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Trump deja clara su discrepancia con las políticas mayoritarias del G7

La cumbre presiona al presidente de EE UU para que de marcha atrás en asuntos clave como el medio ambiente y el comercio internacional

El presidente de EE UU, Donald trump, rodeado en el G7 de Taormina por Theresa May, Angela Merkel, Paolo Gentiloni y Shinzo Abe.Foto: atlas | Vídeo: Sean Gallup | ATLAS

Nadie recordaba este viernes en Taormina (Italia) una cumbre del G7 —el grupo de democracias más industrializadas— con mayor tensión y fricción política. Un desencuentro provocado por la diferencia de criterios del presidente de EE UU, Donald Trump, y los otros seis mandatarios, en la mayoría de grandes acuerdos alcanzados en los últimos años en comercio, medioambiente o en la relación con Rusia. Pese a las sutilezas en las que se basan estas citas, nadie ocultó el clima crepuscular que se cierne sobre el G7. No está ni siquiera claro que se alcance una declaración final conjunta. El mensaje del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, no pudo ser más apocalíptico: “Si no logramos una mayor unidad, la situación del mundo se nos puede ir de las manos”.

La distancia es tan evidente, que ni siquiera se malgastó el tiempo poniendo paños calientes. Especialmente después de los roces del día anterior en Bruselas, donde Trump reprochó el escaso gasto militar a los miembros de la OTAN y criticó el superávit del comercio internacional de Alemania con la expresión “son muy malos”. En ese campo, como en la mayoría, no hubo apenas avances.

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El multilateralismo y la búsqueda de acuerdos no es el hábitat natural del presidente estadounidense. De modo que solo quedaba encontrar en el laberinto diplomático algunas puertas que permaneciesen todavía abiertas. Al final del día, sin embargo, solo se llegó a la firma de un previsible comunicado sobre la lucha contra el terrorismo y a la confirmación de que, pese a la presión del resto de potencias, EE UU necesita más tiempo para decidir si rompe los acuerdos contra el cambio climático alcanzados en París.

La sensación en el arranque de la 43ª edición del G7 —blindada por tierra, mar y aire con 10.000 hombres— era la del fin de una prolífica era de acuerdos y el inicio de un insondable orden construido sobre intereses unilaterales. Muchas novedades sobre la mesa, pocas esperanzadoras. Una cumbre que llega demasiado pronto para unos, y en medio de un proceso electoral para otros. Debutaban cuatro mandatarios Emmanuel Macron, Paolo Gentiloni, Theresa May y Donald Trump. Y los focos se dirigieron principalmente a la británica —por primera vez representó en el G7 a un Reino Unido con un pie fuera de la Unión Europea— y al presidente de EE UU. Aislado por su propia visión del mundo —incluso físicamente en los paseos que realizaron los mandatarios por Taormina—, el liderazgo de EE UU en el G7 quedó voluntariamente diluido en Taormina.

Detectada la vacante, y en vista de que más de la mitad de líderes no tenían experiencia en esta cita, la UE disparó primero con una contundente rueda de prensa de Tusk y del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. El tono fue inusualmente directo, sin excusas, exigiendo mantener las sanciones a Rusia y reclamando acuerdos comerciales y climáticos. Como si los 27 buscasen recuperar en Taormina la autoridad perdida. “No es ningún secreto que los líderes que se verán hoy tienen diferentes posturas en asuntos como el comercio y el cambio climático”.

Acuerdo para cobatir el terror en Internet

El terrorismo no desaparece, se transforma. Esa fue una de las conclusiones a las que se llegó ayer en Sicilia y que permitió añadir a la declaración conjunta contra el terrorismo un acuerdo para combatir el auge del yihadismo en la Red. Se trata de una de las grandes demandas de la primera ministra británica, Theresa May que, además, agradeció el apoyo recibido tras el atentado de Mánchester.

El documento lo resume así: “El G7 llama a los proveedores de Internet y empresas de redes sociales a aumentar su esfuerzo para eliminar contenido terrorista. Les animamos a desarrollar tecnología que detecte y elimine automáticamente el contenido que promueva la violencia. Contrarrestaremos la propaganda que apoya al terrorismo y el extremismo violento”.

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El medioambiente era uno de los grandes temas que habían marcado a fuego la agenda de la cumbre. Pero quedó también sepultado por la deriva unilateral impuesta por EE UU. Donald Trump anunció cuando llegó a la presidencia del país que no respetaría los acuerdos alcanzados en París en 2015. El cambio climático, dijo, le parecía una “estafa”. Sin embargo, la presión recibida en los últimos días —incluso por parte del papa Francisco, que le pidió explícitamente que diera marcha atrás— invitan a pensar que puede haber alguna novedad. Paolo Gentiloni confirmó al término de las reuniones que EE UU “ha abierto una reflexión interna” y que tomará su propia decisión en los próximos días. Theresa May reconoció también las diferencias pero aseguró que todos son conscientes de la importancia del asunto. Merkel, sin embargo, más concisa y transparente, prefirió definir el debate, como “controvertido”.

La fractura parece tan amplia que, a media tarde, empezó a circular la idea de que será imposible emitir este viernes un comunicado conjunto. Especialmente debido a las discrepancias en los compromisos sobre inmigración. De hecho, uno de los objetivos de celebrar la cumbre en Sicilia era poner el foco en la crisis migratoria. Este año llegarán a las costas italianas unos 200.000 migrantes procedentes de Libia y la idea era llegar a un acuerdo que fijase el problema y su solución como un asunto global. Una propuesta que cuenta con el respaldo de la canciller alemana, Angela Merkel, que es consciente del peso excesivo que ha soportado Italia desde el comienzo de la crisis. Pero que, de nuevo, no entra en las prioridades de la administración estadounidense.

Al final del día, el chiste que resumía la jornada en los pasillos del G7 invocaba aquel lema con el que comenzó la era Trump: America first. Una visión del mundo que complica sobremanera este tipo de cumbres y cuyo significado pudo descifrar en sus carnes el día anterior el primer ministro de Montenegro, Dusko Markovic, que recibió un brusco manotazo de alguien que se abría paso a su lado. Al darse la vuelta, descubrió a un satisfecho Donald Trump ajustándose la americana.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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