Piratas
Flint se prepara para la votación con la tranquilidad de haber comprendido la esencia de la democracia: estamos en manos de tarados
En la serie Black Sails, un mundo al que han ido a parar el capitán Flint y Long John Silver de La isla del tesoro transferidos con sus nombres pero alejados dramáticamente de Stevenson, se sucede cada cuatro o cinco capítulos un proceso democrático que tiene como protagonista al famoso pirata. De este modo, tras un fiasco, la tripulación se reúne y decide si revalida o no el poder de Flint. Es muy interesante porque los hombres de confianza de cada candidato se pasan la víspera entre el burdel y la taberna para asegurar los votos, y horas antes siempre circulan por la isla de Nassau —donde todos ellos viven proscritos entre postales de Halcón Viajes— una especie de encuestas basadas en la confianza de quienes hayan prometido su voto.
Hay una escena en la que Flint está de espaldas en una playa, de noche, rodeado por la luz de las velas: es una postura que explota mucho porque de ese modo, al girar solo medio cuerpo, ni siquiera él controla el impacto de su mirada (hay que decir que la serie, de Netflix, es buenísima pero totalmente inverosímil: si todos los piratas estuviesen tan buenos serían los barcos españoles e ingleses los que se pondrían como motos cada vez que viesen la bandera de la calavera). Entonces aparece Long John Silver, otro que cuando no está abordando buques desfila para Karl Lagerfeld, y le comenta a Flint las israelitas: resulta que uno de los hombres que tenían asegurado iba a votar por el adversario. ¿Qué había ocurrido? Durante la comida, a ese simpatizante de Flint le molestó la forma de comer de un compañero de tripulación, se lo hizo saber y ambos se enzarzaron en una pelea. Al enterarse de que su contendiente también iba a votar a Flint, el hombre anunció que cambiaba su voto.
Flint, abatido, reflexiona (cito de memoria): “Los años en alta mar, el talento para la navegación, el instinto para dirigir la tripulación, todos los botines que he conseguido, un tío abriendo mucho la boca al masticar, mis voces antes de un ataque, el arrojo en la batalla. Todo tiene la misma importancia”. Lo asume con naturalidad, sin hacer dramas, y se prepara para la votación con la tranquilidad de haber comprendido la esencia de la democracia: estamos en manos de tarados. Y sin embargo así es, en la política y en la vida, como se tejen pactos de convivencia y respeto. Ocurre cuando funciona con eficacia la virtud y el capricho, y uno alcanza a comprender que 40 años de pirata valen tanto como el trozo de carne que un gilipollas se mete en la boca.
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