Tras el objetivo hay un fotógrafo con una historia
Michael Gross repasa en un libro la edad dorada de la imagen de moda y sus autores
Tras su llamativo título (Focus. The secret, sexy, sometimes sordid world of fashion photographers), el último libro de Michael Gross no solo ofrece un entretenido fresco de las biografías de los mejores fotógrafos de moda. El escritor, forjado en las secciones de moda de The New York Times, Esquire, GQ, George o Vanity Fair, aprovecha para realizar su particular ajuste de cuentas con una industria que conoce desde las entrañas y ve languidecer: la industria de la fotografía, pero, por extensión, la de las publicaciones de moda convencionales, que ilustrada con la eterna rivalidad entre los grupos editoriales Condé Nast (Vogue) y Hearst (Harper’s Bazaar).
Muy crítico con el momento actual, en el que los anunciantes y las grandes corporaciones han tomado las riendas del negocio de la prensa, no ve muerta la moda, pero sí en cuidados intensivos. “En lugar de ser una delicada creación abarrotada de gente creativa es una gran máquina de hacer dinero”, declara. Así, su libro se convierte en una celebración, pero también una elegía a “ese momento mágico en el que las revistas estaban deseando tomar riesgos, con editores que querían ser creativos y en el que lo comercial no era el fin de todo”. De hecho, la narración arranca con la muerte en 1989 de la editora Diana Vreeland, uno de los personajes clave en la época dorada de la fotografía de moda, y el obituario que hizo Richard Avedon de esa “tía loca”, como la llamaba, que le dio la oportunidad de crecer y evolucionar como fotógrafo.
Biografías
En un relato por el que pasean modelos, editores, directores de arte y fotógrafos, las anécdotas personales se cruzan con momentos clave de la historia de la moda que permiten vivir de cerca un momento que Gross considera único: “La moda corporativa puede fingir y la creatividad individual puede regresar, pero eso no se repetirá. No tienes la película, ni las cámaras, ni las habilidades técnicas, ni el mercado, ni las maravillosas revistas dirigidas por editoras excéntricas”.
A lo largo de sus 400 páginas, el autor aprovecha para reivindicar el papel de las fotógrafas, silenciado de forma injusta por el paso del tiempo. Si la historia oficial cita a Martin Munkácsi como el primer fotógrafo que introdujo la acción en la moda, Gross recuerda a Toni Frissell, quien empezó a tomar imágenes al aire libre tras preguntarse: “¿Por qué toda la moda tiene que ser fotografiada en un estudio?”.
El libro puede verse también como un compendio de biografías, pues repasa en detalle las vidas de Richard Avedon o de Bert Stern, de quienes revela facetas inéditas: “Hay sorpresas en la historia de Avedon. Descubrir que era secretamente bisexual y que buena parte de su trabajo fue motivado por una sexualidad confusa es algo muy interesante”.
Más allá de la anécdota, Gross se esfuerza en no juzgar a sus personajes, sino utilizarlos para contar con ritmo el espíritu de una época. Emplea al polémico Terry Richardson, hijo de Bob Richardson, uno de los grandes fotógrafos de moda de todos los tiempos, como punto y final y conector entre ese pasado reluciente y una actualidad en la que la moda se ha convertido en puro espectáculo. Gross destaca en especial que su volumen le ha permitido unir a padre e hijo en una historia única: “Hay una cita maravillosa en el libro en la que Bob Richardson dice: ‘Terry es mi venganza”.
Consciente de la dificultad de adivinar qué viene después, Gross se ha limitado a dejar testimonio de aquello que terminó, pero no pierde la esperanza y mira al futuro con optimismo: “En algún sitio hay un chaval con su móvil tomando fotos y subiéndolas a Instagram que será el próximo Richard Avedon”.
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