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La (mala) costumbre de leer con un solo ojo

Cada vez es más difícil entablar una discusión con argumentos para convencer al otro. El pescado ya está vendido

Juan Cruz
Periódicos extranjeros, británicos y estadounidenses: 'Financial Times', 'Herald Tribune' y 'The Wall Street Journal', en un quiosco de prensa de Madrid.
Periódicos extranjeros, británicos y estadounidenses: 'Financial Times', 'Herald Tribune' y 'The Wall Street Journal', en un quiosco de prensa de Madrid.ALVARO GARCÍA

Hay lectores de un solo ojo. Guillermo Cabrera Infante contaba la historia de un pariente que, al tener que decir qué había leído Guerra y paz, la imponente novela de Tolstoi, confesaba: “Solo me he leído los capítulos de paz”. Claro, había acabado pronto, y en paz. Woody Allen resumió esa lectura de la misma novela con más desparpajo: “¿Guerra y paz? Sé que va de Rusia”.

¿Para qué razonar, en un sentido o en otro, si ya está el pescado vendido, o podrido? ¿Si ya nadie se convence con un argumento o su contrario?

Y hay lectores de dos ojos: leen un lado y otro de la trama, se hacen una idea global, no se quedan solo con Paz o con Guerra, o con Rusia. Ven los dos espectros del suceso, y salen del libro habiendo discutido. Con los periódicos debería pasar lo mismo: lo lees, discutes con él, y te vas a seguir buscando tus propios argumentos. Si siempre estuvieras de acuerdo con lo que lees vete al oculista. Es posible que estés leyendo con un ojo solo.

Como consecuencia de la intromisión de las redes sociales en el gusto e incluso en las ideas o en las ideologías, ahora se levanta el dedo muy pronto, para decir sí o para decir no. Y si es que no, o cae el libro o cae el periódico. Como en el circo romano. ¿Qué ha dicho X? ¡Condenado! ¿Qué ha dicho Y? ¡Es de los nuestros!

Las redes sociales, lo advertía Nicholas Carr en su imprescindible libro Qué está haciendo Internet con nuestras mentes, nos han acostumbrado a recibir por un solo ojo, por un solo oído y por un único gusto lo más sobresaliente de lo que pasa, de lo que se cuenta o de lo que se opina. Leer con una idea fija y preconcebida, qué placer para el entendimiento… del ojo único.

Ahora las ovejas o son blancas, o rojas, o azules, o no hay nada que hacer. Para dormir, mejor ovejas iguales

Decía Arthur Miller (y lo recuerda con frecuencia Javier Moreno, exdirector de este periódico) que un diario es una nación discutiendo consigo misma. El autor de Las brujas de Salem hablaba de otros tiempos: a juzgar por lo que sucede ahora, un periódico, cualquier medio, tendría que ser una nación de acuerdo consigo misma. O eso es lo que parecen haber sido conducidos los oyentes, los televidentes, los lectores de periódicos.

No parece estar ahora el terreno para jugar mirando a los lados. Por la propia configuración de la red, e incluso por su nomenclatura más habitual, desde los emoticonos a la propia fraseología, se está de acuerdo o en desacuerdo como principio y fin de la discusión. Es decir, no hay discusión: o dices lo que el otro espera escuchar, o leer, o cierra el pico. Estamos para el aplauso; la oveja negra vive, durmiendo, en una novela de Monterroso. Ahora las ovejas o son blancas, o rojas, o azules, o no hay nada que hacer. Para dormir, mejor ovejas iguales.

Eso tiene un efecto en el que escribe, periodista o comentarista, arrojado a la necesidad de enfrentarse a una comunidad que no discute sino que repudia o jalea. Que te repudia o que te jalea. Aquí Bertrand Russell o Miguel de Unamuno estarían en el infierno, comidos por los leones del circo. En un lado está el disgusto y en el otro está el enfrentamiento, o la melancolía del esfuerzo inútil. ¿Para qué razonar, en un sentido o en otro, si ya está el pescado vendido, o podrido? ¿Si ya nadie se convence con un argumento o su contrario? ¿Si ya sabemos cómo sigue la historia, para qué argumentar sobre la historia?

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Ocurre en la opinión, sobre todo; el razonamiento, o la exigencia del razonamiento, pasa a mejor vida a manos de la exigencia más habitual: que solo se jalee a favor, que se construya, en torno al pensamiento único, la apariencia de la discusión, pero que esta no exista. Ocurre con la relación que se ha establecido, en esta era de dedos que van a favor o en contra, sin términos medios, con los medios. Esta es mi emisora, este es mi periódico, este es mi programa. Donde se dice lo que quiero escuchar, lo que quiero leer. Lo que quiero querer, lo que prefiero odiar.

Rafael Azcona contaba en sus charlas del tiempo antes de Twitter lo que le pasaba a un amigo suyo que acompañaba a su hermano, un muchacho, a las sobremesas bohemias de la posguerra. De pronto había silencio. Y el muchacho gritaba: “¡Discutan, que me estoy aburriendo!” Ahora se discute para que el otro deje de exponer su razonamiento. Y el silencio que sigue, un día nos pasará factura. Alguien gritará que se está aburriendo. Yo ya empiezo a gritarlo.

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