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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hartazgo de Putin

Las masivas manifestaciones contra la corrupción muestran que la sociedad rusa exige transparencia cuanto antes

El líder opositor ruso Alexei Navalny se toma un selfie durante una manifestación el pasado mes de febrero.
El líder opositor ruso Alexei Navalny se toma un selfie durante una manifestación el pasado mes de febrero. KIRILL KUDRYAVTSEV (AFP)

La detención y encarcelamiento del líder opositor ruso Alexei Navalni, junto a varios centenares de manifestantes que protestaban contra la corrupción del sistema —señalando en particular al primer ministro, Dmitri Medvédev—, son una buena medida del grado de autoritarismo en el que se encuentra sumida la Rusia presidida por Vladímir Putin.

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El mandatario ruso no debería ignorar el malestar de las decenas de miles de rusos que se manifestaron el domingo por las ciudades del extenso país euroasiático. En vez de acusar a Navalni —quien ya ha obtenido en una ocasión un dictamen favorable del Tribunal Europeo de Derechos Humanos— de desobedecer a la autoridad e incitar a la violencia, los tribunales rusos podrían tener en consideración las contundentes pruebas aportadas por el propio Navalni sobre el imperio inmobiliario de Medvédev, financiado por oligarcas y otros oscuros intereses.

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Del mismo modo, la policía en lugar de asaltar la sede del Fondo contra la Corrupción, detener a varios trabajadores y requisar el material acumulado, debería estar al servicio de la investigación de una trama que está generando un justificado y profundísimo malestar entre la población, Acierta la Unión Europea al calificar como “ataque a la democracia” las detenciones del domingo. Silenciar la voz de quienes protestan pacíficamente es incompatible con un mínimo régimen de libertades.

No deja de resultar paradójico la constante interferencia rusa en los procesos democráticos en curso y en la política de los países de Europa. Hemos visto la profundidad de estas interferencias en la campaña electoral en EE UU. Y vemos ahora cómo Putin se vincula con fuerzas reaccionarias como la que representa Marine Le Pen en Francia o el húngaro Orban.

El presidente ruso habría de centrarse en regenerar un sistema que se aleja cada vez más de los usos democráticos en vez de tratar de influir en otros. Las masivas manifestaciones del fin de semana demuestran que a pesar del amedrentamiento en el que viven quienes se atreven a denunciar la corrupción del sistema la sociedad rusa no está ni mucho menos acallada. Dentro y fuera de Rusia, el hartazgo con Putin crece. Es una buena noticia para la democracia y los demócratas.

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