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Columna
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Don Pío

La vida del barojófilo está llena de momentos en los que toca Baroja, sí o sí

Fernando Savater
Imagen de Pío Baroja en su casa.
Imagen de Pío Baroja en su casa. EFE

Podríamos decir que el 60º aniversario de la muerte de Pío Baroja da un buen pretexto para releerlo. Pero es innecesario, porque los lectores de Baroja —un gremio más amplio de lo que se cree y lleno de gruñones, como corresponde— no dejamos nunca de leerle. Por dos razones: Baroja escribió afortunadamente mucho, de modo que siempre nos queda algo nuevo por descubrir de él. Nunca ha leído uno “todo lo de” Baroja. Pero además la vida del barojófilo está llena de momentos en los que toca Baroja, sí o sí. Al comienzo de Moby Dick,Ismael dice que de tanto en cuanto siente cierta desazón especial que le indica que debe embarcarse de nuevo. Pues nosotros resolvemos parecida inquietud volviendo a Baroja.

Fue un narrador insuperable en su concisión, antirretórica y velocidad, pero también un pensador. A su modo, claro, porque sus verdades universales suelen basarse en el dictamen inapelable de su parecer: “yo no creo que éso sea gran cosa”, “a mí no me parece que Fulano tenga razón”… y visto para sentencia. Su reflexión más genial es “Momentum catastrophicum”, sobre los nacionalismos, especialmente vasco y catalán, escrita en 1918 (¡y dirán que no hay mal que cien años dure!). Aunque no carece de caprichos argumentales, es muy certera. Las fuentes originales del nacionalismo son “la vanidad, la antipatía y el interés”. Y la obra de catalanistas y bizcaitarras consiste en “excitar el odio interregional, fomentar el kabilismo español ya dormido. ¡Qué miseria moral, que fondo de plebeyez!”. Este tipo de manifestaciones le ganaron ataques en cierta prensa, que despreciaba. “Yo he elegido el ser hombre independiente y los insultos de los criados no me hacen mucha mella”. ¡Ahí le dio! Por eso algunos de sus lectores no frecuentamos hoy las redes sociales…

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