada del MAMBO.
Fachada del MAMBO.andrés galeano

Los primeros meses fueron de angustia. Zea se había llevado parte del mobiliario, que era suyo, y Hakim ni siquiera tenía un escritorio —su esposo tuvo que mandarle unos muebles—. Un banquero al que le pidió ayuda le dijo que no pensaba poner su nombre “en un museo olvidado”. Y no tenía equipo. “No había gente en comunicación con el público, el área de educación estaba parada, el depósito estaba en mal estado y la cafetería estaba abandonada. Las oficinas eran viejas, oscuras... el museo había perdido su encanto. El MAMBO fue muy importante y Gloria lo hizo maravilloso, pero en los últimos años el museo se durmió y cayó en un letargo impresionante”, resume Hakim.

Hubo varios cambios. La nueva gestión reestructuró los departamentos, organizó galas de recaudación de fondos, canjeó donaciones de artistas por deuda que el museo tenía con algunos bancos, inauguró un Crepes & Waffles en el espacio gastronómico y habilitó una entrada más amplia al edificio. Pero quizá lo más importante fue la llegada del curador italiano Eugenio Viola, que enumera sus propios cambios: desde apuestas por el performance y artistas que considera transgresores —Rosemberg Sandoval o Juan Uribe, por ejemplo— hasta una exposición sobre el VIH y el lanzamiento de un premio para mujeres artistas en Latinoamérica.

El momento más mediático de Hakim fue en 2018, cuando el edificio amaneció un lunes con un gran cartel rojo con el mensaje “Se arrienda” y un número de teléfono. Un actor contestaba cada llamada, se identificaba como agente inmobiliario y trataba de convencer a los potenciales clientes. Mientras, la directora se escondía en el Edificio Seguros Tequendama, observaba desde allí cómo llegaban los medios de comunicación y recibía llamadas del alcalde. En redes sociales, los usuarios comenzaron a lamentar no haber ido más al MAMBO. “Fue una campaña publicitaria para que la gente se diera cuenta de que el museo se podía acabar. No conseguimos dinero, pero al menos el público reaccionó y se volvió a acercar”, evalúa la directora saliente.

Incertidumbre

El MAMBO reveló el pasado 1 de febrero que la antioqueña Martha Ortiz será su próxima directora. El comunicado destaca que es diseñadora industrial de la Universidad Javeriana, que tiene un MBA en Estados Unidos y dos posgrados en medios de comunicación, y que ocupó varios cargos directivos en el grupo de medios El Colombiano. No obstante, su nombramiento ha generado sorpresa e incertidumbre. No tiene un vínculo tan fuerte con el mundo del arte como sus antecesoras y ha recibido críticas por su gestión en el diario conservador del que su familia era principal accionista.

Jaime Pulido, jefe de Conservación y Registro del MAMBO.
Jaime Pulido, jefe de Conservación y Registro del MAMBO.andrés galeano

Las reacciones entremezclan los balances positivos sobre la gestión de Hakim con las críticas o la cautela ante la elección de Ortiz. Iregui, de Esfera Pública, destaca que la escultora “saneó el museo”, pero lamenta que su sucesión vuelva a priorizar a alguien de la alta sociedad y conjetura que “ahora el MAMBO quizá no busca el perfil de una directora, sino el de alguien que consiga fondos”. Ospina, de Los Andes, concuerda y señala también que “culturalmente hay perfiles más importantes” a los que debería darse la oportunidad. Algunos empleados del museo, por su parte, admiten la sorpresa, pero prefieren esperar a que se posesione la nueva directora antes de emitir una opinión.

Hakim defiende la decisión, en la cual dejó atrás la tradición de dedazos y optó por una firma cazatalentos. “La junta directiva me dijo: ‘No queremos que sea a dedo como fue con usted. Gloria tuvo suerte, pero no queremos la responsabilidad [de correr el riesgo]’. (...) Se iniciaron entonces dos procesos largos en el que entrevistaron a más de 30 personas del medio de la educación, del arte, de la gestión cultural”, comenta. “Vieron que necesitamos que el MAMBO arranque financieramente, que se vea como una empresa. Eugenio ya tiene controlado lo artístico y los departamentos ya están organizados... falta más la parte de negocios para que el museo se mantenga”, añade. Ortiz, en tanto, ha declinado ser entrevistada por este periódico.

El museo tiene varias cuestiones pendientes. Los visitantes, según cuenta una de las mediadoras de recorridos guiados, piden que regrese la programación de cine y que la biblioteca abra al público. Viola, que ahora es director artístico, quiere una ampliación que le permita montar una exhibición permanente de la colección. El profesor Ospina pide tener conferencias con temas más provocadores, recuperar la Bienal —Hakim explica que era muy costosa— y rearmar una sala de proyectos con convocatorias dedicadas a jóvenes artistas —Viola responde que quiere hacerlo, pero que necesita más espacio—.

Pulido, en tanto, conversa sobre sus expectativas mientras señala obras del argentino Rogelio Polesello y el peruano Fernando de Szyszlo, artistas ya fallecidos a los que recuerda con cariño. También quiere ampliar el museo para mostrar parte de la colección de forma permanente, un mejor financiamiento y avances en la reorganización de la biblioteca. Cuenta, además, que a sus 73 años no tiene intenciones de retirarse. “Todavía me siento capaz de desempeñarme en esta actividad y tengo la energía. Si la institución me requiere un tiempo más me encantará porque esta ha sido siempre mi segunda casa”, dice.

Violencia en la selva

La primera obra que se observa cuando se entra al MAMBO en estos días es una provocación al propio museo. Violencia en la selva, en la sala Marta Traba, es una obra de 1953 que la fundadora hubiera marginado. Muestra a un indígena torturado y asesinado durante La Violencia. Su autor es Ignacio Gómez Jaramillo, un muralista de tendencias nacionalistas que polemizó con Traba y sus aspiraciones universalistas. El cuadro, que estuvo extraviado durante décadas pese a ser el primero donado a la colección, contrasta con una de las obras favoritas de la primera directora: Tumba N.° 11 (Felipe II), un trabajo abstracto y de estilo informal de Juan Antonio Roda sobre el sepulcro de un rey español.

Viola asegura que fue una decisión correcta. “No es contra la fundadora. Es reflexionar sobre cómo cambian las políticas culturales y las agencias. Es un acto de respeto y de restitución a una historia que fue suprimida”, comenta. “Marta Traba tuvo un papel importante en un contexto específico, donde las temáticas indígenas no eran contempladas en la agenda cultural. (...) Le agradecemos [sus aportes], pero tenemos que reflexionar sobre los cambios que han ocurrido desde su época”, agrega. 

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