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El gran reto de la ayuda humanitaria: el dinero

En la Cumbre Humanitaria Mundial se ha lanzado un proceso para mejorar la eficacia de la financiación para la ayuda humanitaria

Migrantes hacen cola para recibir ayuda humanitaria a su paso por Belgrado, Serbia, en su ruta hacia Europa, el 16 de mayo de 2016.
Migrantes hacen cola para recibir ayuda humanitaria a su paso por Belgrado, Serbia, en su ruta hacia Europa, el 16 de mayo de 2016.Koca Sulejmanovic (EFE)
Andrés Mourenza
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El número de conflictos bélicos y desastres naturales causados por el cambio climático se ha multiplicado en la última década, así como la cifra de víctimas. El planeta se enfrenta a la mayor ola de migración forzosa vista desde la Segunda Guerra Mundial: 60 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares expulsados por la guerra o las catástrofes. Así que en total más de 125 millones de personas en el mundo dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir, el doble que en 2004.

Pero, pese a que nos hallamos ante lo que desde la ONU definen como la peor situación humanitaria de la historia, falta dinero. Nunca ha sido tan grande la diferencia entre el elevado monto que requiere la ayuda humanitaria y el poco dinero ofrecido por los donantes, fundamentalmente los Gobiernos. El año pasado, por ejemplo, de los en torno a 20.000 millones de euros solicitados, ni siquiera se recaudó la mitad. “En un mundo con un PIB global de 70 billones de euros, no puede ser difícil encontrar esos 13.000 millones que faltan”, dijo la vicepresidenta de la Comisión Europea Kristalina Georgieva, durante la Cumbre Mundial Humanitaria celebrada esta semana en Estambul. En ella, uno de los debates más importantes ha sido el llamado Grand Bargain (Gran Negociación o Gran Regateo), un proceso lanzado recientemente por diversos actores implicados en la ayuda humanitaria para mejorar la eficacia de la financiación.

La “filosofía” tras esta negociación, explica a este diario Paula San Pedro, de Oxfam Intermón, es la “necesidad de crear fondos más flexibles, más rápidos” para responder al actual contexto de crisis humanitarias, que no sólo cambian en cuanto a su naturaleza (conflictos armados, desastres naturales, crisis de refugiados) sino que también se alargan en el tiempo. “Hasta ahora la media de tiempo que un desplazado tardaba en regresar a su hogar era 17 años, pero vemos que ese periodo crece. Por ejemplo, los refugiados somalíes en Kenia llevan allí 25 años, de ahí que se haga necesario unir la ayuda humanitaria de emergencia a la ayuda al desarrollo”, relata San Pedro. Ello implicará, entre otras cosas, que instituciones internacionales de crédito, como los bancos de desarrollo o el Banco Mundial, pasarán a implicarse más en la ayuda humanitaria.

No hay dinero ni para ayuda, ni para cooperación al desarrollo ni para prevenir el cambio climático

En Estambul, 21 de los principales donantes del mundo —entre los que se encuentran EEUU, la Unión Europea, Reino Unido, Japón o Arabia Saudí— y 16 agencias receptoras de su ayuda —en su mayoría dependientes de la ONU— se comprometieron a los principios del Grand Bargain. Canadá llegó a la Cumbre Humanitaria con 274 millones de dólares extra para los próximos cinco años. Los Gobiernos de Noruega y Alemania acordaron elevar en un 30% su contribución a la financiación de la ayuda humanitaria. España también lo hará, según dijo a la prensa el ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, aunque sin especificar la cuantía: “El compromiso del Gobierno español dependerá de las necesidades que fije la organización en su conjunto. Ahora es prematuro para hablar de cantidades pero hemos expresado la voluntad de asumir la parte que nos corresponda”.

Sin embargo, un alto cargo de Naciones Unidas reconocía en privado a este medio que es muy difícil esperar más contribuciones de los Estados: “No hay dinero ni para ayuda, ni para cooperación al desarrollo ni para prevenir el cambio climático. Todos los países están en medio de una política de restricción del gasto”.

Así que el otro aspecto donde incidir para eliminar este déficit de financiación es en recortar los costes, por ejemplo, reduciendo el papeleo burocrático y uniformando los procesos. Según Georgieva, cerca de un 15% de la ayuda humanitaria se va en costes administrativos, por lo que disminuyendo este gasto ligeramente bastaría para ahorrar cada año 1.000 millones de dólares que podrían dedicarse a otras cuestiones más urgentes.

Un 25% de la ayuda se deberá entregar a organizaciones locales de la sociedad civil

Dentro del medio centenar de compromisos que adoptarán los suscriptores de este acuerdo se encuentra también el de la transparencia y todos los actores implicados deberán hacer públicos sus datos en un formato común para 2018. “No es una cuestión sólo de rendir cuentas ante los contribuyentes de nuestros países —arguyó la ministra holandesa de Comercio Exterior y Ayuda al Desarrollo, Lilianne Ploumen— sino de que los propios refugiados o recipientes de la ayuda sepan en qué la empleamos”.

Además, según anunció David Miliband, presidente de International Rescue Committee, durante la Cumbre de Estambul se pactó que para 2020 al menos un cuarto de la asistencia humanitaria se hará en dinero en efectivo. Esto también podría suponer un ahorro ya que mover toneladas de bienes humanitaria tiene un alto coste añadido. “La financiación es uno de los principales objetivos (de la Cumbre de Estambul) porque siempre tenemos problemas. Normalmente sólo logramos movilizar recursos para cubrir unos dos tercios del total de necesidades —asegura el portavoz del Programa Mundial de Alimentos, Gerald Bourke—. Pero no se trata sólo de incrementar los fondos sino de reducir los costes y explorar nuevas formas de financiación”.

En este sentido, también se ha acordado que un 25% de la ayuda se deberá entregar a organizaciones locales de la sociedad civil, reduciendo así el papel de las agencias internacionales y restringiendo en cierto modo el número de personas que son enviadas como voluntarios o trabajadores humanitarios desde los países desarrollados a los lugares en crisis. “Es la gente del lugar la que conoce lo que ocurre y deben ser ellos quienes dirijan la ayuda”, sostiene Bourke.

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