¿Cómo se da sepultura a un muerto sin nombre?
Dos reporteros de EL PAÍS se embarcan en un buque de salvamento marítimo en el Mediterráneo
Dos reporteros de EL PAÍS (Belén Domínguez Cebrián y Claudio Álvarez) acompañan a un equipo de Médicos Sin Fronteras a bordo del barco Dignity en la misión de rescatar migrantes en la franja del Mediterráneo entre Libia e Italia. Un mar en el que 2.856 personas han muerto ahogadas en lo que va de año en su intento por alcanzar la soñada Europa.
Esta es su bitácora:
Por fin en tierra firme
Martes 14 de junio (día 9)
Amanece y el Dignity se dirige rumpo Porto Empedocle (Sicilia), donde las autoridades italianas aguardan el desembarco de 256 migrantes que fueron rescatados hace dos días frente a las costas libias. Están tranquilos “muy felices”, se declaran los que están en la cubierta superior y pueden avistar, a lo lejos, tierra firme. “¡Italy, Italy!”, exclaman rebosantes de alegría. Ero, nigeriano de 20 años, se siente débil. “Desde hace dos años me duele el corazón”. No dejó nada atrás pues toda su familia falleció en un accidente de tráfico, espeta. Ahora mira al horizonte deseando en lo más profundo poder llegar a España. “Tengo amigos en Sevilla”, explica con en español que aprendió de un misionero en su país.
El desembarco se hace lento y, a pesar de que comienza a las 8.00 de la mañana en punto, no termina hasta las 10.00. Casi más que un rescate en alta mar. La Cruz Roja entrega chanclas, galletas, agua y zumo a los que van descendiendo del Dignity --el buque de MSF España-- que inmediatamente son dirigidos a un autobús que los llevará a una nave a un kilómetro de distancia donde pasarán un control médico y serán registrados. William (nombre ficticio), el hombre que murió a punto de ser rescatado, ha sido el último en salir. Ya en una caja de pino le transportan al Instituto Anatómico Forense de Agrigento (Sicilia) y le realizarán la autopsia. “Si es musulmán, lo enterrarán y si es cristiano lo incinerarán”, asegura un policía judicial. Pero es algo casi imposible de saber, ni siquiera tiene nombre, ni nacionalidad, ni edad.
"¿Cuándo llegamos?, ¿A qué país vamos?"
Lunes 13 de junio (Día 8)
A las 8:30 de la mañana, Luca, que lleva la organización de los enseres del Dignity, comienza a repartir una segunda ronda de bolsas con comida que contienen un paquete de galletas, más comida calórica para recuperar fuerzas de manera casi inmediata y un plato de comida semicaliente. “Está muy rico”, sostiene un nigeriano desde la segunda cubierta mientras come con una cuchara. Muestra una especie de guiso en un sobre que contiene pollo, verduras y un caldo.
El mar está muy picado. Demasiado para los que llevan horas en la cubierta principal (la de abajo) cubiertos con mantas. Las olas han alcanzado los dos y hasta los tres metros, dice Alfonso, el contramaestre, que se encarga de que todo en el exterior del buque esté en perfectas condiciones. El agua ha entrado casi por todos lados y el equipo de MSF España ha decidido repartir a los migrantes por las cubiertas superiores que están repletas de cuerpos descansando envueltos en mantas grises. Algunos se pasan el cubo para vomitar, otros intentan aguantar mirando al infinito. “¿Cuándo llegamos?, ¿A qué país vamos?”, preguntan los que tienen ánimo y cuerpo para hablar. “A Italia”. Las autoridades portuarias han dado instrucciones de desembarcar en Porto Empedocle, en Sicilia, mañana martes a las ocho de la mañana.
La muerte en el último minuto
Domingo 12 de junio (día 7)
William (nombre ficticio) no lo consiguió. Este domingo por la mañana, un aviso del Centro de Rescates Marítimos de Roma ponía en alerta al Dignity I, el buque de rescate de MSF España. Hay una patera que ha sido interceptada enfrente de las costas de Sabratah, al oeste de Trípoli (Libia), y que necesita un salvamento. Mientras tanto, el barco de Sea-Eye (ONG alemana) acompaña a más de cien subsaharianos a bordo y les entrega un chaleco salvavidas para que, ya algo más tranquilos, aguanten sobre el gomón al rescate del Dignity. El calor es fortísimo y William, un hombre de mediana edad, muere rodeado de sus compañeros de viaje. Las causas se desconocen —a pesar del intento de reanimación una vez a bordo— , pero debió perder toda fuerza y esperanza hace no mucho. Tenía ya el chaleco salvavidas puesto. “Yo se lo quité”, asegura un miembro de la tripulación.
Tras recibir el Dignity un transfer de un buque italiano, el capitán, Francesc, y el jefe de la misión de MSF España, Jean Phillipe, deciden poner rumbo norte-noroeste y dirigirse al puerto de Porto Empedocle, una localidad al sur de Sicilia, donde la hora aproximada de llegada serán las ocho de la mañana del martes. Los más de 250 migrantes que hay a bordo del Dignity caen rendidos y duermen ya bajo unas mantas grises que la tripulación les ha entregado.
La tensión cuando un plástico flota a la deriva
Sábado 11 de junio (día 6)
Este sábado la mar está más tranquila que ayer. El Dignity continua patrullando a 30 millas del este de Trípoli, capital de Libia. La vida pasa en calma, un gran contraste con el total de seis rescates que los 19 miembros de MSF España efectuaron entre el miércoles y el jueves en el canal de Sicilia. Hacia las 10 de la mañana, sin embargo, unos restos blancos asoman a lo lejos entre las olas y todos dejan lo que estaban haciendo para identificar qué es.
Uno de los gomones en los que se suben cientos de migrantes flota vació. Pero la cuestión es: ¿está marcado como rescatado o no? ¿Tiene el motor aún? Es difícil de ver, incluso con prismáticos, ya que tres cuartos de la barcaza se encuentra sumergida. Finalmente la tripulación consigue hacerse con el trozo de plástico a través de un bichero (un palo largo con pinchos en la punta). Hay una cruz roja marcada, que podría indicar que la embarcación fue rescatada días atrás. Y el motor no está, lo que es una buena señal porque normalmente los rescatadores lo quitan.
Cuando el teléfono no suena, limpieza
Viernes 10 de junio (día 5)
A pesar de que el Dignity es el único buque de rescate que está en la zona al este de trípoli, más o menos a unas 30 millas frente a Masrata, y a pesar de que el pronóstico aventuraba un día agitado, no hay gamones a la vista y el Centro de Coordinación de Roma no llama.
La tripulación aprovecha para leer, como Astrid. O para barrer y limpiar las zonas comunes, como Lizzi y Salah, que han limpiado el comedor, que hace las veces de despacho y zona común. El equipo médico también aprovecha para hacer un momento de reflexión sobre lo que va bien, y lo que ha ido peor.
Hoy habrá celebración. Salah, el hombre clave de los rescates, el que se acerca a la patera e intenta tranquilizar a los migrantes para evitar que en el último momento vuelquen, cumple 31 años y sus compañeros le han preparado un pastel que se comerán al caer el sol.
Poco tiene que ver la jornada con las anteriores. Cuando llaman de Roma para ordenarles que vayan al rescate de una patera recién localizada, esa es la prioridad para todos, sean trabajadores humanitarios o tripulación. Dos marineros y un oficial son los que con Salah trasladan en una pequeña zódiac a los migrantes en pequeños grupos de la patera al barco. Ibai, uno de los cuatro maquinistas, ha subido a cientos por la borda. La cocinera, Carla, 23 años, les pasa suavemente un detector de metales porque los cuchillo y armas están prohibidos... y todos hacen los kits de supervivencia.
16 horas sin agua ni comida y militares con mascarilla
Jueves 9 de junio (día 4)
A las 7.18 llaman al camarote. “Ya se ven otras dos pateras”, avisa un tripulante. El desayuno es rápido y breve y de repente se avistan tres —y no dos— barcas con más de 100 personas hacinadas en cada una. Son las 11.54, el rescate ha concluido. “Me han dicho que salieron ayer a las ocho de la tarde”, explica David, segundo oficial del buque. Lo que significa que llevan unas 16 horas a la deriva sin agua, sin comida, sin moverse y bajo un sol que aprieta con fuerza.
Para las 13.36, el barco de Médicos Sin Fronteras España lleva a bordo a 480 migrantes además de los once tripulantes (el capitán, dos oficiales, tres maquinistas, la cocinera y cuatro marineros) y siete miembros de la ONG (tres médicos, dos coordinadores, un logista y un mediador intercultural). “Es nuestro récord [de rescatados]”, explican. La cubierta inferior está llena; el lugar de las mujeres y los niños, en el interior de la embarcación, también; la cubierta de botes —la segunda— está repleta y otros rodean el puente de mando. Las condiciones más duras son las de la cubierta superior, pues no hay toldos y la sensación de mareo —que muchos de los rescatados no habían experimentado— es mayor. El Dignity I espera a estas horas órdenes de Roma, es decir, del Centro de Coordinación de Rescates Marítimos. Las opciones son trasladar a los 480 migrantes a un buque mayor o dirigirse a un puerto siciliano, lo que requiere día y medio de travesía. Roma dirá.
La primera opción del MSF es siempre trasladar a los migrantes a otra nave para poder seguir buscando pateras. Y aunque no les gusta demasiado dejar a los migrantes en manos de militares —que les dispensan un trato menos humano, los uniformados los reciben con mascarilla y los fotografían de frente y perfil—el Dignity debe transferir los 472 migrantes a un buque militar italiano, el Avere.
Los traficantes llenan hasta los laterales de las pateras
Miércoles 8 de junio (día 3)
Casi no había terminado el primer rescate del día y de esta misión cuando Francesc, el capitán, avistó a través del radar una lancha de goma. “Esta vez van a horcajadas en los laterales. Hay muchos más”, informa tras haberlo comprobado con sus prismáticos. Otra innovación de los traficantes para obtener aún más ingresos con el mismo espacio. Cada centímetro de una patera vale dinero.
A bordo del barco de MSF, como en toda embarcación, las funciones están perfectamente distribuidas. El cometido común es salvar vidas, pero a partir de ahí a cada una de las personas a bordo le corresponde un papel: subirlos del gomón (las balsas de goma en las que los traficantes hacinan a un centenar de desesperados), examinarlos, pasarles el detector de metales (las armas y los cuchillos están vetados), inscribirlos en un registro para saber quiénes son y darles bebida y comida. En 92 minutos, 230 migrantes han sido rescatados.
A la hora de comer, los rescatados han sido transferidos a otro buque. La tarde ha sido tranquila y algunos miembros de la tripulación aprovechan para hacer algo de ejercicio en una bicicleta estática que hay en la cubierta de arriba.
Salah Dakusi, el hombre clave en los rescates también es refugiado
Martes 7 de junio (día 2)
Salah Dakusi es un mediador intercultural con una misión crucial: intentar tranquilizar a los migrantes mientras se acerca hacia las barcazas en una pequeña zódiac. No usa un megáfono para no asustarles. Les habla en inglés, francés y árabe. Esta figura es importante, explica MSF, porque es en el momento de la aproximación cuando los migrantes se ponen nerviosos (son muchas horas o días en la patera y ya acarician el rescate) y pueden hacer volcar la barcaza y ahogarse.
Dakusi es palestino, un refugiado por partida doble. Es de origen palestino, aunque nacido en Siria (en el campo de Yarmuk) y desde hace años es asilado en Noruega, donde llegó en 2012. Él es la primera toma de contacto que tienen los rescatados con sus rescatadores. Y esta misión es algo particular para él porque es Ramadán, un precepto religioso que cumple. El lunes, primer día del mes sagrado del ayuno para los musulmanes, Dakusi esperaba impaciente con un plato de pollo recién cocinado la puesta de sol, que observaba atento a través de la escotilla de la cocina del Dignity I.
Es un día especial para Jean Philippe. Se estrena como coordinador del equipo de Médicos Sin Fronteras del Dignity. Hayley Morgan, galesa y hasta ahora la líder de la misión humanitaria, le prepara estos días con continuas reuniones y explicaciones en detalle para hacer el relevo. Jean Philippe ha estado en Sudán, en Angola, en Yemen… ahora se declara “contento de participar un proyecto en el que no caen bombas en la cabeza”, bromea.
Antes de zarpar, comida calórica y el pronóstico del tiempo
Lunes 6 de junio (día 1)
A punto de zarpar se ultiman los preparativos en el puerto Paola, junto a La Valeta (Malta). Francesc Oliveras, el capitán del Dignity I, consulta una y otra vez las previsiones meteorológicas en el sur del Mediterráneo. Es importante para ellos salir cuando hace buen tiempo, pues suele ser el momento en el que los traficantes deciden enviar las gomas o barcazas de madera atestadas de migrantes rumbo norte.
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Llega al barco un cargamento con más de 4.000 unidades de comida calórica y energética. La tripulación respira aliviada, llevaban días esperándolo, y forma inmediatamente una cadena humana para meter las cajas en la bodega. El calor aprieta y la humedad se mezcla con el sudor fruto del esfuerzo, pero todos trabajan; maquinistas, cocinera, marineros y trabajadores médicos humanitarios, para que todo esté a punto antes de zarpar hasta las aguas internacionales frente a la costa Libia.
Elisabeth (Lizzi) Hinton, Maria José Herrero, Astrid Borjesson y Salah Dakusi —todos ellos de MSF— pasan la tarde en cubierta haciendo los packs que les entregarán a los migrantes nada más haber sido rescatados; una botella de medio litro de agua, un paquete de comida energética —una especie de pasta arenosa color marrón claro y que sabe a cereales salados—, una toalla y un par de calcetines negros para cada persona rescatada. El pack de las mujeres, además, lleva un pañuelo. “Yo hubiera agradecido también un cepillo de dientes”, se lamenta Astrid, médico matrona a bordo y con una larga experiencia en misiones de MSF. “Muchos ni habían visto antes el mar, ni saben nadar”, cuenta David Prados, primer oficial a bordo.
Por fin llegó el momento de salir. El Dignity I, aunque está expresamente habilitado para efectuar rescates —tiene una enfermería/consulta, farmacia, sala de mujeres y niños e, incluso, un cubículo acondicionado para trasladar cadáveres—, era un barco de suministro a plataformas petrolíferas que MSF España compró para este proyecto, liderado desde hace dos años por Paula Frías.
La misión de 2015 costó entre 2 y 3 millones de euros, con la compra del buque incluido. Ya son casi las once de la noche y el buque, y las 22 personas que hay a bordo, deja atrás en silencio, como si solo fuera testigo del mundo que le rodea, una capital europea bañada en luces y focos que apuntan a las cúpulas de La Valeta—la capital maltesa— y que parece ignorar la tragedia que al sur acontece desde hace años.
En lo que va de año, 48.000 personas han sido rescatadas en este mar. En 2015 fueron unas 150.000, según la organización Mundial de las Migraciones. De frente aguardan más de 300 kilómetros de travesía hasta llegar a la zona de rescate, en pleno Canal de Sicilia, la zona más profunda del Mediterráneo. Tiempo estimado de trayecto: poco menos de 24 horas.
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