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Tribuna
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La martingala

No estaríamos aquí si en Cataluña no se hubieran conculcado o aborrecido derechos constitucionales desde hace 30 años. Y si el Estado hubiera sido la mitad de beligerante de lo que lo han sido los Gobiernos nacionalistas

Andrés Trapiello
EDUARDO ESTRADA

La fortuna de las metáforas depende de su plasticidad, y aunque pocos hayamos visto un choque de trenes, hasta un niño puede llegar a representárselo con asombrosa exactitud. Quizá por ello esta metáfora ha sido recurrente desde hace cinco años en el proceso soberanista catalán, pero no ve uno que esté siendo bien utilizada.

Hay un tren, desde luego, y maquinistas y pasajeros, incluso rehenes, pero no habrá choque de trenes, porque para que fuese así tendría que haber dos trenes, y aquí solo hay uno. Esto no obsta para que ese tren se precipite ciego contra los topes de la estación final, y chocará en breve. De eso no hay duda, y a tenor de la aceleración exponencial, el impacto va a ser de los que hagan época.

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¿Y no habría modo de evitar el choque? Probablemente no. El primer error de los sucesivos maquinistas de ese tren independentista ha sido creer que los trenes pueden dejar a un lado raíles y trazado y en “una huida hacia delante” reunirse con la Historia, en la Gran Cita. Tampoco sabemos si ha sido error o solo un cálculo interesado presentar al Estado como otro tren, lanzado contra ellos (“España nos roba”, etcétera).. La ventaja para los independentistas de hacer figurar en la escena dos trenes que circulan por la misma vía y en sentido contrario es doble: se hace creer que Cataluña y España son dos formaciones diferentes y soberanas con igualdad de derechos (circular por la misma vía), pero asimétricas (a España, un convoy bastante más poderoso, solo le bastaría la inercia de su marcha para llevarse por delante cualquier obstáculo). Esto les permitiría seguir victimándose, porque es fácil suponer quién llevaría la peor parte en esa colisión, aunque finjan ahogar su melancolía en la metáfora de David y Goliat.

Y aquí es donde entra en escena el supuesto maquinista del tren del Estado, y decimos supuesto porque al no ser el Estado en este proceso ningún tren, el maquinista (Rajoy) viene a ser un fantasma.

A él le han acusado los secesionistas no solo de querer arrollar el legítimo tren de la independencia, sino que lo culpan, al propio Rajoy y a todo el Estado, de no haber detenido este mismo tren a tiempo: “de habernos advertido el Tribunal Constitucional de las consecuencias de un referéndum, este no se habría celebrado”, han declarado Artur Mas, Homs y compañía en sede judicial, lo que no les ha impedido proclamar a la salida ante sus secuaces que “volverían a convocarlo”.

El 9-N, UPyD pidió en un juzgado que se detuviera la consulta. El fiscal lo desestimó

La creencia de que Rajoy ha sido y es un estorbo para cualquier solución es un éxito de la propaganda independentista que comparten hoy muchos medios de comunicación no independentistas, la oposición, la práctica totalidad de los catalanes y una considerable mayoría de españoles. Y es cierto, Rajoy es responsable en parte, pero no en mayor medida que la no menos indolente sociedad en su conjunto. Si Rajoy y todos los demás hubiéramos defendido la Constitución —algo que no tiene la menor relación con el diálogo político—, no estaríamos en este punto. Pero muchos han creído, desde los primeros Gobiernos democráticos hasta el último, desde el gran o pequeño empresario al último de sus empleados, junto a intelectuales, profesionales y demás, que las cosas acabarían arreglándose solas y que los secesionistas llevarían su tren de forma sosegada a una vía muerta, y con esa frivolidad propia de las sociedades irresponsables se ha buscado a quién echar la culpa. Rajoy cree injusto el sambenito, ese disfraz de don Tancredo que le han puesto, pero lo cierto es que no interpreta mal ese papel: hasta veinte veces manifestó que el referéndum del 9-N no se celebraría, y cuando se estaba celebrando, y aun después, trató de hacernos creer que había sido poco menos que un pícnic. Lo cual, dicho sea de paso, les ha proporcionado a los imputados la línea argumental de su defensa. “Si el Estado (Rajoy) decía que era un pícnic, ¿de qué se nos acusa?”.

¿Pero en esta opereta no hay un solo justo? Desde luego que sí, ha habido algunos pocos, en Cataluña varios, que han tratado de asaltar la locomotora y detener al maquinista loco, pero se les han echado encima no solo los fogoneros, sino muchos pasajeros, los famosos voluntarios, con comportamientos sociales a menudo de jauría humana de guante blanco. A las 9 de la mañana del mismo 9 de noviembre, en cuanto se abrieron los colegios electorales, UPyD pidió en un juzgado que se detuviera la consulta. El fiscal lo desestimó por no saber a esa hora, dijo, quién convocaba aquello… y volvió a desestimarlo a mediodía, cuando un Mas ebrio de triunfo apareció por televisión jactándose de ser el único responsable de aquella martingala, al tiempo que retaba a la fiscalía: “la manga riega, que aquí no llega”. Aquel fiscal es, en uno de esos giros que solo tienen cabida en la ficción, el mismo que ha tocado a Mas en el juicio que se ha seguido contra él por los sucesos del 9-N.

Y aquí estamos. Si en Cataluña no se hubieran conculcado o aborrecido derechos constitucionales desde hace 30 años en materia de lengua, educación y propaganda, ni transigido con victimaciones políticas de ningún género, ni las corruptas de Pujol, ni las insensatas de Montilla, y se hubiera recordado a los españoles que en un Estado de derecho la falta de libertad e igualdad es lesiva para todos, no estaríamos aquí. Si el Estado hubiera sido la mitad de beligerante que han sido los Gobiernos nacionalistas catalanes, si hubiese sido la mitad de leal para consigo mismo de lo que esos Gobiernos han sido desleales con él, no estaríamos aquí. Si los demócratas hubieran defendido sus derechos constitucionales con la mitad de brío que han puesto los independentistas en atropellarlos, no estaríamos tampoco aquí.

El tren circula ya a la mayor velocidad, fuera de control. Van en él dos millones (dicen) de independentistas y llevan como rehenes a otros cuatro millones de catalanes. Embestirá los topes (la Constitución) a 1.000 por hora, saltará a los andenes, en una balumba horrísona, y se llevará por delante todo lo que encuentre a su paso hasta que las leyes físicas acaben por reducirlo a la completa y espantosa quietud, en medio de un silencio atronador. Algunos miembros de la CUP —al grito de “¡fuera topes!”— han manifestado que ellos están “dispuestos a todo”, y viven ya anticipadamente ilusionados ese momento.

El tren independentista embestirá los topes (la Constitución) a 1.000 por hora

Mientras la fiesta continúa (en Madrid Mas anunciaba “una tercera vía”, y dos días después en el País Vasco solo una: la independencia), el pálpito de que finalmente nada grave sucederá es general. Incluso se nos viene diciendo de un tiempo a esta parte que muchos independentistas dan por concluida la martingala esquizoide. ¿Tienen algún fundamento tales impresiones, tales barruntos? Sí, parecido al que daba por “imposible de todo punto” el triunfo de Trump el mismo día en que aquel se estaba produciendo.

Andrés Trapiello es escritor.

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