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MIRADOR
Columna
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No saber

La dureza contra los refugiados no solo no se castiga sino que es premiada por los votantes

David Trueba
Manifestacion en favor de la acogida de refugiados el pasado sábado en Barcelona.
Manifestacion en favor de la acogida de refugiados el pasado sábado en Barcelona. Massimiliano Minocri

Que la justicia no es igual para todos lo sabe cualquiera. ¿Pero es que queda alguna duda todavía? No hace falta redactar una jurisprudencia oportuna para justificar que una esposa no sepa que su marido roba. Tampoco Putin sabe quién mató a Anna Politkóvskaya, ni Maduro por qué está Leopoldo López en la cárcel, ni Xi Jinping que, además del libre comercio, existe la libertad de prensa, ni tampoco Marine Le Pen quiere enterarse de la violencia policial en Francia. La lista es inacabable, porque desde que la mano derecha no sabe lo que hace la mano izquierda, el ser humano es un esquizofrénico que aplica sus valores bajo tantos condicionantes que a veces pareciera que ya no queda valor ninguno sobre la faz de la tierra. Cuando la doctrina de Bush y sus aliados permitió el uso de la tortura sin ningún aspaviento, cuando las democracias toleraron la interferencia de comunicaciones privadas, los bombardeos sin acuerdo internacional y el asesinato selectivo a distancia, seguramente nadie imaginaba que el mando de la nación más poderosa del mundo recaería en un narcisista irascible, todos confiábamos en que esos privilegios los detentaría siempre un buen chaval democrático y creyente.

Por todo ello, la manifestación de este sábado por las calles de Barcelona en favor de la acogida a refugiados tiene un valor catárquico. El de recordarnos a nosotros mismos que aún nos queda un recóndito recuerdo de algo llamado dignidad. Y otra mala noticia, no es Trump el primero que alza muros fronterizos y justifica el asesinato de los que huyen de la pobreza y la marginación. Recuperar la obligación de dar refugio a quienes huyen de la guerra nos permite recordar que hace no tanto esa guerra fue en España y quienes huían no eran sabandijas y terroristas, sino abuelos y bisabuelos de nuestros hijos.

Si España no soluciona en días el conflicto sobre la liberalización de la contrata de estibadores recibirá una multa millonaria. Si algún país de la Unión Europea incumple las medidas económicas y fracasa en sus balances, recibe una sanción monetaria. Pero si no se cumplen los acuerdos migratorios ni la solución aprobada para la acogida de refugiados no hay multa ni sanción. La dureza contra los refugiados, su rechazo visceral incluso en países envejecidos que precisan de relevo generacional y podrían beneficiarse de la llegada de inmigrantes, no solo no se castiga sino que es premiada por los votantes. Muchos de ellos, en esa jurisprudencia del yo no sabía nada, señoría, tampoco saben que con su apoyo están de nuevo alzando al poder el fascismo, la xenofobia y el rencor.

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