Sin energía no hay potencia mundial de la vida
El retroceso de Europa hacia el uso del carbón enseña a Colombia que hacer la transición energética renunciando al desarrollo de hidrocarburos es un error garrafal
“Si el futuro de la humanidad se decide en nuestra ausencia, porque estamos demasiado ocupados dando de comer y vistiendo a nuestros hijos, ni ellos ni nosotros nos libraremos de las consecuencias”. Esta afirmación del historiador Yuval Noah Harari en 21 lecciones para el siglo XXI se refleja en la crisis energética que vive Europa. La dependencia del gas ruso ha multiplicado los precios de la luz por 20 o más, y está amenazado el suministro de energía y gas en Alemania, Francia o el Reino Unido.
Alemania abandonó fuentes convencionales buscando reducir el impacto ambiental, sin medir otras implicaciones, y ahora corre el riesgo de quedarse sin el pan y sin el queso. Retrocede al uso del carbón, el combustible más contaminante de todos. Contrario a Estados Unidos, que le apostó al desarrollo de sus hidrocarburos y en una década pasó de importarlos a ser exportador. No solo no depende de Rusia, sino que ha sido uno de los países que ha logrado mayores avances en la mitigación del cambio climático, reduciendo el uso de plantas térmicas a carbón gracias al desarrollo del gas, el energético de la transición.
La crisis europea deja para Colombia la lección de que la geopolítica y la energía están íntimamente ligadas. Las decisiones internas nos harán más o menos dependientes de situaciones externas. Y también la enseñanza de que hay que hacer la transición a la velocidad correcta: aunque todos queremos desacelerar el calentamiento global y acelerar la transición energética, se debe mantener el balance entre sostenibilidad, confiabilidad y costo. Si cualquiera falla, la política energética puede colapsar. En materia de sostenibilidad, Colombia parte de un lugar privilegiado porque emite poco y tiene una de las matrices eléctricas más limpias del mundo. Cerca del 70% de la energía proviene de fuentes hídricas. Un colombiano emite en promedio 1,4 toneladas de CO2 por año. Nada: un estadounidense emite 20,7 toneladas, un alemán 11 y un chino 3,5.
Si aceleramos más de la cuenta, ponemos en juego la confiabilidad, la capacidad de tener electricidad 24 horas al día, los 365 días del año. Nadie quiere repetir el apagón de los noventa. En un sistema eléctrico cuya fuente principal son las energías renovables, las térmicas juegan un rol fundamental: cuando el agua, el viento o el sol no están disponibles, completan la energía faltante. Para avanzar hay que asegurar que las fuentes renovables estén generando y conectadas al sistema eléctrico. Hoy hay más de 2.000 megavatios (alrededor del 10% de la capacidad total) en proyectos renovables que no se han podido terminar ni conectar por demoras en las consultas previas. Sin lograrlo, eliminar cualquier fuente de energía es irresponsable.
Es preocupante, por decir lo menos, la ligereza con que algunos piden que se acaben ya los combustibles fósiles. Dejar de desarrollar hoy los hidrocarburos es una implosión energética, no una transición. Aún no descifro si es desconocimiento, utopía, irracionalidad, terquedad o populismo, o una mezcla. No es un tema de deseo o voluntad, sino una limitación de las posibilidades reales de hacerlo sin poner en riesgo las condiciones de vida de millones de colombianos.
Cuando exista un energético que sea confiable, no contamine y tenga un precio razonable, el petróleo y el gas se acabarán. Si siguen no es porque haya una conspiración, sino porque las nuevas tecnologías aún no les compiten en suministrar energía confiable a precios razonables. Por eso, en lo que hay que hacer énfasis es en que el mundo invierta en ciencia y tecnología con el ímpetu, velocidad y determinación que tuvo para desarrollar las vacunas para el COVID-19. Hay tres tecnologías críticas que, de llegar a ser comercialmente viables, que los consumidores las podamos pagar, acelerarán la transición: el almacenamiento a gran escala (baterías para lo generado por energías renovables), la captura y almacenamiento de carbono (para seguir usando los hidrocarburos, sin dejar libre el carbono que producen) y el hidrógeno. Mientras tanto, renunciar a desarrollar los energéticos actuales implica pegarse un tiro en la sien.
Por último, pero no menos importante, está el costo de los energéticos. Una transición demasiado rápida será a costa de los más pobres. Los costos de servicios públicos y de transporte pesan cerca de 38% de la canasta familiar. Si nos equivocamos y terminamos importando gas, el mayor costo impactará especialmente a los de menos recursos. La inflación es el peor de los impuestos sobre los pobres, renunciar a nuestros ingresos por hidrocarburos tiene como efecto un dólar más caro que se traducirá en mayor inflación.
Al final, la energía más cara y contaminante es la que no se tiene. Ahora que se debate el subsidio a la gasolina y el diésel, ¿vamos a renunciar a los ingresos del petróleo? Ahora que hay escasez global de gas, y que importarlo cuesta muchísimo más ¿vamos a depender de otros países? Ahora que la inflación comienza a ahorcar, ¿vamos a hacer escaso algo que tenemos en abundancia y que impacta los costos de todo? Las decisiones de hoy tendrán impacto en el mañana. Que no nos quedemos como Alemania o el Reino Unido: sin el pan y sin el queso.
El cambio climático es un esfuerzo global. Si Colombia es la única en parar la explotación de hidrocarburos y frena totalmente el 0,07% de las emisiones globales que produce, disminuiremos menos emisiones de lo que otros países las aumentarán. El mundo no será mejor, pero los colombianos seremos más pobres y dependientes. No existe una potencia mundial de la vida sin energía, y no seremos potencia de nada con energía cara, importada e igual de contaminante. Renunciar al desarrollo de nuestros hidrocarburos será un error garrafal, un error histórico.
Dividirnos e ideologizarnos a favor o en contra de la transición energética es un error. Todos estamos a favor de la sostenibilidad y la transición, todos somos colombianos y queremos lo mejor. La campaña terminó, quienes gobiernan y legislan lo hacen para los 50 millones de colombianos. No pierdo la esperanza de que la voluntad de diálogo incluye la capacidad de cambiar de opinión. Es la única manera de no cometer errores que nos costarán muy caro a todos. Los hidrocarburos aún son necesarios, no se puede parar la exploración y el marco tributario no puede desincentivar la inversión. Impulsemos una transición realista, solo así será justa.
María Fernanda Suárez Londoño fue ministra de Minas y Energía entre 2018 y 2020, durante el Gobierno de Iván Duque.
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