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RED DE EXPERTOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El hambre infantil, un drama sin resolver

Para acabar con el hambre hay que evitar contemplar el sufrimiento de los otros como algo normal

Una mujer cuida sus cultivos ante la mirada de su hijo, en Danja (Níger).
Una mujer cuida sus cultivos ante la mirada de su hijo, en Danja (Níger). ©FAO (Giorgio Napolitano)

“Pan pide la mano cerraday la mano extendida (...)Seguimos en el hambre...Seguimos en el hambre todavía”

León Felipe

Este fin de semana, Manos Unidas ha dado visibilidad a su campaña anual contra el hambre en el mundo. No son pocos los que padecen esta lacra, generada, entre otras causas, por la pobreza. Y el hambre de los pobres ha hecho mirar siempre hacia sus víctimas más indefensas: los niños. Páginas memorables de Dickens, de Dostoievski o de Camilo José Cela vienen fácilmente a la memoria como mensajes a la conciencia de la Modernidad ante uno de los escándalos y desafueros más evidentes de la humanidad: el sufrimiento y a la muerte de los más pequeños por falta de comida.

Aunque los esfuerzos de los últimos años para erradicar el hambre han dado importantes resultados, la evidencia se impone. Desafortunadamente, este flagelo sigue golpeando nuestro mundo y continúa cebándose en los niños. Son muchos los informes que nos señalan que casi la mitad de las muertes de menores de cinco años puede atribuirse a la desnutrición. Son millones cada año.

Pero no es cuestión de abundar en las cifras, escalofriantes desde cualquier punto de vista. Tampoco se trata de traer a colación nombres y lugares concretos, aunque es difícil ignorar historias penosas, narradas por quienes trabajan al servicio de los indigentes en algunos países. Nos hablan de llanto y penuria, de criaturas escuálidas que no pueden dormir, ni jugar, ni reír. Y esto sencillamente porque no tienen nada que llevarse a la boca. Sufren y mueren de hambre. Así de cruel, así de injusto.

La desnutrición, hija mayor de la miseria, ve danzar al hambre, acompañada en su macabro paso por las infecciones y las enfermedades frecuentes que se ceban en los organismos debilitados de los niños. Los servicios inadecuados de salud, de agua y de saneamiento constituyen el resto de un sombrío cuadro que cierra toda posibilidad a una vida digna y saludable. El hambre desdibuja el presente y bloquea el futuro. Digámoslo nuevamente para sonrojo nuestro: Si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán 167 millones los niños que vivirán en la pobreza extrema, y serán 69 los millones de menores de cinco años que morirán a causa del hambre entre 2016 y 2030.

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La emaciación, definida como “adelgazamiento morboso”, es el resultado de la enfermedad o de la desnutrición aguda. Esa protagonista de las fotos y filmaciones que nos presentan a niños con la mirada perdida, esqueléticos en su complexión, con rostros lacerados de dolor y aflicción. Llama la atención que, junto a esa tragedia, aparezca también la necesidad de que no aumenten los niveles de sobrepeso en la niñez. La obesidad es la otra cara del drama de la malnutrición. Pero, de una forma u otra, al final vemos a la infancia transida por contrastes funestos.

Estos datos no han pasado inadvertidos al papa Francisco, que, en una carta escrita a los obispos de la Iglesia católica el pasado 28 de diciembre invitaba a "escuchar el llanto y el gemir de estos niños" que hoy padecen los efectos de pobrezas, de violencias e iniquidades. Las religiones, almas de los pueblos y de sus culturas —y particularmente el cristianismo— tienen la misión de lanzar mensajes a las conciencias, personales y colectivas, haciendo presentes las tristezas de los más pequeños y frágiles. No podemos callar, sino prestar nuestra voz a los que no la tienen y tratar de realizar, según nuestras posibilidades, lo que Cristo dijo: “Dadles vosotros de comer”.

Ante estas palabras, se abren dos caminos: acoger el grito de los hambrientos de la tierra o aumentar nuestra sordera. Es una encrucijada que no ha de dejarnos indiferentes. Los que carecen de todo continúan llamando a nuestra puerta, a la de cada uno de nosotros. ¿Qué haremos? Conviene recordarlo: o cambiamos de actitudes y nos comprometemos seriamente en ayudar a los desfavorecidos de este mundo o el tribunal de la historia nos pedirá cuentas.

La FAO ha señalado a la comunidad internacional la necesidad del crecimiento inclusivo para sostener la mitigación de la pobreza y la reducción del hambre, brindando oportunidades a las personas que tienen menos bienes, especialmente a quienes viven en el medio rural, buscando la mejora de la productividad de los recursos agrícolas familiares. La apertura del comercio internacional debe estar atenta a crear garantías efectivas para los países en desarrollo, evitando los efectos perjudiciales sobre la alimentación de sus ciudadanos. Hay que luchar por la protección social, especialmente en lo que se refiere a una seguridad básica sobre los ingresos y al acceso a una mejor nutrición, asistencia sanitaria y educación.

Acabar con el hambre no es solo deseable: es posible, necesario y urgente

Convenzámonos: no es un sueño inalcanzable, el hambre se puede derrotar. Acabar con ella no es solo deseable: es posible, necesario y urgente. Se ha hecho mucho, pero se puede hacer más y mejor. Para ello es imprescindible "cuidarnos del triste signo de la globalización de la indiferencia, que nos va 'acostumbrando' lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal, o peor aún, a resignarnos ante las formas extremas y escandalosas de 'descarte' y de exclusión social". Ante el hambre, tu ayuda cuenta. Si quieres, muévete y actúa, preséntale batalla. ¿A qué esperas?

Fernando Chica Arellano es observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, el PMA y el FIDA.

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