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CLAVES
Columna
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Sacerdotes implacables

Como nos advirtió Arendt, la verdad rompe con el pensamiento y por eso es totalitaria

Máriam Martínez-Bascuñán
Incidentes en la facultad de derecho de la Universidad Autónoma de Madrid por la celebración de una conferencia en la que participaban Cebrian y Felipe González.
Incidentes en la facultad de derecho de la Universidad Autónoma de Madrid por la celebración de una conferencia en la que participaban Cebrian y Felipe González.Carlos Rosillo (EL PAÍS)

Impedir que se celebre una conferencia en una universidad no forma parte de la normalidad democrática. Por desgracia, sí coincide con una nueva forma de ejercer la democracia que es la que se asocia a los discursos del odio representados por Trump de los que hablábamos la semana pasada. ¿Dónde está la patología? En confundir el respeto propio del pluralismo con la afirmación de una verdad. Al no permitir que fluya el libre intercambio de opiniones, por muy antagónicas e irreconciliables que parezcan, se acaba instituyendo en el espacio público un enfrentamiento entre opinión y verdad. Lo sabemos bien por las viejas religiones: quien se cree en posesión de la verdad no está dispuesto a “rebajarse” para discutirla.

Denunciar las mentiras no equivale a encarnar la posición verdadera. La verdad es incompatible con la democracia porque donde hay verdad no puede haber libertad de opiniones. Como nos advirtió Arendt, la verdad rompe con el pensamiento y por eso es totalitaria. Esto quiere decir que hay que buscar la conversación y el entendimiento aunque sepamos que este al final es casi imposible. Intentar abortar ese proceso en nombre de verdades indiscutidas no solo cercena la libertad, sino que nos impide acceder a una sociedad auténticamente pluralista. Por eso Rorty afirmaba: “Cuida la libertad y la verdad se cuidará de sí misma”.

La disidencia es la seña distintiva de la sociedad en la que vivimos, necesitamos el efecto terapéutico de la discusión frente a esta suerte de economía reflexiva religiosa que practican los sacerdotes implacables e impecables. Lo explica bien Rafael del Águila: el sacerdote implacable es el que pretende activar en el pueblo oprimido su conciencia dormida porque está equivocado y hay que conducirlo hacia un bien común que es único y puede ser descubierto con certeza. El sacerdote impecable reivindica un rigorismo ético que por una suerte de armonía cósmica es posible reconciliar adecuadamente en una solución política. En ese mundo apacible no hay dilemas dolorosos, ni decisiones con costes, ni valores irreconciliables, ni conflictos de intereses. No hay política: solo trumpismo. @MariamMartinezB

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