La juventud italiana, entre el cambio y la desconfianza
Estudiantes milaneses expresan su malestar sobre la capacidad de la clase política de solucionar los problemas del país


Francesca tiene aún sobre su cabeza la corona de laurel. Se acaba de licenciar en la Bocconi, una de las universidades privadas más prestigiosas de Italia, y sus amigos y familiares han llegado a Milán para celebrar con ella sus buenas notas de fin de carrera antes de que regrese a Dinamarca. Porque Francesca, como tantos universitarios italianos a los veinte y pocos años, no tiene más remedio que buscar fuera lo que Italia no es capaz de ofrecerle. “Me encantaría regresar”, dice después de un largo suspiro, “pero es muy difícil. En Dinamarca estudio gratis, trabajo, gano lo que ganaría aquí en cinco años y, sobre todo, se valora mi formación. Italia necesita un cambio, y por eso voy a votar sí en el referéndum, aunque no estoy convencida de que este sea el cambio que verdaderamente necesitamos”.
—Y entonces, ¿por qué vota sí?
—Porque creo que es más necesario empezar a moverse en vez de quedarse parados.
Desde hace un par de semanas, la televisión italiana retransmite multitud de debates entre los partidarios de las reformas constitucionales que propone el Gobierno de Matteo Renzi y el frente del no, formado por todos los partidos de la oposición y una minoría del Partido Democrático (PD) muy crítica con su secretario general y primer ministro.
Esos debates tienen dos peculiaridades que se entrecruzan convirtiendo la campaña en una de las más duras que se recuerdan. La primera es que la guerra contra Renzi ha unido a enemigos irreconciliables, y resulta chocante ver a las huestes de Silvio Berlusconi compinchadas con la izquierda más radical (“un auténtico revoltijo”, en palabras del primer ministro).
Lo segundo que llama la atención es que, más que de la idoneidad de la reforma de la Constitución aprobada en 1947, lo que más parece preocupar a unos y otros es el futuro de Renzi. Y esto, según los jóvenes de distintas tendencias consultados en Milán, provoca un considerable malestar. “¿Qué nos importa el futuro de Renzi cuando lo que está en juego es el futuro de una generación que hemos perdido la esperanza en nuestro país?”, se lamenta Dario Lauria mientras reparte publicidad de un restaurante en la plaza del Duomo. “La gente como yo que no es fanática de un partido u otro”, explica, “ya ha perdido la esperanza de que le solucionen los problemas. Los políticos italianos hablan muy bien, pero no saben escuchar”.
Lorenzo Siena, estudiante de Enología, y sus amigos están de acuerdo. Durante un paseo por Corso Garibaldi se topan con un joven que les ofrece una revista del partido extraparlamentario Lotta Comunista, en principio muy lejano a sus ideas políticas. Pese a ello, se paran a hablar y surge un debate vivo, respetuoso, lleno de propuestas y también de silencios, tan lejano al que se puede ver en televisión. Surge una desconfianza generacional: “La clase dirigente de los partidos está formada por personas demasiado ancianas para tener voluntad de cambiar y de tener confianza en el cambio”. Y piensan que Renzi no representa al centroizquierda: hablan del malestar de la gente que, aun con trabajo, apenas llega a fin de mes, de un voto que puede ser influido por la rabia, de la falta de un partido que sea capaz de aglutinar en positivo y no alentando los peores instintos racistas o xenófobos. Lorenzo zanja:
—No es posible que en Italia gane un partido que sea capaz de ayudar a la gente.—¿Por qué?
—Porque no existe.
"El pueblo no se rebela porque aún come"
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