“Me siento perseguido”
Los inmigrantes indocumentados con hijos como Francisco Romero esperan que la acción de Barack Obama les de seguridad
“Cuando acabe la porción de pizza, véngase aquí conmigo”. Son casi las nueve de la noche. La caja está mucho más tranquila y Francisco Romero aprovecha para cenar, sentado al fondo del local. “Lo ha cocinado mi mujer”. Se trae de casa hasta la salsa picante en la que hunde el pescado rebozado. Lo come con la mano. “Así es como se hace”. Aún le quedan un par de horas antes de cerrar y volver a casa. Le llevará otra hora más para llegar.
Su experiencia -y su historia- no es diferente de la de millones inmigrantes que se encuentran en EE UU en situación irregular. Por eso es el reflejo de los miedos y los sueños incumplidos que tiene esta comunidad, sin la que la economía de Nueva York no podría funcionar. Francisco trabaja desde hace casi dos décadas en una pizzería en un acomodado barrio en la zona alta de Manhattan, a un par de calles del Museo de Historial Natural.
Del horno salen al día más de un centenar de tortas de 18 pulgadas. Pueden llegar a 200 si el día va muy bien. “Mi hijo no quiere tener nuestras vidas. Por eso está estudiando ahora ingeniería en Rochester”, comenta orgulloso este mexicano de 46 años. Su mujer también trabaja en una cocina. “Cuando José Andrés cumpla los 21 tengo entendido que podrá hacer una petición para regularizarnos. Esa es mi gran esperanza”, matiza.
Llegó a EE UU con una veintena de años buscando la prosperidad que no tenía en México. “Entonces era un país muy, muy pobre. Quería un futuro mejor; mejor calidad de vida”, recuerda. Desde entonces no volvió y las cosas tampoco cambiaron mucho para él en EE UU. “Los políticos siempre hacen promesas que no cumplen. Los hispanos votaron a dos veces a Barack Obama porque pensábamos que nos iba a apoyar”.
La vida que tiene en EE UU no es para nada la que imaginó. “Mi idea era otra. Mi primer objetivo era tener mi estatus en regla para poder crear mi propio negocio y no tener que depender de un padrón”, comenta entre bocado y bocado, lamentando que aún no hayan logrado la meta de “no tener que depender de nadie”. “Sin los papeles en regla no puedes hacer nada”, señala, mientras recuerda como a un cuñado suyo lo deportaron.
La última vez que salió de la ciudad fue en septiembre para acompañar a su hijo a la Universidad. El viaje en autobús hacia el norte dura unas ocho horas. “Ya no lo hago más. Me llevé el mayor susto de mi vida. Por muy poco nos deportan”. Al bajar, una patrulla de inmigración se acercó al autocar y empezó a pedir documentos. Él y su mujer salieron de la situación. “Gracias a Dios habíamos ido al baño mientras mi hijo se quedó con las maletas”.
Sin legislación que le proteja
“Me siento siempre perseguido”, repite durante la conversación, aunque reconoce que la ciudad de Nueva York es muy permisiva con los indocumentados. “Es porque nos necesitan”. Francisco, como otros hispanos, dicen no creer ya en ningún presidente. “Da igual el color político. Todos son iguales cuando están en el poder”, afirma. El abogado que le asesora en cuestiones migratorias le dice que no pierda el tiempo, que no hay Ley.
Francisco tiene otro hijo dos años más joven que el mayor, que aún no tiene muy claro lo que quiere ser en la vida, y una niña de 12 años. La mitad de lo que gana lo declara al Tío Sam. “Es lo mínimo que el contable nos aconseja pagar para poder tener acceso a las ayudas públicas que nos permiten que nuestros hijos puedan estudiar en la enseñanza superior”, explica. Todo lo cobra en efectivo, porque no tiene cuenta bancaria.
“El consejo que le doy a los que quieran venir es que están dos años o tres aquí como mucho, que hagan mucha plata y que con ese dinero se vuelvan a casa y monten un negocio”, comenta, “porque aquí no van a tener ninguna oportunidad sin papeles en regla”. Francisco tiene claro que la situación no va a cambiar con las medidas que adopte ahora Obama. “Incluso si mi hijo nos patrocina, será muy complicado y caro conseguirlos”, lamenta.
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