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Tribuna
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De la crisis al desarrollo

Las intervenciones humanitarias deben tener un impacto a largo plazo sobre los beneficiarios

Un proyecto para instalar un sistema de regadío en Etiopía.
Un proyecto para instalar un sistema de regadío en Etiopía.©FAO (Tamiru Legesse)

Los desastres y los conflictos causan, cada vez con mayor frecuencia y magnitud, incalculable sufrimiento humano en muchas partes del mundo. Se trata de fenómenos tan distintos como el tifón Haiyan, el ébola o la guerra civil en Siria, por nombrar sólo algunos de los más recientes.

Necesitamos más esfuerzos concertados para poner fin a los conflictos, aliviar el sufrimiento y reducir las condiciones de riesgo y vulnerabilidad a las que se enfrentan millones de personas, la mayoría de las cuales son pobres y viven en zonas rurales y marginadas de los países en desarrollo.

Este es, en esencia, el objetivo de la Cumbre Humanitaria Mundial convocada por el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Se trata de aprovechar el impulso que concede una serie extraordinaria de compromisos de la comunidad internacional.

La reciente adopción de un programa de desarrollo sostenible para acabar con el hambre y la pobreza y para "no dejar que nadie quede atrás", un acuerdo universal sobre el clima y un nuevo marco para reducir los riesgos de desastres y mejorar la resiliencia, son pasos importantes en la buena dirección.

Pero hay que ir mucho más allá y transformar radicalmente la forma en que percibimos e implementamos los esfuerzos humanitarios. Las crisis no son sólo situaciones de emergencia humanitaria. Muchas son también negligencia y falta de desarrollo y, como tal, no pueden resolverse solo con acción humanitaria.

“Hay que transformar radicalmente la forma en que percibimos e implementamos los esfuerzos humanitarios”

En términos prácticos esto significa ir más allá de responder con medidas de alivio de corto plazo, e invertir mucho más en la lucha contra las causas profundas de las crisis. Significa aumentar la resiliencia y el fortalecimiento de los medios de vida de las personas de manera que no sólo impulsen la recuperación de la guerra, las enfermedades, inundaciones y otras perturbaciones, sino que también ayuden a reducir el impacto de estas crisis y, cuando sea posible, evitar que se produzcan.

La agricultura y el desarrollo rural son clave para ese fortalecimiento de los medios de vida de los más vulnerables, entre ellos millones de agricultores familiares de pequeña escala que son responsables de la producción de una parte importante de los alimentos del mundo.

Y son ellos los que están en mayor riesgo. Cualquiera puede ver el daño. Los fenómenos meteorológicos extremos, tales como las asociadas con El Niño causan estragos en amplias franjas de las zonas rurales del mundo en desarrollo, las enfermedades animales interrumpen las cadenas alimentarias y las guerras obligan a millones de personas a abandonar sus hogares, campos y ganado y convertirse en migrantes a una escala nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial.

Mientras tanto, el sector agrícola, que se lleva casi el 22% de los daños y pérdidas causados por desastres naturales y hasta 85% en caso de sequía, recibe, de media, menos del 4% del total de la ayuda humanitaria. Son datos bastante gráficos de la brecha que hay entre las necesidades y la magnitud de la respuesta.

En este contexto, es fundamental subrayar que invertir en los medios de vida no es sólo lo justo que podemos hacer, sino que también tiene sentido desde el punto de vista de coste-eficacia, ya que ayuda a combatir las causas fundamentales de los conflictos, reducir el impacto de los choques futuros y evitar una profundización de las vulnerabilidades y la continuación de un círculo vicioso. Ampliar el acceso a los sistemas de protección social es crucial para apuntalar la capacidad de recuperación en la respuesta humanitaria y también en el desarrollo.

En el caso de fenómenos naturales, es de cuatro a siete veces más rentable invertir en la reducción del riesgo de desastres que depender de la respuesta de emergencia. Sin embargo, solo el 0,4% de la ayuda oficial al desarrollo se gasta en esa prevención.

Por otra parte, en los conflictos armados y las crisis prolongadas, la protección, el ahorro y la reconstrucción de los medios de vida agrícolas para salvar vidas y crear las condiciones para la resistencia a largo plazo es un paso fundamental para garantizar la paz y la estabilidad. Sin embargo, demasiado a menudo se pasa por alto el papel del sector agrícola en las crisis y no se hacen las inversiones necesarias.

“La importancia del sector agrícola en las crisis humanitarias se pasa por alto demasiado a menudo”

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) proporciona asistencia humanitaria y para el desarrollo. Creemos firmemente en dar máxima prioridad a la alerta temprana, la prevención y la preparación para salvaguardar los medios de vida, especialmente en las zonas rurales. Hay muchas evidencias en todo el mundo de los beneficios de este enfoque y de cómo reduce la necesidad de intervenciones de emergencia.

De manera más general, hemos observado cómo la inversión en la agricultura ayuda a fortalecer la autosuficiencia y la dignidad de las comunidades rurales vulnerables reduciendo la necesidad de asistencia alimentaria. Nos hemos dado cuenta de que 200 dólares de apoyo permiten que un agricultor sirio produzca dos toneladas de trigo, suficientes para alimentar a una familia de seis personas durante un año y proporcionar semillas para la futura siembra. Esta es una fracción del coste económico de la ayuda alimentaria, por no hablar de los dramáticos costes humanos.

Si queremos hacer frente a las crecientes necesidades humanitarias tenemos que ir más allá de lo que solemos hacer y gestionar las crisis de manera diferente. Tenemos que reconocer que las intervenciones deben tener un impacto a largo plazo sobre los beneficiarios, especialmente los de las zonas rurales, y actuar en consecuencia. Es la única manera para asegurar que nadie se quede atrás.

Jose Graziano da Silva es director general de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)

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