Emmanuel Macron en su reino
Francia no es la potencia de antaño; se rebajarán los anhelos inevitablemente
Simbólicamente, la elección de Emmanuel Macron da la impresión, más allá del alivio tras el ineluctable fracaso de Marine Le Pen, de que algo nuevo está ocurriendo a nivel francés y europeo. Esta impresión es sobre todo compartida por la prensa europea, mientras que los medios franceses, incluso los más próximos al nuevo poder, se mantienen prudentes, cuando no reacios, a ensalzar de antemano a un presidente que, si bien es más original que su predecesor, sigue siendo un misterio para muchos. Es innegable que Macron afronta esta situación global desde una visión mucho más dinámica, incluso casi ofensiva; pero estamos en una época de gran incertidumbre, geopolíticamente caótica, con transformaciones y metamorfosis casi incontrolables. Además, Francia no es la potencia de antaño, sus márgenes internacionales son bastante limitados y sus problemas internos muy difíciles de desanudar. Se rebajarán inevitablemente los anhelos.
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En el tablero mundial, Macron fijó sus prioridades: mantener la relación de alianza con EE UU, sin aceptar la sumisión en un contexto nuevo, peligrosamente imprevisible, con Donald Trump en la Casa Blanca; reabrir los canales de negociación con Rusia, lo que se concreta ya en las primeras discusiones entre Le Drian, ministro de Exteriores, y Lavrov, su equivalente ruso. El objetivo con Rusia es, por un lado, establecer sinergias entre la nueva postura, claramente enunciada por Macron, de encontrar una solución en Siria sin exigir la salida de El Asad. Lo cual es una concesión importante a la postura rusa. Por otro lado, reabrir el dosier ucranio, bloqueado desde hace años. Ahora bien, estos dos objetivos no pueden solucionarse sin la participación de EE UU. Por eso, es imprescindible para Macron mejorar la relación con Trump. Se pueden prever sorpresas sobre el dosier sirio…
En Europa, Macron percibe perfectamente el cansancio de muchos países ante la hegemonía de Alemania, potente económica pero impotente políticamente. Entiende que incluso para los que desconfían a veces de Francia, hay una demanda de contrapeso. El objetivo de Francia consiste en fortalecer el eje franco-alemán (tal era la postura final de François Hollande con la propuesta de una Europa con varias velocidades), pero queda saber si es en detrimento o a favor del conjunto europeo. Aparentemente, no lo tiene todavía claro; prefiere esperar al resultado de las elecciones de septiembre en Alemania para desvelar su estrategia.
En política interior, los desafíos son tremendos: su mayoría representa solo una minoría de electores; su personal político es incierto e inexperimentado; y la oposición, tanto de derecha, que acabará recomponiéndose una vez solucionado su problema de dirección interna, como la de izquierda, no le van a perdonar nada. Las dos principales metas están enunciadas: relanzar las inversiones para crear empleos (hay casi cuatro millones de parados) y modificar las leyes del mercado laboral. Si logra estos propósitos, ganará una legislatura más o menos tranquila; en caso contrario, el rey, como en el cuento de Grimm, saldrá desnudo.
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