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Elecciones en Colombia
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Por qué el centro de Colombia se hunde

El centro colombiano logró mostrarse como viable, pero no como un cambio suficientemente profundo, a ojos del electorado colombiano. Petro, mientras tanto, ha logrado ambas

Jorge Galindo
El candidato a la presidencia Sergio Fajardo, rodeado de su equipo de la Coalición Centro Esperanza.
El candidato a la presidencia Sergio Fajardo, rodeado de su equipo de la Coalición Centro Esperanza.Fernando Vergara (AP)

Si hay un paraguas ideológico mayoritario en Colombia es el centro: un 56% de los que se declaran afines a alguna tendencia (que son los que suelen acudir a las urnas) escogen una relacionada con el centro. Hace cuatro años, un candidato de centro, Sergio Fajardo, se quedó a unos exiguos 230.000 votos de pasar a segunda vuelta. Ahora, ese mismo candidato está bordeando la irrelevancia: del casi 24% que obtuvo entonces ha bajado al 8% según la media de encuestas. Gustavo Petro le va ganando la batalla al centro en general, y a Fajardo por convertirse en el representante del cambio viable. Pero, ¿cómo lo ha logrado, si su posición de partida no era necesariamente ventajosa? O, más bien: ¿cómo lo ha perdido el centro?

La izquierda anti-establecimiento petrista y el centro en todas sus formas llevan más de una década de batalla por un espacio que es más amplio que la suma de ambos: el de aquellos votantes que buscan un cambio viable en Colombia. Esas palabras, “cambio viable”, se usan demasiado a menudo en política como un significante vacío. Pero en este caso no lo es, sino que se define por una serie de condiciones mínimas atadas a cada una de ellas.

Comencemos por “viable”. Esta idea se divide en dos mínimos: el de la victoria electoral, y el de un plan de políticas verdaderamente implementable. Es decir, que quien prometa cambio debe estar en disposición de llegar a la posición de poder para empezar su proyecto, y ejercer dicho poder de manera que pueda culminarlo. El centro ha pensado desde siempre que era más competitivo que el petrismo, y se ha empeñado en remarcarlo, con mensajes del tipo “nosotros sí podemos ganar en segunda vuelta según los escenarios que plantean las encuestas” y “nosotros sí tenemos un proyecto creíble y realizable una vez en la Casa de Nariño”. Pero esos argumentos han dejado de funcionar, al menos tan bien como solían hacerlo, o como quienes los esgrimen esperan de ellos.

El de viabilidad electoral quedó poco menos que aniquilado después de que Petro llegara a segunda vuelta en 2018 y se pusiera en un 42% del voto. Una demostración de fuerza juzgada a todas luces por el electorado como suficiente como para coordinar voto una vez más en torno suyo.

Y el de viabilidad y pragmatismo político ha terminado por jugar en contra del centro. Para entender por qué es necesario atender a la otra parte del sintagma: “cambio”. ¿Cuánto cambio quieren los colombianos, y en qué áreas de manera prioritaria? Es difícil (mucho) medir esto con puras encuestas de opinión, pero al menos sí podemos acotar la respuesta para descartar que el deseo sea por un cambio tranquilo y modulado, pequeño, modesto. Repasemos: casi un 60% de la ciudadanía ve la situación económica de su hogar como regular, mala o muy mala (¡un 90% piensa lo mismo de la de todo el país!); una mayoría similar de jóvenes piensa que vivirá peor que sus padres; para la práctica totalidad de Colombia (96%) la desigualdad entre ricos y pobres es “bastante” o “mucha” (86% lo piensa de la que existe entre zonas rurales y urbanas); solo un 7,3% del país cree que la pandemia no ha dejado un país más desigual; un 79% está “poco” o “nada” satisfecho con su democracia; ninguna institución representativa recibe más de un 25% de aprobación. En los datos ‘duros’, el aumento de la pobreza producido durante la pandemia borró años de mejora y aún no ha remitido (de hecho, ha aumentado en zonas rurales); los homicidios han vuelto a niveles de 2015; los niños y niñas han perdido casi un año completo de clases y eso se ha traducido en una multiplicación por cinco de la tasa de abandono escolar fuera de zonas urbanas. Este bombardeo de cifras no es gratuito, sino que sirve para dimensionar mejor en qué deben estar pensando los colombianos cuando consideran la palabra “cambio”.

Unámoslo a otros datos: ¿recuerdan ese 56% que decíamos al principio que se ubicaban en el centro? Relativicemos y dividamos para entender mejor la composición del electorado: en realidad son un 28% del total, porque esa mayoría es solo sobre quienes declaran alguna ideología. Resulta que la mitad de Colombia aún prefiere no ubicarse en punto alguno en la escala izquierda-derecha. Aún así, vale la pena decir que, preguntados por cuestiones redistributivas, una mayoría (55,2%) considera que el Estado debería garantizar el bienestar de todos, no sólo de los más necesitados. Y solo un 13,6% del país piensa que el aborto debería estar prohibido. De la misma manera, ese 28% sobre el total (56% sobre los que se ubican en la escala izquierda-derecha) se subdivide en un 12% de centro-centro, un 10% de centro-izquierda, y un 6% de centro-derecha. La izquierda pura es también un 12%. Es decir: el espacio completo de la izquierda está casi tan poblado como el del centro, y el polo de izquierda-izquierda tiene tanto poder de atracción como el centro-centro.

Todo esto para decir que parece razonable esperar que la idea de “cambio viable” no implique “cambio tímido”. Tampoco nada relacionado con la idea de conservadurismo: ni en su acepción ideológica, ni en la más parsimoniosa de que nada o casi nada se modifique del statu quo. Y la manera en la que el centro en genera, y Fajardo y sus aliados en particular, han venido articulando su mensaje público suena con demasiada frecuencia a la negación del cambio, al “eso no se puede hacer”, “eso no es viable”, “por ahí no vamos a ningún lado”. Nótese que esto es totalmente independiente del hecho de que tengan razón cuando lo dicen respecto a propuestas concretas: el hecho es que la impresión de negación o minimización del cambio no coincide con el momento del país ni de su ciudadanía. Si la respuesta última es que es la única manera de hacerlo viable, entonces el adjetivo “viable” anula al sustantivo “cambio” en la mente del votante que anhela que éste suceda.

¿Qué podría haber hecho (qué puede hacer aún) el centro, entonces? Porque quizás la batalla de 2022 la perderá, pero este es un juego que se seguirá repitiendo elección tras elección, local o nacional, legislativa o ejecutiva. Para empezar, situarse en el grado de intensidad de cambio deseado por el espacio del electorado colombiano que aspira a conquistar. Para seguir, ubicarse correctamente en el eje ideológico: el votante mediano pro-cambio parece estar algo más escorado a la izquierda de lo que están sus actuales líderes. También, atado a esto, debe elegir mejor sus mensajes en los tres asuntos centrales en los que se concreta el cambio: corrupción y elitismo, justicia económica y social, inseguridad y violencia. Justamente los tres problemas más mencionados por el electorado colombiano. La articulación de propuestas claras y factibles es, en teoría, una marca distintiva del centro, pero que en la práctica no han sabido traducir a efectividad electoral suficiente. Probablemente porque siempre se acababa condicionado a la idea de viabilidad política y electoral que implicaba esos puntos intermedios, tibios, que luego eran percibidos como ausencia de cambio. Nada de esto, es importante subrayarlo, implica renunciar a lo que en teoría es la esencia mínima definitoria del centro: pragmatismo y respeto por el pluralismo. Pero sí traería consigo una profunda reconsideración tanto ideológica como estratégica.

En realidad, todo esto se resume en una sola cosa: para gobernar, es posible que el centro político tenga que dejar de ser el centro exacto de Colombia para convertirse en el centro del cambio que demanda la mitad del país. Sin esa reubicación, urgente en realidad desde 2018, es muy posible que esté condenado a partirse en dos.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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