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El corredor del Henares habla ‘românesc’

Una comunidad de más de 55.000 rumanos se ha asentado al este de Madrid

“Bună dimineața”. Así da los buenos días radio Românul. El saludo viaja por las ondas a lo largo del corredor del Henares, donde se asientan 55.000 rumanos. En las calles de Alcalá de Henares o Coslada, banderas de color azul, amarillo y rojo anuncian restaurantes rumanos, y en los comercios de Torrejón de Ardoz o San Fernando de Henares se venden productos típicos de ese país del este de Europa, como las salchichas mici aderezadas con pimienta y hierbas.

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En la Comunidad de Madrid viven cerca de 200.000 rumanos. La mayoría de ellos llegaron en los años de bonanza económica y portaron en sus maletas un pedazo de Rumania que trasplantaron a Madrid, donde la demanda de mano de obra en la construcción y el servicio doméstico les abrió la posibilidad de salir adelante y echar raíces. Fue el caso de Nicolae Nichita, vigilante de seguridad de 52 años que vive en Torrejón de Ardoz y que hace 15 años abandonó su país. “La posibilidad de tener un empleo y un salario digno, una prestación por paro o una sanidad pública que funciona sin sobornos, dan una seguridad que no encuentras en Rumania”, explica.

La emigración rumana creció en el corredor del Henares de la mano de un conocido o un familiar que atrajo a otros, una avanzadilla que se abrió paso en empleos poco cualificados y que después empezó a abrir sus propios negocios.

Como Ioana Gogosa, de 53 años, que cocina desde hace 16 los platos del día del bar Goya III, en la plaza del Sol de Coslada, donde habitan 16.000 rumanos, el 20% de la población. Con el tiempo y sus ahorros, Gogosa ha conseguido traer a sus tres hijos a España. “Mis nietos ya son españoles, apenas hablan rumano. Nos va tan bien aquí que no queremos volver”, afirma.

De espaldas a los gitanos rumanos

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”Nosotros no tenemos nada que ver con ellos. Hemos venido aquí a trabajar. Somos gente normal”, afirma Ioana Gogosa, vecina de Coslada. Esta es su respuesta cuando se le pregunta por los gitanos de su país. Como a ella, a muchos rumanos les molesta que se les asocie con los campamentos de gitanos de su tierra que se establecen en descampados y solares abandonados de la Comunidad de Madrid.

Son dos mundos opuestos que se dan la espalda. Los romaníes por un lado, los rumanos que se han establecido definitivamente en Madrid, por otro. Nueve de cada diez gitanos vive en situación de pobreza en Rumanía, donde suponen en torno al 10% de la población de casi 20 millones y cuando llegan a Madrid, los descampados son los únicos lugares que les acogen. Sus compatriotas, como ocurre con las comunidades gitanas de otros países, reniegan de su estilo de vida trashumante y evitan cualquier identificación con ellos.

La Fundación Secretariado Gitano estima que en España hay más de 50.000 gitanos procedentes de Rumanía.

Pese a la crisis, apenas 2.000 rumanos dejaron España el año pasado. La mayoría ha optado por resistir en el corredor. Solo en Alcalá de Henares viven 22.000, lo que supone casi el 10% de los 200.000 habitantes de la ciudad complutense.

En torno a la plaza de Carlos I de la localidad alcalaína se concentran establecimientos rumanos de todo tipo. Se vende el bizcocho cozonac, un pastel de Pascua relleno de frutas y chocolate, o ropa llamativa, con plumas y brillos, que las jóvenes rumanas lucen en las discotecas, en las que pinchan música de su tierra.

En esta plaza está el bar Goyo, que regenta Daniel Mosteanu, de 50 años. En su país tenía que arreglárselas con los 300 euros que ganaba al mes, mientras que en su primer empleo en España cobraba 1.200. Tampoco tiene intención de volver. Está asentado y tiene trabajo. “A veces hago incluso de intermediario entre los que ofrecen y buscan un empleo”, afirma el dueño de este bar.

"Quiero quedarme aquí" es una respuesta que se repite en la comunidad rumana y solo alguno de entre los de más edad denotan nostalgia. Gabriela Chesnoui, de 54 años, vive con el corazón partido. Regenta una charcutería en el mercado de Juan de Austria en Alcalá y está casada con un español. “Sueño con volver a mi tierra, aunque aquí estoy bien. Pero allí tengo a mis dos hijos y mis nietos”, dice con tristeza. En cambio, Dura Dimitru, de 29 años, fue de visita con su novio español y se sintió una extraña después de haber vivido casi la mitad de la vida en Torrejón. “Ya soy española. En once años solo he ido una vez y me sentí rara”, explica.

El nexo de unión entre estas dos visiones diferentes son los medios en su lengua. En 2010 nació la radio Românul (120.000 oyentes en FM) y cinco años antes el periódico Rumano, que combina las noticias de España con las de su país. Irina Sintimbreanu, locutora del programa matutino, lo explica: “A través de la radio creamos comunidad, favorecemos que los rumanos se sientan más cercanos unos de otros”.

La puerta para entrar en la comunidad

Carla Vlad aún no lo entiende, pero hace pocos días comenzó a formar parte oficialmente de la comunidad ortodoxa. Tiene tres meses y sus padres, Emilia y Stefan Vlad, son rumanos que viven en Fuenlabrada. El 86% de los rumanos son cristianos ortodoxos y, por lo general, son muy fieles a sus creencias. “Uno de los momentos más importantes en la vida espiritual de un ortodoxo es el bautizo, porque equivale a tres sacramentos católicos: el bautismo, la comunión y la confirmación”, explica Marius Picu, párroco de los ortodoxos en Móstoles. La ceremonia para bautizar a Carla comienza con unas oraciones para librar simbólicamente a la pequeña del demonio. El bautismo se realiza sumergiendo a la niña en la pila. Tras la ceremonia, Carla ya es un nuevo miembro de la comunidad ortodoxa.

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