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Transformación rural inclusiva contra el hambre

Todo gira en torno a los pequeños agricultores que deben ser actores centrales en las estrategias y programas destinados a asegurar la seguridad y soberanía alimentaria y nutricional

Formación para agricultores en Gakindo (Ruanda).
Formación para agricultores en Gakindo (Ruanda).©FAO (Marco Longari)
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Este año, el Día Mundial de la Alimentación nos invita a reflexionar sobre la relación entre cambio climático y seguridad alimentaria. Yo les invito a poner estos dos temas cruciales en relación con un tercero, la necesidad de fomentar una transformación rural inclusiva, tal y como el FIDA ha señalado en su Informe sobre el Desarrollo Rural 2016.

Todo gira en torno a los pequeños agricultores. Ellos son los principales productores de alimentos básicos, sobre todo en los países en desarrollo. Y por eso deben ser considerados actores centrales en las estrategias y programas destinados a asegurar la seguridad y soberanía alimentaria y nutricional en dichos países.

Déjenme ponerles un ejemplo muy gráfico. En Brasil, los agricultores familiares poseen el 80% de las explotaciones agrícolas si hablamos del número absoluto. Pero éstas representan tan sólo el 19% de la tierra cultivable y el 12% del PIB agrícola. Sin embargo, producen hasta el 70% de algunos alimentos básicos.

Y es que si bien los pequeños agricultores son los mayores inversores en agricultura en países en desarrollo, se enfrentan a gigantescas dificultades para hacer lo que mejor saben, que es producir alimentos para poner en la mesa de la gente. Limitaciones a la hora de acceder a mercados, a tierras productivas, a recursos financieros y tecnológicos, a insumos, y a conocimiento e información. Todo esto afecta a la capacidad de aumentar la productividad agrícola, reducir la presión ambiental, y mejorar la seguridad alimentaria y nutricional. Tanto la suya propia como la de las comunidades a las que pertenecen.

La falta de oportunidades económicamente viables en muchas zonas rurales en el mundo contribuye a aumentar varios de los fenómenos sociales que vemos todos los días en los medios de comunicación. Las migraciones dentro de y entre los países dan lugar a problemas sociales y políticos ingentes: superpoblación en metrópolis de países en vías de desarrollo, inmigración masiva desde África, Oriente Medio y Centroamérica hacia naciones desarrolladas y las repetidas tragedias que este fenómeno provoca, y aumento de las tensiones sociales y políticas que no reconocen fronteras

Pero aunquelos sistemas agrícolas de los que depende la alimentación de gran parte de la población del planeta se encuentran en riesgo, y la seguridad alimentaria, cada vez más comprometida, no todo está perdido.

Algunos países han demostrado que es posible llevar a cabo transformaciones en las áreas rurales de tal manera que sean inclusivas y contribuyan a la reducción de la pobreza y de la inseguridad alimentaria y nutricional. En estos casos, esas transformaciones han sido en general acompañadas de un aumento en los ingresos de las poblaciones rurales, de la expansión de las opciones para vivir mejor, y de mayor acceso a más y mejores alimentos.

Volviendo al ejemplo de Brasil, esto sucedió en las áreas rurales y en las pequeñas ciudades semirrurales del país cuando las políticas de impulso de la agricultura familiar y de combate a la pobreza se combinaron y sacaron a millones de personas de la pobreza.

Pero mientras todas estas cosas positivas sucedían en Brasil, en muchos otros países persistía o incluso avanzaba la malnutrición y sus fenómenos asociados (retrasos en el crecimiento, deficiencias de micronutrientes).

La evidencia empírica demuestra que las políticas y las inversiones para fortalecer los sistemas productivos de modo tal que favorezcan la seguridad alimentaria y nutricional deben incluir varios aspectos:

Estas políticas e inversiones deben ser puestas en un contexto más amplio. Ese contexto es el de la transformación rural inclusiva por la que el FIDA aboga desde hace años, pero especialmente desde la presentación de su reciente Informe sobre el Desarrollo Rural 2016.

Dicho informe, tras examinar las experiencias de desarrollo en 60 países, concluye que la transformación rural inclusiva no sucede automáticamente, que el crecimiento económico por sí mismo no garantiza la reducción de la pobreza, y menos de la pobreza extrema, en el medio rural. Tampoco garantiza la reducción de la inequidad o de la exclusión de sectores comúnmente rezagados, como los pequeños productores, los jóvenes y mujeres rurales, y las comunidades indígenas.

Poner en marcha políticas que garanticen una transformación rural inclusiva es una elección necesaria. Una elección necesaria y “urgente”, como sostuvo nuestro presidente Kanayo F. Nwanze en la presentación del informe en México. Sobre todo, si queremos cumplir con la Agenda Global de Desarrollo 2030, que se propone acabar con el hambre y la pobreza extrema y “no dejar a nadie atrás”.

Más allá de la noción de justicia social, promover esa transformación rural inclusiva tiene que ver también con mejorar el rendimiento del conjunto de la economía, promoviendo un desarrollo económico de amplia base social y más sustentable. Tiene también que ver con construir sociedades más equitativas y cohesionadas, con menores niveles de conflictividad social y política.

Un sector de pequeña agricultura pujante es la mejor manera de garantizar un país con seguridad alimentaria, sano y con las raíces de su prosperidad bien asentadas en la tierra y no en cualquier burbuja.

Constanza di Nucci es investigadora y especialista en políticas del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA).

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