‘Meeting’
En campaña se visitan mercados y colegios, se practica la petanca y el dominó; pero no se participa en monterías ni en encierros porque son festejos con prensa dividida
Metingue llamaba Unamuno a la expresión británica meeting, tan popularizada en los ambientes políticos de principios de siglo XX. El mitin se convirtió en el arma de atracción social, porque su origen provenía del acto de conocer gente y darse a conocer a la gente. Ahora el mitin ya no se convoca para convencer a gente, sino para gente convencida. En la representación televisiva, se coloca a los espectadores a la espalda del cabeza de cartel, para que asientan y aplaudan incluidos en el mismo plano que se retransmitirá por cámara. El efecto es muy curioso. Se trata de intentar transmitir que el candidato cuenta con mucho respaldo, a ver si la atracción funciona por contagio. Pero es vano criticar la actividad de los políticos en campaña, como es vano criticar la promoción y la propaganda de cualquier producto. Es un derecho comercial y a lo máximo que podemos llegar es a ese tono de soberbio desprecio con el que Unamuno llamaba metingue al mitin, él que propinó tantos, algunos desacertados y otros puntualmente afinados.
El resto de la campaña se consume en agotadores viajes por la geografía nacional, con especial atención a los distritos donde anda en juego un escaño. Se visitan mercados, colegios, se practica la petanca, el dominó, el baloncesto y se degustan los platos regionales. El candidato no participa en monterías ni en encierros ni salta a torear vaquillas porque son festejos con prensa dividida. Se frecuentan las filias y se evitan las fobias. El presidente Rajoy ha conseguido que la Iglesia católica se movilice de nuevo en su favor, pese a la afrenta de no haber prohibido el aborto, exacerbando los males de la homosexualidad, la familia moderna y la escuela pública. Todo funciona en la galería superficial del noticiario y el telegrama urgente de la red social. Se ha variado el formato de entrevista y debate por el de encuentro informal, campechanísimo e incluso se somete al candidato a las preguntas de niños, porque ellos siempre dicen la verdad, no como los periodistas. El infantilismo de la sociedad se reafirma así, con lo que se confirma que para transformar a alguien en idiota basta con tratarle de idiota de manera continuada.
Una buena campaña consistiría en que el candidato pase una jornada compartiendo lo complicado que es cuidar de un hijo y trabajar, atender la espera médica de tus padres, sellar el paro, encontrar un tomate con sabor a tomate, vender un libro o un ramo de margaritas, cobrar la factura para un proveedor, hacer el reparto en la furgoneta en cualquier gran ciudad. Conocer gente, vamos.
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