De chica Pantene a princesa de Nigeria
Keisha Omilana, casada con un hijo del que fuera rey de Nigeria, forma parte de la nueva generación de 'royals'. Modelo de profesión se ha convertido en una gurú del pelo rizado
Keisha Omilana no es, ni muchísimo menos, tan conocida como las princesas de la casa de Windsor. Puede pasear de forma anónima por las calles de Londres, donde vive, con una tranquilidad con la que Meghan Markle no podría ni soñar. Pero comparte con esta última –además de su origen californiano y cierta experiencia como actriz–, el haber pasado a formar parte, a través de su matrimonio, de una monarquía que inicialmente le resultaba totalmente ajena. En su caso, la de Nigeria. “En Nigeria hay muchas tribus, y cada una tiene su familia real, de manera que yo soy una princesa de Nigeria, pero no de todo el país; solo del reino Yoruba. Mi marido proviene de la casa Arigbabuowo”, explica ella frente a una taza de té en su residencia londinense.
A principios de los 2000, cuando trabajaba como modelo en Nueva York, conoció a Kunle Omilana, un empresario que además resultó ser el hijo mediano del entonces rey. Hoy viven en Londres con sus dos hijos y, aunque trasladarse a Nigeria para ejercer como príncipes a tiempo completo no entra en sus planes, ella asegura tomarse su labor en serio; tanto, que firma sus emails como The Working Princess (“la princesa trabajadora”). “No tengo obligaciones específicas, pero entiendo que mi rol implica honrar a mi país, mantener el buen nombre familiar y hacer todo lo que esté en mi mano para empoderar a las mujeres y a la juventud”, afirma. También están planeando celebrar su largamente aplazada ceremonia nupcial en el país africano. “Parece que será en 2020”, apunta.
Omilana, que hoy lleva el cabello peinado en pequeñas trenzas, pero normalmente luce un enorme afro, se ha erigido también en una suerte de gurú del pelo rizado gracias a un proyecto que lanzó en 2017, A Crown of Curls (“una corona de rizos”), con el que enseña a cuidarlo y mantenerlo mediante cursos, talleres y consultas privadas. “Mi principal clientela son mujeres en parejas interraciales que no saben cómo lidiar con los rizos de sus hijas. Y lo que más disfruto es ver a una niña mirarse en el espejo y que le encante su cabello, aunque sea tan distinto al de su madre. Creo firmemente que quererte a ti misma también pasa por amar tu pelo”, opina. Lejos de considerarlo un tema menor, asegura que este asunto puede llegar a afectar a la autoestima de las niñas. “Todo empieza con el lenguaje. Si cada vez que tu madre te peina se queja de lo espeso que es tu pelo, o de cuánto se enreda, empiezas a pensar que pasa algo malo con él, y eso afecta a tu confianza”.
Lo sabe por experiencia propia. Aún no ha olvidado lo difícil que le resultó en sus inicios como modelo conseguir firmar con una agencia debido a la falta de diversidad que imperaba en la industria. “Era muy frustrante. Todas las modelos no blancas teníamos el mismo problema, no afectaba solo a las mujeres negras. En la agencia podían tener unas 50 chicas parecidísimas –blancas con el pelo rubio, miel o rubio ceniza–, pero modelos negras solo había una, literalmente. Siempre me decían lo mismo: 'Eres muy guapa, nos encanta tu aspecto, pero por desgracia no podemos ficharte porque ya tenemos una modelo negra'. Y yo me quedaba pensando: '¿Y por qué no pueden tener dos?'”. Gracias a un encuentro casual con Stephanie Seymour, Omilana acabó en Ford Models. “Entró en el restaurante donde yo estaba trabajando y en cuanto me vio me dijo que era una 'baby Naomi'. Poco después estaba en París haciendo fittings con Azzedine Alaia”, recuerda.
Pero sus rizos, sin embargo, siempre parecían ser un contratiempo: “Mi agente me llamaba: 'El cliente quiere trabajar contigo, pero dicen que tu pelo es muy salvaje. ¿Puedes hacer algo con él?'. Te obligaban constantemente a pensar que había algo de ti misma que tenías que cambiar”. Omilana finalmente logró un contrato con Pantene y se convirtió en la primera modelo negra en aparecer en tres campañas consecutivas de la marca (de hecho, la apodaron “la chica Pantene”). Lograr la bendición de Marc Jacobs también ayudó: “Me encontré con él en un hotel de Nueva York. Me paró y me dijo: 'Dios mío, eres como una joven Pam Grier'. Estaba diseñando con ella en mente y cuando me vio con mi peinado afro me dijo que le encantaba y que era exactamente la imagen de su colección. Experiencias así me reconfirmaron que mi pelo no tenía nada de malo”. Y concluye: “Eso sí, todavía estoy esperando ver una modelo con un gran pelo afro en una portada de Vogue. Y espero ser yo”.
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