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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lección de Juncker

Las elevadas tasas de desempleo en España y Grecia demuestran que la crisis todavía persiste

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, acaba de dictar una lección de realismo que debería entenderse más allá de la división convencional entre partidarios de la estabilidad y defensores de las políticas expansivas. Lejos de aceptar, como proclaman los más optimistas (entre los que se cuentan los Gobiernos del norte de Europa y algunos del sur) que la crisis ha terminado, Juncker recuerda —en una entrevista que hoy publica EL PAÍS— que España y Grecia aún sufren elevadas tasas de paro; y que para sostener que las dificultades han pasado hay que conseguir primero que el desempleo descienda a los niveles normales, que bien pueden entenderse como los anteriores a la crisis. Juncker propone pues una visión de la situación económica menos atenta a la estabilidad (finanzas públicas) que al bienestar de los ciudadanos europeos.

Juncker, que hoy visita Madrid, pone el dedo en varias llagas que no por conocidas resultan menos ignoradas. La primera es que la salida de la crisis (recuperación plena) se alcanzará cuando las ventajas del crecimiento beneficien a una mayoría de ciudadanos; la segunda, que todavía existe una Europa damnificada por la crisis que puede sentirse ofendida por un optimismo explícito sólo aplicable a determinados países o sectores; y, por fin, la tercera, que las políticas de estabilidad han sido necesarias, pero ya son insuficientes. O se hace algo para elevar el empleo de calidad —como el plan de inversiones de 315.000 millones propuesto por el propio presidente de la Comisión, bien intencionado aunque corto en términos financieros— o se corre el riesgo de que una crisis parcial enquistada rompa la estabilidad política europea.

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Seguramente es casualidad que el análisis de Juncker coincida con la difusión de las estadísticas de paro registrado en España durante el mes de febrero, que vienen a corroborar, punto por punto, su discurso. Por una parte, el mercado laboral ha vuelto a la esperanzadora (aunque lenta) senda de disminución del desempleo y del aumento de afiliados a la Seguridad Social (el mes pasado hubo 13.538 parados menos y 96.909 empleos más); tras el mal paréntesis de enero, resurge la expectativa de que la creación de puestos de trabajo acelere en los meses próximos.

Pero esta perspectiva tiene un revés que hay que diagnosticar y resolver. El empleo que se genera es precario; todavía hay casi 5,5 millones de parados (estadística EPA) para quienes el final de la recesión es una presunción teórica. Y en esas cifras malviven colectivos cuyas esperanzas laborales son misérrimas; piénsese en el paro juvenil o en el mucho más grave, el que afecta a los mayores de 45 años, descartados para obtener un empleo en el futuro inmediato. Si a eso se une una tasa de cobertura del desempleo que desciende a velocidad de vértigo (ya está en el 57%) habrá que concluir que la inyección de realidad de Juncker debería entenderse como un punto de partida para moderar la inflexibilidad fiscal y aplicar, aunque sea selectivamente, políticas de estímulo de la demanda y el empleo.

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