“El tópico de 'puta perfecta': aún es aquella que solo piensa en sexo”
Amara Moira, prostituta y travesti, lucha por un feminismo que atienda los problemas de las meretrices y del colectivo LGTBI
La vida de Amara Moira (Campinas, São Paulo, 1985) recuerda a una gran caja de sorpresas, si bien más que la típica caja cuadrada quizá se asemeje más a una con forma de círculo: Amara es travesti, prostituta, feminista y acérrima defensora de los derechos del colectivo LGTBI; además de política y escritora. En su caja, que es su vida, no queda espacio para las contradicciones. Todas sus facetas son igual de importantes, todas cohabitan a la misma distancia del centro de su múltiple ser.
Al contrario que muchas compañeras de profesión, ella no tiene miedo de reivindicar abiertamente un estado social “más positivo” para las profesionales del sexo. Lo hace mediante publicaciones en la revista feminista AzMina, en las redes sociales o en un popular blog en el que narra sus propias vivencias. Considera que “el estigma” es el gran obstáculo para que surjan más voces libres como la suya, aunque algunas hay: “El estereotipo de 'puta perfecta' todavía es el de aquella que solo piensa en sexo, no se posiciona políticamente ni se alinea con los movimientos sociales; la mujer inteligente y, por encima de todo, militante asusta a los hombres”, explica.
En Brasil la prostitución es reconocida oficialmente como profesión desde 2002, pero ser gerente o propietario de alguno de estos locales todavía es crimen, lo que a sus ojos, acaba por “criminalizar indirectamente” esta práctica. El no poder trabajar en un lugar seguro, limpio, con agua corriente... tampoco les permite cobrar “un precio justo” por sus servicios ni abandonar la “marginalidad” de ejercer en las calles. Amara está convencida de que para acabar con este estigma, al igual que con el machismo que hace que “algunos clientes se sientan dueños de sus cuerpos y no respeten los límites establecidos”, primero se deben mejorar las condiciones laborales.
Y para que esto suceda, para que la mujer que trabaja como meretriz sea respetada y valorada como una profesional, ella considera necesario el feminismo. Un feminismo dilatado que “acepte a las prostitutas” y que no solo vea en su trabajo un “ejemplo de desgracia y de sumisión”. “El feminismo no quiere saber nada de nuestra maestría en el sexo, de cómo nos enfrentamos a los hombres o del hecho de que la prostitución sea, en muchas ocasiones, una vía de escape a familias abusivas o a condiciones de extrema vulnerabilidad”, argumenta.
Ella misma estaría en contra de esta práctica si fueran prostitutas quienes encabezaran esa oposición, y no personas que lo “desconocen todo” del oficio y que se limitan a repetir “frases rimbombantes” como 'la prostitución es la venta del cuerpo femenino'; si bien, a su parecer, el cuerpo sigue siendo suyo “antes, durante y después del servicio sexual”. Tampoco entiende lo de que 'la prostitución es una violación remunerada', ya que dicha afirmación “banaliza de una forma muy irresponsable un grave problema” y las muestra incapaces de diferenciar “cuando practican sexo de cuando sufren violencia sexual”.
Reconocerme como travesti significó romper con el orden que, en una sociedad sexista, mi genital había decretado sobre mi cuerpo y mi existencia
Desde hace años, fomentar un feminismo amplio de miras, que batalle por la igualdad de género tanto de prostitutas como de lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, etc., se ha convertido en su principal lucha. “El elemento machista detrás de la discriminación LGTBI es notorio, de ahí la necesidad de un movimiento LGTBI atravesado por el feminismo”, argumenta.
Ella, que durante 29 años de existencia se comportó, pensó y vivió como un hombre, sabe muy bien hasta qué punto el machismo está incrustado en cada poro de nuestra piel: “Existe una gran resistencia a que las mujeres descubran o, incluso, se sientan con derecho a sentir amor por otras mujeres; lo que hace que solo se vean capaces de relacionarse con hombres, en general, con más posibilidades de imponerse y de ocupar el espacio público, profesional e intelectual que ellas”.
Y lo mismo sucede con las personas transexuales que, como Amara, se han visto obligadas a ignorar durante muchos años su identidad femenina por la “masculinidad tóxica y abusiva” que les ha sido impuesta desde pequeñas. “Reconocerme como travesti significó romper con el orden que, en una sociedad cisexista [creencia de que la categoría cromosómica/genital corresponde a la identidad de género], mi genital había decretado sobre mi cuerpo y mi existencia. Significó hacer realidad la forma en la que me sería más leve existir”, afirma.
Pero ejercer como prostituta transexual en Brasil no siempre es algo fácil ni mucho menos seguro. De acuerdo con el Grupo Gay da Bahia (GGB), entidad defensora del colectivo LGTBI más antigua del país, se han producido 296 homicidios homotransfóbicos en Brasil solo en 2016. Por su parte, la ONG Transgender Europe (TGEU) registró 900 muertes de personas LGTBI brasileñas entre enero de 2008 y septiembre de 2016; cifra muy superior, en valores absolutos, a las de cualquiera de los otros 68 países participantes de este estudio, entre ellos, México (271), Estados Unidos (154), Colombia (114), Honduras (89) o Turquía (44).
Por ello, según Moira, la prostitución adquiere significados extremadamente paradójicos cuando se refiere al colectivo transexual. Por un lado, es lo que les permite subsistir cuando todos los demás les han cerrado las puertas (familia, estudios, mercado formal de trabajo, etc.) y por el otro, es donde más les matan a causa de la precaridad con la que ejercen esta profesión. “Somos un recordatorio para el resto de la sociedad de cómo pueden acabar si no siguen la norma que les fue impuesta al nacer, de ahí la importancia de que existamos en un número pequeño y de que siempre seamos violentadas”, matiza.
Ocupar cada vez espacios mayores y hacerse visibles también en la esfera pública constituye su otra gran batalla. Ella misma se presentó como concejala en la ciudad de Campinas (São Paulo) con el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), en las elecciones municipales del pasado mes de octubre. Y aunque no salió elegida, realizó una gran labor de concienciación y divulgación de las problemáticas del colectivo LGTBI a través de su campaña política y en las redes sociales.
Existe una gran resistencia a que las mujeres se sientan con derecho a sentir amor por otras mujeres
Y no solo en política, como estudiante de doctorado en la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), Amara también se cuestiona la escasa presencia del colectivo transexual en el ámbito académico y, en concreto, en su área de estudio: la crítica literaria. Otra barrera que ha querido romper con la reciente publicación de su libro 'E se eu fosse puta' (Y si yo fuese puta) en el que aborda en primera persona temas sensibles como la exclusión social o el miedo al estigma a los que habitualmente se enfrentan las prostitutas.
“La sociedad va a sufrir una transformación radical cuando las mujeres trans y travestis consigamos imponer nuestro derecho a la existencia, y la manera que tenemos de pensar y vivir nuestros cuerpos e identidades sea respetada”, asegura Moira. Una sociedad en la que ella, Amara, pudiese ganarse la vida como profesora de literatura, oficio que ya desempeñó cuando todavía se presentaba como un hombre. En la que las prostitutas participasen de la opinión pública y no sufriesen más vejaciones. En la que las mujeres pudiesen amar a otras mujeres y los hombres a otros hombres sin ser asesinados por ello. Una sociedad en la que diversidad fuese sinónimo de respeto.
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