Petro y Maduro sientan las bases de una nueva relación sin mayor entusiasmo
Los dos presidentes se encuentran en Caracas en la primera reunión bilateral en seis años
Nicolás Maduro y Gustavo Petro por fin se encontraron en persona. En el funeral de Hugo Chávez, cuando uno era canciller y otro alcalde de Bogotá, se saludaron brevemente. Ahora se pusieron cara de verdad y se estrecharon las manos. Fue un encuentro cordial, aunque ninguno de los dos se mostró demasiado entusiasmado.
Se ha tratado de una primera toma de contacto de un camino que los dos presidentes reconocen difícil, pero sin marcha atrás. Después de seis años sin un encuentro bilateral, Maduro y Petro compartieron varias horas este martes en Caracas. “Colombia y Venezuela tenemos un destino común”, ha dicho Maduro, el primero en tomar la palabra ante los medios. El líder chavista ha adelantado su próxima “reconciliación” con el sistema interamericano de derechos humanos, una petición directa de su invitado. El presidente colombiano, por su parte, ha reconocido que “separar las dos naciones es un suicidio” y ha prometido trabajar para reconstruir la frontera y las relaciones que había a nivel de inteligencia para golpear a los dueños del dinero del narcotráfico que operan en la frontera.
Son dos políticos que se necesitan. Maduro desea reincorporarse a la escena internacional después de un lustro apartado y acusado de no respetar los derechos humanos. Esta es una oportunidad única para él. Petro quiere construir aquí su imagen internacional, en un lugar en el que de verdad puede influir. Desea que Maduro regrese a las instituciones latinoamericanas y se vuelva a sentar en la mesa de negociación en México. Washington confía en el presidente colombiano para convencer al líder chavista de que es el momento de iniciar una transición -o una marcha atrás- hacia la democracia. Él mismo se ofreció esta tarde a mediar con la oposición. El presidente de Colombia se encuentra en medio de dos lealtades, y pretende sacar rédito de ello. Después de años de acusaciones de que en realidad él era un chavista encubierto, trata de jugar el papel de negociador, con una fecha en el horizonte: 2024, cuando deben celebrarse unas elecciones presidenciales en Venezuela. La comunidad internacional —y Petro— desea que la oposición pueda disputarle unas elecciones justas a Maduro.
Al acabar el almuerzo y la sobremesa de varias horas en el Palacio de Miraflores, la sede del Gobierno, los presidentes se sentaron en una mesa alargada frente a los medios de comunicación. Detrás, un cuadro enorme de Simón Bolívar. Antes habían paseado por el palacio y Maduro le había enseñado a su invitado una espada de Bolívar. Entrados en materia, Maduro dio por hecho que Venezuela regresará a la Comunidad Andina, un organismo de desarrollo de la región. Su socio colombiano tiene muy clara la hoja de ruta con el chavismo, que desde su punto de vista pasa por integrarlo en vez de aislarlo.
Eso supone integrarlo también en el sistema interamericano de derechos humanos. Maduro insinuó que se sumará a este ente regional en un par de semanas, lo que supone que un tribunal internacional podrá enmendar las sentencias de la justicia venezolana, que según un informe de la ONU no es imparcial ni justa. Aunque Maduro dijo que volverá según sus propios términos: “es una reconciliación”. Hugo Chávez quiso marcharse de esta institución de la OEA cuando el propio organismo hizo un informe denunciando el deterioro de la democracia en el país. Chávez creyó que se trataba de un ataque político.
Le llegó el turno a Petro. “La amistad de los dos pueblos debe mantenerse, pase lo que pase”, empezó conciliador. Poco a poco fue sacando temas delicados a relucir. Reconoció que la frontera de los dos países, un avispero lleno de grupos armados de toda clase, está en manos de las mafias de la droga. Al referirse al ingreso de Venezuela al sistema interamericano, señaló que adherirse supone en la práctica “adherirse a la democracia liberal”. No soltó el término por casualidad. Un poco más tarde, habló de las migraciones en general, pero se refirió en particular al paso del Darién, una ruta selvática que cruzan miles de venezolanos jugándose la vida. El chavismo niega que exista un éxodo por la brutal crisis por la que ha pasado su economía en los últimos años. Recientemente, ha experimentado una mejoría con la dolarización, la relajación de los controles del Estado y el tímido acercamiento de Washington. La situación, con matices, puede describirse como el nacimiento de un capitalismo desbocado.
Maduro escuchó con atención a Petro, que no se mostró muy expresivo en general. En realidad, ninguno de los dos: daba la sensación de que sentaban las bases de una nueva relación sin mayor entusiasmo. El presidente colombiano podría ser acusado de blanquear a un colega muy cuestionado por otras naciones. Y Maduro, en el fondo, alberga algunas reticencias sobre la mano tendida colombiana. Puede que vea detrás la sombra exigente de Joe Biden, que considera que el chavismo debe mostrar más apertura para que algunas de las sanciones que pesan sobre Venezuela puedan ser modificadas.
Petro venía con la intención de comprar Monómeros, una empresa venezolana de fertilizantes que años atrás fue de titularidad mixta. No lo consiguió. Venezuela se la adquirió a Álvaro Uribe y la administró hasta que EE UU apoyó el gobierno alternativo de Juan Guaidó y le entregó su manejo a la oposición. El movimiento fue un verdadero desastre, la compañía está corroída por los casos de corrupción. Petro se la devolvió al Gobierno chavista cuando ganó la presidencia y tenía entre ceja y ceja comprarla para impulsar el campo colombiano con fertilizantes más económicos. Maduro, por ahora, se resiste. Se trata de un negociador lento y paciente. El tiempo parece detenido en el Palacio de Miraflores. Petro, en cambio, solo tiene cuatro años y los quehaceres se le agolpan encima del escritorio. Vuelve a Bogotá sin el mando de una empresa que consideraba fundamental, aunque ha logrado pactar rebajas de precios.
Maduro tenía previsto mostrarle a Petro los restos de Simón Bolívar en el panteón nacional, según fuentes del gobierno venezolano, pero un retraso en la llegada del avión de Petro imposibilitó la visita. El almuerzo entre ellos duró una hora. El presidente de Colombia, que fue recibido con una orquesta, le trajo un jarrón y una hamaca caribeña, donde los personajes de García Márquez se echan la siesta. Se dieron un abrazo de despedida y se emplazaron para la próxima ocasión. Se dijeron adiós dos mandatarios atrapados en una relación compleja.
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