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Los ‘guiris’ conquistan los barrios de moda

Los turistas disputan Malasaña a los ‘hipsters’ tras adueñarse de Huertas y La Latina

Terraza abarrotada de clientes en la plaza de San Ildefonso de Madrid.
Terraza abarrotada de clientes en la plaza de San Ildefonso de Madrid.EdP

El barrio de Malasaña está de moda y los turistas extranjeros se han enterado. A los guiris más jóvenes ya no les vale con deambular por sitios emblemáticos como la Puerta del Sol o el Museo del Prado. No. Quieren disfrutar la ciudad como los madrileños. Los viajeros buscan con ahínco las zonas de moda y libran una batalla con los lugareños, de la que, hasta ahora, han salido victoriosos. El primer barrio colonizado fue el de Huertas, de ahí se desplazaron al otrora castizo La Latina. La última conquista es la plaza de San Ildefonso en Malasaña, un territorio hasta hace muy poco exclusivo para modernos.

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"Hace unos años nuestra clientela era 70% españoles, 30% extranjeros; ahora es justo al revés", dice Adrián Fernández, encargado de Naif, uno de los restaurantes que pueblan San Ildefonso de sillas y mesas. Hoy es igual de común encontrar a un hipster barbudo en bicicleta que a un grupo de jóvenes alemanes rubios con una guía Lonely Planet en la mano. Y la oleada no cesa: cinco millones de extranjeros visitaron Madrid en 2015.

En el barrio de las Letras vivió Cervantes, aunque bien lo pudo haber hecho Shakespeare. El inglés está muy presente en sus calles. Las cartas de comida de La Platería, un bar tradicional en la plaza del mismo nombre, están traducidas. La única excepción son palabras como rabo de toro, chistorra, alioli o bravas. Un "coffee with milk" (café con leche) en la terraza son 2,40 euros, un precio similar al de la cadena americana Starbucks. Varios carteles en la pared con la inscripción "Kitchen all day" indican a los turistas que la cocina no cierra. Una frutería en el 62 de Huertas se llama Lola Market y anuncia que vende "food and fruit" (comida y fruta). "Vienen muchísimos turistas, aunque aquí no vendemos alcohol", cuenta Xiaofeng Qiu, el propietario de origen chino de la cafetería Meet In, donde tomar un zumo de naranja natural cuesta cuatro euros. 

Huertas desemboca en la plaza de Jacinto Benavente, abarrotada de gente y llena de establecimientos de grandes cadenas como 100 Montaditos. En medio de la plaza una terraza de Café & Tapas ofrece como brunch un combo de sándwich de pollo y cerveza por 10 euros, destinado especialmente a los turistas. Algo que también ocurre en San Ildefonso, donde se han instalado tres pizzerías que venden porciones para llevar. "Viene mucha gente joven, sobre todo de Alemania y Francia", relata Jaime García, empleado de Allô Pizza. Al recorrer el camino que va de Jacinto Benavente hacia el barrio de La Latina, se puede seguir el rastro de los guiris. Los viajeros se topan con el Café Olé, un bar andaluz decorado con motivos flamencos. En la puerta, un cartel con su principal reclamo: mojito a cinco euros, una bebida cubana que nada tiene que ver con la región que hay al sur de España.

"Spanish people don’t drink sangría" ("los españoles no beben sangría"), vocea una guía turística a su grupo en la calle de Cuchilleros. A su lado, ocho jóvenes franceses sentados en la cafetería 4D lo ignoran. Beben sangría y cerveza. El local ofrece siete variedades diferentes de paella en un cartel promocional con fotos en la puerta, similar al típico anuncio de helados. "El cambio fundamental se da en el tipo de negocio, el tradicional se pierde", relata Saturnino Vera, presidente de la asociación de vecinos Cavas y Costanillas de La Latina.

Las terrazas de la zona también fueron conquistadas por los turistas, que las llenan cuando empieza a caer el sol y se entremezclan con grupos de españoles que celebran despedidas de soltero. "Es un público muy chabacano", afirma Dolores López, jubilada que vive en el barrio desde hace 42 años y que asegura que ha cambiado "todo mucho".

En este barrio castizo durante años solo se servía el vermú y cerveza de barril. Hace una década, se puso de moda tomar un gin tonic el jueves por la tarde, después del trabajo, o compartir unas raciones el fin de semana, antes de salir de fiesta. La Latina también era parada obligatoria los domingos después de dar una vuelta por el Rastro. "Era una zona guay para quedar con una chica. Ahora ha decaído totalmente, hay un ambiente muy turístico", dice Néstor Camacho, 30 años, de Madrid. Un camarero de un local de la Cava Baja va en busca de clientes con cartas de comida en la mano: "Patatas bravas, croquetas, tortilla", grita como reclamo. Algo impensable hace algunos años.

La Latina hoy ya es un feudo guiri. Pero, al otro lado de la calle de Toledo, los turistas están al acecho. Cada vez más gente sale por el vecino barrio de Lavapiés. Esta zona multicultural acoge a jóvenes que simpatizan con la cocina del mundo, aprecian los mercados de barrio como el de San Fernando y les gusta la música callejera. En la terraza de las Escuelas Pías de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia), en un edificio de cuatro plantas de la calle de Tribulete, ya han plantado su bandera. La lista de espera de clientes se apunta en una pizarra donde abundan los nombres extranjeros. Son grupos de viajeros que lo que buscan es camuflarse entre los madrileños. Son la avanzadilla. El último barrio de moda está a punto de ser tomado.

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