_
_
_
_

Forcadell y los esclavos

Carme Forcadell anima a incumplir las leyes de un Estado que mantiene a los catalanes subyugados desde el medievo

Cristian Segura
Fernando Vicente

Los catalanes vivimos esclavizados. La primera vez que se lo oí decir a Carme Forcadell fue un domingo del pasado agosto en Sitges, rodeada de vecinos y de turistas. Los turistas estaban allí por el espectáculo; los vecinos acudieron para escuchar la buena nueva de la independencia. Era un acto preelectoral de Junts pel Sí. Jordi Turull (CDC) detalló las bondades de crear un nuevo Estado desde el punto de vista legislativo, el catedrático de Economía Oriol Amat explicó los beneficios pecuniarios. A Forcadell le tocó subrayar la carga emocional del asunto: “Lo tenemos que hacer por la gente que se ha quedado en el camino, por las personas que sueñan desde hace 300 años con la libertad (…). Hemos de ser libres, dejar de ser esclavos, y hacerlo por las generaciones futuras”. Asistí al mitin acompañado por un amigo, un profesor universitario de diseño, residente en Sitges, por lo general poco interesado en política. El acto le motivaba poco, hasta que tomó la palabra la nueva presidenta del Parlament. Mi amigo me admitió que se le puso la piel de gallina por una extraña mezcla de pavor y de sentimentalismo nacional. Cuando al finalizar el encuentro sonaron Els segadors, mi amigo estaba visiblemente emocionado.

Los 300 años de la caída de Barcelona frente a las tropas borbónicas en la guerra de Sucesión es un tótem imprescindible en el relato nacional catalán. Artur Mas lo utiliza frecuentemente junto a la posdata de los mil años de historia de Cataluña. Forcadell va más allá. Los 300 años son parte indispensable de su alimentación retórica y no faltaron en la arenga con la que estrenó su presidencia del Parlamento: “No seamos esclavos del pasado. Seamos creadores del futuro. Trabajemos pensando en los próximos 300 años y no en los 300 pasados”. Escuchado con perspectiva, las palabras de Forcadell se podían entender como una autocrítica, o quizá como una tomadura de pelo. También justificó que su “viva la república catalana” era un mensaje para satisfacer a todos los diputados, porque en verdad lo que quería era remarcar “los valores universales republicanos de la libertad, la igualdad, la democracia y la fraternidad”.

Forcadell (Xerta, Tarragona, 1956) es delgada y menuda. Tiene un tono de voz agudo con acento del sur, de las tierras del Ebro, donde nació y vivió hasta los 18 años, cuando se mudó a Sabadell para cursar sus estudios en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Es licenciada en Ciencias de la Comunicación, en Filosofía y es filóloga de profesión. Trabajó 12 años en el Servicio de Enseñanza del Catalán de la Generalitat. Es militante de ERC, partido con el que fue concejala en Sabadell entre 2003 y 2007. Forcadell es una mujer enjuta; los rasgos de la cara se le han endurecido durante los tres años de proceso independentista que ella ha protagonizado al frente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Es más fácil imaginársela como la bibliotecaria de Xerta que como la Libertad de Delacroix guiando al pueblo. Con la épica discursiva ha tenido manga ancha. Hay múltiples ejemplos de ello en las redes sociales. En un discurso que pronunció en 2012 en Sant Carles de la Ràpita, la entonces presidenta de la ANC se remontó al medievo para enumerar los agravios sufridos por Cataluña: “Los procesos de independencia son siempre fruto de la injusticia, de la humillación y del menosprecio. Y España hace muchos años que nos menosprecia, desde la Edad Media, y lo continuará haciendo”.

En aquel encuentro en las calles de Sant Carles, como en Sitges, Forcadell habló de la esclavitud que, a su parecer, sufrimos los catalanes: “¿Qué clase de pueblo seríamos si en vez de la libertad prefiriéramos continuar siendo esclavos?”. La Organización Internacional del Trabajo calcula que en Europa hay 1,4 millones de personas viviendo en condiciones de esclavitud. La ONG Global Slavery Index estima que 6.100 personas sufrían explotación laboral en España en 2014. En ambos casos, nada se dice de los catalanes.

Forcadell rebaja la intensidad emocional cuando no habla en mítines, pero el vocabulario sigue siendo de trinchera. La lógica de señalar quién es el enemigo empezó en los primeros estertores del proceso. Pocos días antes de las elecciones de 2012, Forcadell aseguraba en la Televisión del Berguedà que “ahora ya tenemos muy claro cuáles son los partidos unionistas que quieren seguir en España, a los que ya les está bien la situación de espolio que sufrimos”. Forcadell inició la entrevista explicando al periodista que le gustaba mucho visitar Berga porque en este municipio, comparado con la zona metropolitana de Barcelona, “se ven muchas más esteladas colgadas en los balcones”

Los rasgos de la cara se le han endurecido en los tres años de proceso independentista que ella ha protagonizado

Para ser presidenta del Parlamento catalán, Forcadell ha tenido que moderar progresivamente su elocuencia. Tiene un estilo particular para hilar los discursos basado en repetir conceptos hasta la saciedad, como si quisiera evitar que la imaginación le juegue una mala pasada. Un ejemplo de la estrategia del disco rayado es su intervención en la asamblea general de la ANC de 2014: “Tenemos que explicar a Europa, tenemos que explicar a Europa, tenemos que explicar al mundo, que queremos decidir nuestro futuro de manera absolutamente democrática y pacífica. Tenemos que explicar que queremos ser autores y protagonistas de nuestra historia. Tenemos que explicar que queremos contribuir desde la libertad a construir una Cataluña, una Europa y un mundo mejor. Para ello hemos de ir todos a votar en las próximas elecciones europeas. El día 25 de mayo hemos de ir todos a votar, y votar a partidos que defiendan la consultar, votar a partidos comprometidos con la consulta. Necesitamos que nuestros representantes expliquen a Europa y al mundo que votaremos. Que expliquen que el 9 de noviembre ejerceremos nuestro derecho de autodeterminación. Porque somos un pueblo, somos un pueblo. No solo porque lo demuestra la historia, no solo por esto, sino porque queremos, porque queremos. Porque, ¿qué o quién decide qué es un pueblo si no la misma voluntad de serlo?”.

El tándem de Forcadell en el agitprop nacional catalán ha sido Muriel Casals, la expresidenta de Ómnium Cultural. Casals es más calmada y tiene menos aptitudes para motivar a las masas. Quizá por ello no ha sido ella la elegida para presidir el Parlament, y porque Forcadell tiene muy claro, como ya advirtió en Catalunya Ràdio en agosto de 2014, que en “algún momento u otro tendremos que romper la legalidad española”. Ese momento ya ha llegado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_