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La conversión de Cameron

Bruselas urge al primer ministro a volcarse en el ‘sí’ a Europa en el referéndum tras las cesiones

Claudi Pérez
El primer ministro británico, David Cameron, este sábado en Londres.
El primer ministro británico, David Cameron, este sábado en Londres.ANDY RAIN (EFE)

La canciller Angela Merkel sintió en Bruselas el crujir de la crisis: en plena cumbre para evitar la salida de Reino Unido de la UE, se dejó ver en un famoso quiosco de la capital europea para degustar las mejores patatas fritas del continente, o eso dicen los belgas. En uno de los bares cercanos a ese quiosco hay un cartel con aquella frase de Dante: “Abandonad toda esperanza”; puede que Merkel lo leyera, porque aceleró el paso para volver al Consejo como si no hubiera un mañana.

El caso es que tras una negociación agónica, poco después de esas crujientes patatas y ese paseo, Merkel, Rajoy y compañía obraron el milagro: se selló el acuerdo, tras 40 horas de desesperante espera. Arrancaba así el viraje más rápido que ha dado un primer ministro británico desde un euroescepticismo rampante hasta un cariño casi incondicional por el proyecto europeo. “Me dedicaré en cuerpo y alma a persuadir a los británicos de que nos conviene seguir en esta UE reformada”, afirmó un eurófilo de nuevo cuño llamado David Cameron.

Quien traiciona lo más auténtico de sí mismo está perdido, dicen los clásicos. Pero Europa necesita a Cameron, converso o no, para sacarse de encima un problema que está ahí desde hace casi 50 años: desde la entrada de Reino Unido en la UE. Los mandarines de Bruselas respiraron este sábado al dar por acabado el interminable capítulo de las negociaciones, admitieron que ha habido concesiones —menores, según la interpretación continental— y añadieron que el show de Cameron debe continuar: Merkel y el resto de líderes instan al primer ministro a que se vuelque en la campaña del sí. “Es el momento de acabar de una vez, para al menos una generación, con uno de los muchos problemas que aquejan a Europa”, explicaron fuentes europeas.

Las concesiones europeas

Inmigración. La mayor victoria de Cameron es la posibilidad de aplicar un freno de emergencia durante siete años para reducir las prestaciones de los inmigrantes durante sus cuatro primeros años de contrato. Esos beneficios sociales irán creciendo a medida que se vaya cotizando. Los socios permiten también modular las prestaciones por hijo en función del nivel de vida del país de residencia del menor.

Pseudoveto. Si Londres considera que una nueva regla perjudica a su City, podrá paralizarla para que se debata en el Consejo. Esa medida se incluirá en los tratados cuando se reabran. Cameron consigue que los países que están fuera del euro no se vean discriminados en lo que afecte al mercado único.

Unión cada vez más estrecha. Los Veintiocho consideran que ese leitmotiv no rige para Reino Unido.

Parlamentos nacionales. Londres consigue que si el 55% de los diputados nacionales están en contra de un borrador legislativo, puedan paralizarlo y obligar a la Comisión a enmendarlo.

Bruselas y Londres han pactado una campaña sin golpes bajos, en la que Cameron venda la permanencia en la UE como el mejor de los mundos posibles: los británicos se quedan con lo que les gusta (un mercado único gigantesco, abierto, librecambista; una Europa profundamente inglesa) y no se ven obligados a aceptar lo que les desagrada (la integración en una especie de superestado europeo que levanta ampollas en las islas). “El lema está claro: salir de la UE es perder uno de esos mundos y arriesgarse a la irrelevancia; quedarse es tener los dos”, resumen las fuentes consultadas.

El pacto alcanzado se considera un mal menor en las cancillerías; se trata de concesiones mínimas, destaca Bruselas, aunque entre ellas se abre una puerta a lo desconocido: los Veintiocho permiten a Londres quebrar el principio de igualdad y discriminar a los trabajadores en función de su pasaporte. “Puede que los puristas pongan el grito en el cielo por eso. Pero podría haber sido mucho peor si se hubieran aceptado las pretensiones iniciales de Cameron”, decía este sábado una alta fuente europea. Los Veintiocho ofrecen a Cameron un “freno de emergencia” si se detecta un flujo desproporcionado de trabajadores europeos. En ese caso, Londres podrá denegar los complementos salariales en los empleos menos cualificados durante los primeros cuatro años a los inmigrantes. Esa medida disuasoria podrá aplicarse durante siete años y tan pronto como se gane el referéndum: la Comisión considera que ya se dan las condiciones para aplicarla.

Queda por ver cuáles son las consecuencias. Si realmente se reduce el flujo de inmigrantes. Si otros países implantan limitaciones parecidas. Si de veras se quiebra, como parece, uno de los valores fundamentales de la UE solo para dar satisfacción a un primer ministro incapaz de convencer a su propio partido. Si Cameron consigue ganar el referéndum y permanecer en la UE. Y finalmente —y van más condicionales que en el poema de Kipling—, si la Eurocámara agua o no esa medida, y qué hace con ella el Tribunal de Justicia. “La jurisprudencia de la corte europea es clara: los Estados miembros tienen la obligación de luchar contra los abusos al Estado del bienestar”, dicen los juristas comunitarios. Pero la jurisprudencia dice también otras cosas: hay multitud de reveses para quienes en el pasado aplicaron medidas que discriminan a los trabajadores por su pasaporte. Pero esa es otra historia: el voto del 23 de junio es ahora la prioridad en Bruselas. El show de Cameron, en fin, debe continuar.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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