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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Si Bob Dylan fuera sueco ya habría respondido

Al cantante le dieron el Príncipe de Asturias y ahí se quedó la estatua de Joan Miró: esperando

Juan Cruz
Bob Dylan, durante un concierto en Munich, en 1984.
Bob Dylan, durante un concierto en Munich, en 1984.ISTVAN BAJZAT (AFP)

Se tiene una idea tan desconsiderada de los suecos que conceden el Nobel, y de los suecos en general, que siguen en la historia como un grupo de borrachuzos (eso le leí a un conspicuo escritor que fue joven) que se reúnen por las tardes para beber y para hacer ruindades. Y los suecos, los del Nobel y los de Volvo, y los que hacen cine y teatro, los suecos como Ingmar Bergman o como Olof Palme, no son esos despistados que asociamos a esa frase tan tonta que nos permite hacernos los suecos sobre los suecos. Los suecos no se hacen los suecos nunca; cumplen con sus obligaciones, son respetuosos con sus compromisos, son rectos en su comportamiento y se manifiestan siempre por las buenas causas.

Ese tópico, hacerse el sueco, ha venido ahora a todas las mentes para justificar la dejadez aparente con la que Bob Dylan ha atendido a la noticia de que la Academia sueca le ha concedido el Nobel. Bob Dylan se hace el sueco. Pues si Dylan fuera sueco, o quisiera hacerse el sueco, ya hubiera respondido a la demanda del Nobel. Y no porque sea un homenaje a su música y a su poesía, sino porque el hombre que dedicó una canción a las respuestas (que están en el viento) tiene que atender a sus propias plegarias.

Y en segundo lugar, porque el esfuerzo que hace la Academia cada año para dilucidar quién se lleva ese galardón merece el respeto de una respuesta. Cuando lo ganó Samuel Beckett y este no respondió fue porque estaba en una playa, paseando su silencio, que fue la materia de su escritura, mientras que la palabra que hizo famoso a Dylan fue precisamente la palabra respuesta y su arte está basado en lo que suena. Y cuando Jean Paul Sartre se negó a recibirlo era porque, además, quería ser famoso por eso; y para que la santidad no le fuera completa, más tarde pidió que le enviaran el dinero.

Bob Dylan ya es famoso entre nosotros por las espantadas; una vez, porque le pagaban poco por un concierto que se quedó en el viento, como su respuesta; y la segunda vez fue para estupor de la Fundación Príncipe de Asturias, cuyo director de entonces, Graciano García, tanto hizo por darle al galardón la capacidad de anticipación al galardón sueco (Günter Grass tuvo el Príncipe de Asturias y luego tuvo el Nobel, con Doris Lessing pasó lo mismo...). Y a Dylan le dieron ese galardón, en el apartado Artes, y ahí se quedó la estatua de Joan Miró, esperando por el cantante que ahora no responde a los suecos.

La Academia es una institución muy seria, como los suecos. Basta leer el interesantísimo libro de uno de sus miembros, el poeta Kjell Epspmark, El premio Nobel de Literatura (Nórdica, 2008, Traducción de Marina Torres), para saber hasta qué punto no son solo minuciosos en sus deliberaciones sino autocríticos respecto a sus meteduras de pata. No quiero sugerir ahora que los suecos de la Academia estén pensando en desposeer a Dylan de la dignidad que le han dado. Son demasiado serios los suecos como para hacerse los suecos, o los Dylan, en que toca a sus compromisos.

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