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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Queremos celebrar el Día de Acción de Gracias

Es curiosa la naturalidad con la que los españoles asumimos fenómenos importados como el Halloween o el Black Friday

Jorge Marirrodriga
Oferta de descuentos por el Black Friday en una tienda de Barcelona.
Oferta de descuentos por el Black Friday en una tienda de Barcelona. ALBERT GARCÍA

Importar costumbres puede resultar atractivo, y hasta enriquecedor, pero en muchas ocasiones genera consecuencias inesperadas. Lo que funciona en una sociedad o en un sistema político no tiene por qué hacerlo igual si es trasplantado tal cual a otro contexto. Ahí está el lío organizado con las primarias y las consultas directas en los partidos. Un sistema engrasado en EE UU que, importado a capón, en España genera tensiones y crisis de legitimidad.

Y lo mismo sucede con las celebraciones. Por ejemplo, Halloween, con sus calabazas, sus brujas, sus telarañas y sus chuches. Todo muy atractivo, especialmente para el comercio, que tiene una buena oportunidad. Pero cuando nos ponemos a ello se producen dos efectos curiosos. El primero es que transformamos lo que en EE UU es una fiesta eminentemente infantil en una especie de gamberrada en la que te pueden tirar huevos por la calle y hay permiso para beberse hasta el agua de los floreros. El segundo es que, pasada la resaca, nos dirigimos todos —celebrantes, no celebrantes y comerciantes— de cabeza hacia la Navidad. No hemos quitado aún las falsas telarañas y ya estamos sacando el espumillón. La Navidad —la del comercio— empieza el 3 de noviembre, que es cuando ya venden roscones de reyes en el supermercado de la esquina.

Lo curioso es la naturalidad con la que los españoles hemos asumido esta dinámica, que en otros ámbitos nos causaría, como mínimo, cierta desazón cuando no discusiones interminables. Por ejemplo: es como si el 2 de enero alguien apareciera en el trabajo con el calendario en la mano al grito de “me pido el puente del Pilar, el de la Constitución y las vacaciones en agosto”. Cada cosa, a su tiempo. Mayo es el mes ideal para discutir sobre las vacaciones de verano y noviembre no es Navidad. También hemos importado el Black Friday. El famoso viernes negro que en EE UU se celebra el último viernes de noviembre y que toma su nombre no de ninguna circunstancia macabra sino por ser un día especial de rebajas en el que tradicionalmente los negocios tienen la oportunidad de poner sus balances en beneficio, es decir, de abandonar los números rojos. Técnica y tradicionalmente, el viernes negro es un solo día —perdón por la obviedad— , pero nosotros lo hemos transformado en semanas enteras.

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Todo esto pasa porque no hemos importado —todavía— un elemento central del calendario estadounidense: el Día de Acción de Gracias. Una fiesta que el último jueves de noviembre reúne en torno a la mesa a todas las familias independientemente de su religión, color y tendencia política y además marca el inicio de la campaña de Navidad, que comienza con las compras del viernes negro. Es cierto que los estadounidenses celebran a su nación, lo que aquí generaría una interminable discusión ibérica —que es como la bizantina con algún “que te meto” ocasional— sobre qué se celebra exactamente. Lo importante es introducir, ya, otro día señalado. No sea que la campaña de Navidad termine empezando en agosto.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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