No vencerán
El yihadismo debe ser combatido en todos los frentes. No le concedamos la baza del abatimiento
El brutal atentado yihadista de la noche del jueves en Niza nos coloca ante la evidencia de que el radicalismo islámico nos ha declarado una guerra a muerte y sin cuartel. Esta guerra se libra en dos frentes igualmente importantes y en los que va a ser necesario un gran esfuerzo durante largo tiempo para lograr vencer al proyecto totalitario que representa.
Por un lado está el frente convencional. Es el que se libra en Siria, Irak, Afganistán, Libia, Yemen y el Sahel, donde el yihadismo bajo diferentes denominaciones —aunque la más conocida en este momento sea el autoproclamado Estado Islámico— impone un régimen de terror y crueldad inconcebibles para todas las personas de bien. Se trata de un frente donde el yihadismo controla un territorio y está organizado tanto civil como militarmente. Allí la acción militar de las fuerzas locales entrenadas por Ejércitos occidentales —entre ellos el español— o apoyadas directamente como hace Rusia en Siria está comenzando a dar sus frutos provocando la pérdida de territorio y —algo tal vez más importante— de credibilidad propagandística de un movimiento que trata de engañar a sus futuros adeptos prometiendo una invulnerabilidad casi sobrenatural. El derecho a la legítima defensa amparado por la legalidad internacional otorga a los países golpeados y amenazados por el integrismo violento —la mayoría de ellos musulmanes— el derecho a utilizar todos los medios necesarios para acabar con esta amenaza global. Hay que perseverar, pues, en dicha estrategia y cooperar a fondo con nuestros vecinos y aliados.
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El segundo frente, interno, es menos convencional, más difuso y por tanto más difícil de combatir, pero igualmente fundamental a la hora de asegurar la derrota del yihadismo. Es lo que se ha comenzado a definir como yihadismo urbano, caracterizado por la actuación de los llamados lobos solitarios, donde los terroristas son a menudo sujetos difícilmente detectables para las fuerzas de seguridad hasta que actúan y los objetivos de su locura criminal son especialmente vulnerables: familias viendo unos fuegos artificiales, jóvenes en salas de fiestas o pasajeros en estaciones y aeropuertos entre otros.
Se trata de un frente en el que conviene actuar con igual firmeza, empleando a fondo todos los instrumentos que permite el Estado de derecho. No se debe perder de vista que la prevención es casi tan importante como la reacción. Aunque atentados como el ocurrido en Niza sean difíciles de prevenir, las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia deben estar capacitadas para detectar la radicalización que se pueda estar produciendo en determinados grupos, tanto físicos como en la Red, y evitar que el yihadismo capte adeptos y extienda su ideología asesina. También es fundamental la cooperación internacional, especialmente en el ámbito de la Unión Europea, pues este fenómeno, que no conoce fronteras, se aprovecha de su porosidad. El abatimiento y la parálisis de nuestras sociedades es a lo que aspiran los yihadistas. No les concedamos esa baza. Superemos el estupor y comencemos a actuar.
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