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MIRADOR
Columna
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Trillo

Vemos a un hombre convencido de su impunidad, cuando no de su inocencia, por más que sepa que traicionó a todos sus subordinados

Julio Llamazares
Federico Trillo en 2005 ante la comisión de Defensa del Congreso.
Federico Trillo en 2005 ante la comisión de Defensa del Congreso.Uly Martín

Si la cara es el espejo del alma, como se asegura, el embajador de España en Reino Unido y antiguo ministro de Aznar (otro cuya alma da miedo a tenor de lo que su rostro refleja), el popular Federico Trillo, debería dimitir inmediatamente de su cargo asustado de sí mismo al ver sus últimas fotos, que retratan a un hombre convencido de su impunidad, cuando no de su inocencia, por más que sepa que traicionó a todos sus subordinados en el terrible accidente aéreo que costó la vida a 62 militares españoles que volvían de Afganistán, a donde los había enviado él mismo como representante máximo del Ejército español. Al alba, con viento duro de levante, como le habría gustado anunciar a él, aficionado a la mar y a la poesía enfática, de haber sido una operación exitosa, 62 militares españoles perdieron la vida en Turquía cuando regresaban a España desde Afganistán en un viejo avión de carga ucranio que no reunía las condiciones exigibles de seguridad, algo que el ministerio sabía pero que obvió con tal de ahorrarse un dinero, como el Consejo de Estado español acaba de manifestar. El Consejo de Estado no dice nada de los apresurados reconocimientos de los cadáveres ordenados por el propio Trillo para que el funeral de Estado con presencia del Rey se realizara en la fecha fijada y cuya improvisación les costó la cárcel y la carrera a varios médicos militares sin que él diera un paso al frente para defenderlos ni de su insensibilidad al negarse a recibir a las familias de los fallecidos, que aún hoy siguen pidiendo su dimisión, no ya del cargo de embajador en Londres, sino de cualquiera otro que pueda detentar una persona cuyo historial se completa con meteduras de pata tan memorables como aquel grito de “¡Viva Honduras!” ante un contingente de militares de El Salvador (país que cualquiera sabe no se lleva precisamente muy bien con el hondureño) o sus siniestras artes de muñidor en la sombra de todas las maniobras urdidas por su partido cuando se vio acorralado por los escándalos de corrupción, ya fuera el de los trajes de Francisco Camps (a cuyo autor, el sastre José Tomás, llegó a amenazar en persona según éste declaró en el juicio), ya fuera el del caso Gürtel,que torpedeó judicialmente todo lo que pudo y más como asesor jurídico del PP, del que cobraba por ello a pesar de su incompatibilidad, pero tampoco fue necesario. El propio Trillo ya lo había hecho “hace muchísimos años”, como diría su jefe, Mariano Rajoy, cuando exclamó desde su tribuna de presidente del Parlamento español, puesto que también ocupó por sus muchos méritos: “¡Manda huevos!”.

Fin de la cita.

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