Huimos del infierno y volvemos del abismo pero…
La Gran Recesión de 2008 a punto estuvo de liquidar el euro y archivar la Unión, justo cuando la Unión parecía morir de éxito
Europa salvó a los europeos del infierno. Cuando empezaba, era un continente desolado, hacinado, hambriento, desmoralizado. Por reconstruir. Las líneas divisorias y fronterizas lo fragmentaban. A un lado, el telón de acero; al otro, seis perdedores de la Segunda Guerra (Francia e Italia subieron al podio al final) hurgando futuro; al Oeste, un Reino Unido vencedor pero solitario, presto a armar un tercer bloque comercial (la EFTA) que acabaría desahuciado. Todos, desposeídos de sus imperios, primacía y glamur.
De esos escombros surgió Europa. Empujada por una férrea voluntad de resucitar, por el sueño de una férrea minoría europeísta, por la solidaridad norteamericana de un plan de recuperación que el general Marshall condicionó al trabajo en común de los locales. Era ineludible para respirar en los intersticios de un mundo ya bipolar, que recuperaba de América el mercado hundido e ideaba la “economía social de mercado” y un “modelo social” competitivo con el del rival soviético.
El invento se consolidó encadenando eslabones de interés económico mutuo, y de políticas económicas sectoriales comunes. Anudando una continua ampliación en cinco oleadas gracias a la vis atractiva que su paz, su democracia y su prosperidad ejercían en los vecinos. Profundizando su acción mediante seis Tratados. Salvando numerosas crisis de mayor cuantía.
Ahí estamos. En el desafío de insuflar una dinámica más ágil, más tangible y ofensiva a la digestión de las secuelas de la Gran Crisis. Se requiere un triple salto
La última, la Gran Recesión de 2008, a punto estuvo de liquidar el euro y archivar la Unión, justo cuando la Unión parecía morir de éxito. Combinada con la mala digestión de la ampliación al Este, provocó inéditas fracturas: la fragmentación económica Norte-Sur; el abismo democrático Este-Oeste; las brechas sociales.
Aguantó porque, debilitados, aguantaron su herido modelo social, su erosionada economía, su gente. Absorbió los efectos fatales de sus políticas defectuosas, la excesiva austeridad fiscal, el desdén a lo social. Y en un lustro alumbró mecanismos anticrisis que a otros les costaron siglos: rescates, unión bancaria, políticas expansivas del BCE. Mientras, siguió fabricando jurisprudencia progresista (desahucios, interinos, hipotecas abusivas); activando una (modesta) diplomacia común; y asegurando la (minimalista) cohesión interna, pese a los populismos.
Estos, antieuropeos, xenófobos, nacionalistas, se infiltraban por cualquier resquicio, parasitando lógicos descontentos por las tareas inacabadas o irresueltas: la inanidad oficial ante la mayor desigualdad, el mal cauce a las oleadas de refugiados e inmigrantes. Por culpa del defecto de Europa, no de su exceso.
Ahí estamos. En el desafío de insuflar una dinámica más ágil, más tangible y ofensiva a la digestión de las secuelas de la Gran Crisis. Se requiere un triple salto. Primero, la reversión del olvido social, el rescate a los arrinconados en la cuneta de la crisis y la globalización asimétrica. Europa debe demostrarles que es tan afectiva hacia los vulnerables como efectiva en los mercados. Se requieren enfoques, normas y fondos europeos (complementarios de los nacionales) para salarios mínimos, derechos sociales, rentas mínimas, seguros de desempleo complementarios, lucha contra el paro y la pobreza, formación profesional, protección a la infancia, colocación de jóvenes… O Europa rescata su alma social o no se recuperará.
También debe completarse la unión económica y monetaria con la unión bancaria, la energética, la tecnológica, una línea presupuestaria para la eurozona, un plan para la mutualización progresiva de la deuda, un Tesoro y Hacienda federales. Y una política económica más enfocada hacia el crecimiento y el empleo.
Y las políticas exterior y de defensa, esas incipientes herramientas de seguridad, esenciales para un Este inseguro. O lo logra, o cojeará ante la cita a la que el mundo la convoca: la recuperación y mejora del orden liberal-democrático que la nutrió. Y que hoy corre grave peligro.
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