Alejandro, de ‘latin lover’ a piñata
El cantante mexicano de rancheras se toma un selfie en una fiesta y se convierte en chiste nacional
El trono estaba vacío, esperando a que algún galán con algo de voz lo tomara. Después de la debacle del dios Luis Miguel y del retiro del último cantante de rancheras mexicano, que encima es su padre, Alejandro Fernández sólo tenía que sentarse. Pero se fue de fiesta, "y se puso buena", que remataría él. Se tomó una foto en la que aparecía con unas pintas más propias de una parodia egipcia y la piñata se hizo sola. Fernández, heredero último de la música vernácula por excelencia, con un público que funde la virilidad de macho alfa con el éxito profesional, se ha convertido en un chiste.
En la foto que ha dado la vuelta al mundo se ve a un Fernández sin camiseta, con el torso decorado por ininteligibles tatuajes y con el pelo alocado sobre unas rosadas mejillas. Los ojos achinados y los morritos, propios de una buena selfie que se precie, han terminado por enviar la imagen del charro al muñeco apaleado de los cumpleaños tradicionales. Algo que ya le ocurrió al mismísimo Donald Trump.
Algunos sospechan que la paliza que se llevará su piñata no será tan dolorosa como el linchamiento en las redes sociales. Los memes en los que aparece su conservador padre Vicente observando la foto y llevándose las manos a la cabeza –siempre como montaje– han herido uno de los pocos referentes vivos de las rancheras: aquel hombre de hombres, capaz de enfundarse en un traje de charro impecable y que parezca a la moda en pleno siglo XXI, con ese aire de castigador castigado por las mujeres. Esos, según el imaginario mexicano, parece que sólo deben irse de fiesta a la antigua, en un rincón de una oscura cantina, con una botella de tequila y el lamento en tono de "Ay, ay, ay".
Aquello era lo que esperaban del heredero de Chente. Pero Alejandro nunca fue un mariachi al estilo de antes, ni quiso serlo. Él logró lo que algunos de sus predecesores ni siquiera soñaron, llenó plazas emblemáticas y recintos en Estados Unidos, además de México. En Las Vegas le arrebató las tablas al mismísimo Luis Miguel. Mientras el resto de cantantes de rancheras se bastaba con un conjunto de mariachis, El Potrillo comprendió que su show tenía que ser un verdadero espectáculo, una experiencia. Y alternando el traje tradicional con su pecho de mirrey mexicano, según qué escenarios, llegó más lejos que muchos de ellos.
Una mexicana residente en España de 20 años resumía después de un concierto en Madrid hace dos años lo que siente su público por él: "Le gusta a mi abuela, a mi mamá y a mí. Mírele, ni muy güero ni muy moreno. Ni demasiado blando ni demasiado duro. Tiene el punto justo para gustarle a todo el mundo".
El Potrillo entendió pronto que no podía llegar muy lejos solo cantando música ranchera. En España se dio a conocer en 2004 con su famosa Canta corazón, un sencillo pop azucarado a prueba de éxitos radiofónicos. Y llenó el Palacio de los Deportes de Madrid con una coletilla baja y repeinada, ataviado con camisa vaquera desabrochada hasta el pecho. En un golpe de vestuario, pasó de ranchero a latin lover.
"Sí, me fui de fiesta. Sí, bebí para celebrar. Y sí, dejé que me retrataran de manera ridícula en el proceso", reconoció el artista cuando la burla viral había alcanzado sus cotas más altas. La Piñatería Ramírez de Ciudad de México, especializada en seguir las tendencias más morbosas de cualquier celebridad, le ha dado la puntilla final al "desliz" del artista.
"Estaba en Las Vegas, estaba en una despedida de soltero, no íbamos a estar tomando malteadas", explicó El Potrillo. Y remató: "Me llevo un gran aprendizaje de esta situación y espero que lo que me está tocando vivir también les ayude a ustedes a reflexionar".
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