Pedro Botero
En esta gresca hemos visto abrazos de osa, besos de Judas, puñaladitas traperas y la puntilla del gran patriarca
Cómo hemos podido estar tan ciegos. Tanto augur, tanto gurú y tanto gorrón de la política explicándonos la película, y resulta que el malo era el guapo que era el bueno hasta hace dos urnas. No se había visto tal metamorfosis desde la de Kafka. De héroe a villano, de mesías a íncubo, de bello a bestia parda con la que asustar a los niños. Vamos, que aterriza ahora mismo Donald Trump en la Gran Vía y, viendo semejante saña por ondas, papel y wifi, concluye que el enemigo público número uno de España es un tipo de rostro apolíneo, mirada pétrea y mandíbula desencajada de bruxista que se come las propias muelas de la propia mala hostia. Helo ahí, miradlo, es él y no otro. El blanco a batir, el responsable del Actual Estado de Cosas, Pedro Botero en persona.
Vaya por delante mi nula capacidad de distinguir al inocente del culpable de algo que no me concierna íntimamente, porque entonces prevarico lo que sea injusto y necesario para quedar por encima como el aceite. Ahora, cuando veo lapidar a alguien que no me toca nada, tiendo a ponerme en su pellejo antes de lanzar la siguiente piedra. Y, en esta gresca en concreto, no sé si me dan más pena o más vergüenza lapidado o lapidadores. Es como cuando una pareja se tira los trapos sucios en público y todos menos ellos, ciegos por la pasión de la pelotera, no saben ni dónde meterse. En esta gresca hemos visto de todo. Besos de Judas, abrazos de osa, puñaladitas traperas mutuas y, la puntilla, al gran patriarca clamando su santa decepción con la oveja negra. A buenas horas, rosas rojas. El caso es que todos callaron o miraron a su ombligo cuando la cosa pudo tener remedio. Mientras se consuma la debacle entre morir matando, matar muriendo y el suicidio colectivo, voy sacando el modelazo y los impertinentes. Tenía entradas para Otello en el Real, pero para dramón de celos, traiciones y sangre el próximo comité federal del PSOE.
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