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Tribuna
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La política como vocación

Podemos quiere conquistar el poder. Falta saber con qué fines a la vista de sus camaleónicos bandazos

Roberto R. Aramayo
Un gesto de Iñigo Errejón (izquierda) junto a Pablo Iglesias en el Congreso.
Un gesto de Iñigo Errejón (izquierda) junto a Pablo Iglesias en el Congreso. Uly Martín

A Javier Muguerza, por su fecundo disenso 'isegórico'

Resulta muy instructivo ver Política, Manual de Instrucciones, el documental sobre la génesis y los primeros pasos de Podemos realizado por Fernando León de Aranoa, porque acaba con Vista Alegre I y da muchas pistas sobre lo que puede pasar en el segundo congreso de la formación morada. Tuve ocasión de verlo en el último Zinemaldia donostiarra. Sorprendía que la sala no estuviera llena, pese a que las elecciones autonómicas eran al día siguiente y las expectativas de voto en Euskadi habían sido espectaculares. Sí asistió al pase Pablo Iglesias y le formulé algunas preguntas como parte del público asistente. Le pregunté si el disenso era bien acogido en el seno de su organización, porque más bien parecía lo contrario después de visionar el documental. También le pregunté si un movimiento que parecía llamado a dinamizar la izquierda en España no estaba más bien contribuyendo a dinamitarla, tras haber abducido a Izquierda Unida y pretender suplantar al PSOE.

Tampoco dejé de preguntarle si él no podría llegar a ser percibido por la ciudadanía como un político profesional y si tenía previsto hacer mutis por el foro en caso de que su presencia se convirtiera en un problema. En realidad, esta última pregunta fue completada con otra referente a lo que llamé el "modelo Carmena". Al parecer los votantes apreciaron que una magistrada ya jubilada dedicase un tiempo a gestionar lo público, sin esperar ningún rédito personal de esa dedicación temporal. El descrédito de los partidos es de tal calibre, incluidos los emergentes, que presentar a profesionales de prestigio como abanderados resulta cada vez más elemental, aparte de recomendable.

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Tal como señaló Weber, habría dos formas de profesar la política. O se vive "para" la política o se vive "de" la política. He aquí el dilema. Vivir de la política como si el ser político fuese una profesión. O más bien vivir ocasionalmente para la política por pura vocación y al margen del ejercicio de otra profesión con la que ganarse la vida. De quienes se declaraban herederos del 15-M uno hubiera esperado que fuesen políticos vocacionales y no albergaran la pretensión de convertirse en políticos profesionales. Sin embargo, los líderes del proyecto colectivo no parecen creer en ese espíritu comunitario. De lo contrario, contarían con el banquillo del voluntariado y no pasarían meteóricamente de un escaño a otro, como hicieron quienes fueron transitoriamente eurodiputados por Podemos y dejaron de serlo para encabezar nuevas listas electorales. Ni coparían los cargos de la cúpula, como hizo quien apostaba por una secretaría general colegiada con tres miembros y aceptó luego la secretaría de organización dejada vacante por un cese fulminante. El portavoz de la Comunidad de Madrid acaba de ser sustituido por un solo voto de diferencia, porque el secretario general parece incapaz de compartir carisma y liderazgo con su número dos, cuya inspiración parecía resultarle imprescindible. Remito aquí de nuevo al documental de Aranoa, donde la dependencia del máximo líder respecto de su lugarteniente queda bien acreditada. De ahí su actual nerviosismo, al tener que competir con su antiguo tándem. Pero el vertiginoso itinerario de Podemos es aquí simplemente la anécdota que nos gustaría elevar a categoría.

Carmena, una magistrada jubilada, dedica un tiempo a lo público sin esperar rédito personal

En una Europa en la que el pueblo griego visibilizó que la soberanía expresada en las urnas quedaba supeditada a la agenda económica de Bruselas, Podemos despertó enormes expectativas. Parecía que podía darse otra manera de hacer política. Las penúltimas elecciones dejaron claro que los votantes españoles preferían un Parlamento plural. Pero quienes podían haber aprovechado esa ocasión de oro perdieron la vocación política en aras de convertirse en políticos profesionales. Tras el 20-D hicieron un cálculo aritmético. Podían obtener más escaños que el PSOE, si sumaban sus votos con los conseguidos por IU y se presentaban como socialdemócratas, insultando de paso la inteligencia y el espíritu crítico del electorado progresista. Bien al contrario, en ese trance se perdieron un millón de sufragios y lo peor de todo es que, lejos de ejercitar la autocrítica, decidieron que se habían equivocado los aletargados votantes. Menuda explicación.

Llevamos un año sin oír hablar de la urgente agenda que demandaban los serios problemas generados por la crisis económica y el paulatino desmantelamiento del Estado de bienestar. Los medios de comunicación solo nos hablan de que Susana podría animarse, sin quererlo por supuesto, a presentarse como candidata, después del cese de Sánchez. Ahora que el culebrón del idiosincrásico juego de tronos podemita bate récords de audiencia, se sigue haciendo caso omiso de toda esa gente bienintencionada que trabaja discretamente en los círculos de Podemos de modo amateur, sin esperar vivir de una política que perciben como una vocación y no como una profesión, al contrario que sus presuntos líderes. Como señaló Manuel Cruz en estas mismas páginas, parece claro que quieren conquistar el poder, pero falta saber con qué fines a la vista de sus camaleónicos bandazos y veleidosas estrategias. Parecía que podían dinamizar a la izquierda y se diría que más bien la podrían dinamitar por una larga temporada.

¿Acaso es tan difícil encontrar políticos vocacionales que no se conviertan en políticos profesionales? Citando de nuevo a Max Weber, “no se conseguiría lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez”. Tengo para mí que abundan los políticos vocacionales amateurs e inmunes a la profesionalización política y que bastaría con hacerles sitio en la gestión pública, con ayuda de mecanismos democráticos como el sorteo o la espontánea postulación, tal como preconiza Arendt en las páginas finales de Sobre la revolución, sometiéndoles luego al escrutinio electoral. Pero eso significaría el final para muchos políticos profesionalizados, incapaces de advertir que la política nunca ha precisado tanto como ahora del compromiso estrictamente vocacional con la isegoría.

Roberto R. Aramayo es historiador de las ideas morales y políticas. Autor de La Quimera del Rey Filósofo, así como de los títulos dedicados a Rousseau y Voltaire en la colección de EL PAÍS.

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