Las islas en las que la cara de miedo no significa miedo
Un nuevo estudio en Papúa Nueva Guinea cuestiona que las expresiones faciales de las emociones sean universales
Uno de los pocos habitantes de Kaileuna, una isla remota de Papúa Nueva Guinea, habla con acento extraño. Los miembros de su clan, con los que sale a pescar cada día para poder comer, le llaman Kelakasi. Llegó a la isla en 2013 y, a sus casi 40 años, fue adoptado por una familia con otros cinco hermanos. En el paraje, uno de los lugares del planeta más aislados del mundo occidental, no hay agua corriente ni cloacas ni electricidad ni internet ni televisores ni carreteras ni industria. Y, cuando hay pelea, aunque haya machetes y lanzas de por medio, Kelakasi sale a defender a su clan.
Pero Kelakasi se llama en realidad Carlos Crivelli. Es un psicólogo español, de la Universidad Autónoma de Madrid, que ha sido aceptado por los habitantes de Kaileuna. “No hay tribus, sino clanes y subclanes a los cuales hay que pertenecer para poder vivir y residir en el archipiélago”, explica. Ha pasado siete meses entre ellos, en diferentes viajes, compartiendo todo su tiempo. Es uno de los pocos occidentales que habla la lengua local, el kilivila. Otro hablante es Sergio Jarillo, antropólogo español del Museo de Historia Natural de Nueva York, que lleva más de 21 meses acumulados de trabajo de campo en el archipiélago, las Islas Trobriand. Allí le llaman Tonogwa.
El objetivo del equipo científico es poner a prueba la Teoría de las Emociones Básicas, que sostiene desde la década de 1960 que las expresiones faciales de las emociones más primarias —alegría, tristeza, enfado, miedo, asco— tienen un origen biológico y son universales. La teoría, parida por el psicólogo estadounidense Paul Ekman, es el cimiento de una industria, la de la felicidad, que mueve millones de euros con libros de autoayuda, charlas y cursos de inteligencia emocional, partiendo de la base de que la sonrisa está detrás de la felicidad, siempre. El propio Ekman, de 82 años, vende en su web cursos online de cientos de dólares para identificar emociones en las caras de los otros.
La Teoría de las Emociones Básicas es el pilar de la millonaria industria de la felicidad
Pero estas teorías asentadas no son ciertas, según muestran las investigaciones de Crivelli y su equipo. Este verano, publicaron que muchos habitantes de las islas Trobriand no asociaban la sonrisa a la alegría, sino que la interpretaban como una invitación social. Ahora, en una de las revistas científicas más potentes del mundo, PNAS, revelan que la clásica cara de miedo —caracterizada por los ojos muy abiertos y tensos y una boca también abierta— tiene un significado muy diferente en Trobriand. Allí no se traduce como miedo y disposición a rendirse, sino que es una cara de enfado, de amenaza. El gesto no sería innato, sino una tradición occidental.
Crivelli y Jarillo han mostrado a 58 adolescentes de las Trobriand, de diferentes islas y sin contacto entre sí, cuatro retratos con expresiones faciales típicas: ceño fruncido, miedo, asco (con la nariz arrugada mostrando los dientes) y un rostro neutro. Casi el 80% de los chavales de Trobriand interpretó la supuesta cara de miedo como una expresión de amenaza. Otro grupo de 58 adolescentes, esta vez del Colegio Joyfe de Madrid, apuntó sin embargo de manera mayoritaria al ceño fruncido como expresión amenazante. Dos gestos muy diferentes para un solo significado.
Hace tres meses, Crivelli y Jarillo ya adelantaban en la revista especializada Frontiers in Psychology que la occidental cara de miedo aparece desde hace más de 100 años en las tallas de madera de brujas de las islas Trobriand, pero asociada a una expresión de amenaza. “Es la cara icónica que utilizan para brujas a las que temen mucho”, detalla Crivelli.
"La vida real tiene muchos más matices que las caras de dibujos animados y las emociones categóricas", sostiene el psicólogo Alan Fridlund
El psicólogo Alan Fridlund, de la Universidad de California en Santa Bárbara, aplaude el nuevo estudio. Él es el máximo exponente de la Ecología de la Conducta, rival de la Teoría de las Emociones de Paul Ekman. La tesis de Fridlund es que las expresiones faciales no traducen emociones internas, sino que son herramientas para la interacción social, que se emplean para intentar influir en la conducta de los demás.
“No creo que el estudio de Crivelli y su equipo en PNAS cambie la opinión de muchas personas. La gente tiende a creer o no creer en las emociones básicas universales y las expresiones faciales por razones muy profundas que tienen que ver más con la ideología que con las pruebas”, afirma Fridlund. “La teoría de Ekman surgió en el clima posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que la gente buscaba pruebas que apoyaran nuestra humanidad común”, añade.
“Lo que ocurre es que la manera en la que utilizamos nuestras caras en la vida real, y cómo vivimos nuestras vidas, tiene muchos más matices que las caras de dibujos animados y las emociones categóricas. La vida es complicada. La teoría de Ekman no lo es”, sentencia.
Entre los firmantes del nuevo artículo de Crivelli también se encuentran otros dos psicólogos, el español José Miguel Fernández Dols y el estadounidense James Russell. Russell, del Boston College, es otro de los mayores escépticos de la Teoría de las Emociones Básicas de Ekman. El propio Ekman, muy crítico con los posibles sesgos de los investigadores rivales, cree que solo hay una manera de acabar esta guerra científica: un estudio salomónico.
"Cuando hay tanto en juego, como ocurre entre los que apoyan mis resultados y los que siguen a Russell, la única manera de resolver las cuestiones es que cada uno de nosotros nombre a un científico, que será miembro de un equipo que hará un estudio para resolver el desacuerdo. Y estos dos científicos tendrán que supervisar directamente la recogida de datos y su análisis", opina Ekman. El desafío está sobre la mesa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.