Albert Adrià abre Enigma, restaurante en la estela de elBulli
La experiencia gastronómica se suma al proyecto de los cocineros en Barcelona
“Parecería que lo lógico después de cerrar elBulli hubiera sido empezar por algo así, pero ha salido al revés”, comentaba Albert Adrià después de que todos los comensales hubiesen dado buena —y exquisita— cuenta de su nueva propuesta, Enigma. Es el nombre del restaurante que ha abierto sus puertas en Barcelona, en la misma zona en la que Albert y Ferran Adrià —junto con los hermanos Iglesias— emprendieron el proyecto empresarial El Barri hace ocho años que agrupa cinco locales —Tickets, Pakta, Bodeha1900, Niño Viejo y Hoja Santa—, y al que ahora se suma Enigma. Todos a un paso del Paral·lel barcelonés, una de las últimas áreas de moda de la capital catalana.
El comentario de Adriá tiene todo el sentido del mundo porque la propuesta gastronómica de Enigma, sin ser elBulli, sí que está en su estela. Son una cincuentena de pequeños bocados, a cuál más enigmático. De hecho, es imposible evitar el juego de intentar adivinar qué es qué. La solución llega al final de cada uno de ellos.
El local ocupa la planta baja de lo que fue un edificio de instalaciones de Telefónica, 700 metros diáfanos. Desde fuera no hay ni una pista de que se trata de un restaurante, tan solo la palabra Enigma semiesculpida en la fachada. La puerta solo se abre con un código que los comensales reciben con la confirmación de la reserva. Y ahí empieza lo que, de entrada, parece un laberinto de cristal, mallas metálicas, resinas. Todo en un abanico de tonos grises, incluido el techo, en un espacio que ha sido diseñado por los arquitectos catalanes RCR. Adrià convocó un concurso para diseñar su nueva apuesta: “Quería algo diferente, sabía que sería complicado, tanto que hemos estado más de dos años y medio en obras”, contó. De hecho, la apertura de Enigma estaba prevista para finales de 2015 y se abrió el pasado enero. “Abrimos las reservas con las previsiones iniciales y ahora tenemos una lista de espera tremenda. Hasta octubre lo tenemos ya todo reservado”, añadía. La mayoría, el 80%, de los que ya tienen mesa con fecha, son catalanes y del resto de España.
Aunque el local es grande, los comensales son solo 24. “No sería posible hacerlo bien con más gente”, remarca Adrià, con el que trabajan 30 personas entre cocina y personal de sala. Quien penetre en Enigma —el precio de la experiencia ronda los 250 euros— hará un recorrido que dura unas dos horas y media por diferentes espacios gastronómicos en una más que cuidada disposición, con un cierto aire japonés hasta en los uniformes. La barra es una de las paradas con una singular coctelería. Los comensales pasarán por la cocina —de hecho la bordean— para llegar a otro de los espacios: una gran plancha teppanyaki en torno a la que se sentarán un máximo de seis personas que ven paso por paso la preparación de bocados como una espardenya con pilpil de jamón ibérico o un canelón de blini con queso. La siguiente parada es la más parecida a un comedor normal con mesas y sillas. Una vez más la sorpresa son los bocados. Es en esa zona donde se ha dispuesto el espacio Dom Pérignon (que invitó a este periódico), donde la experiencia gastronómica puede ser acompañada exclusivamente por el champán francés que se ha aliado con Adrià.
El recorrido acaba de forma un tanto sorprendente: el comensal deja atrás el ambiente zen y se encuentra en un área de trabajo de Adrià y parte de su equipo para, después de traspasar una puerta, encontrarse en medio de un bar, el 41 grados. “Es el que estaba al lado del Tickets y lo desmontamos piedra a piedra para traerlo aquí”, explica Adrià en lo que es la última pieza de su Enigma.
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