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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los ejemplos de Podemos

Pablo Iglesias asume para sí la gestión ajena para tapar errores propios

Pablo Iglesias (derecha) se emociona al encontrarse con Julio Anguita, exdirigente de Izquierda Unida, el 13 de mayo de 2016.
Pablo Iglesias (derecha) se emociona al encontrarse con Julio Anguita, exdirigente de Izquierda Unida, el 13 de mayo de 2016. Rafa Alcaide (Efe)

Pablo Iglesias es rápido asumiendo para sí los éxitos ajenos, a fin de tapar los fracasos propios. Cuando su partido entra en barrena en las encuestas, se coaliga con IU, a la que antes denigró por anticuada y sesgada. Cuando algunos de sus prematuros candidatos a ministros se evaporan (la juez Victoria Rosell) o son contestados por las bases de su circunscripción (el militar Julio Rodríguez), Iglesias echa mano de las populares —aunque también contestadas— alcaldesas Ada Colau y Manuel Carmena, entre otros regidores. Y asegura que ellas acreditan a Podemos como fuerza de gobierno.

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El salto dialéctico es abusivo, pues, aunque impulsadas por él, no pertenecen al partido. Que es, en cambio, directo responsable de los peores episodios de Madrid, con las crisis de la concejalía de Cultura, las peripecias judiciales de la portavoz y la sesgada política informativa, solo corregida in extremis. Y si el balance de ambas alcaldesas fuese tan inequívoco, ¿por qué no postular ese perfil para su pretendido Gobierno, en vez de a personas como él mismo, carentes de cualquier experiencia de gestión?

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Por desgracia no es así. Carmena y Colau han mejorado en estilo y accesibilidad; han perseguido la corrupción (pero no el amiguismo); han respetado cierta ortodoxia presupuestaria (controlada por la Ley de Estabilidad) y han querido justificar prioridades sociales y urbanísticas, aunque sin generar alternativas claras.

Y han incurrido en errores como el recelo inicial al congreso de telefonía móvil o la deficiente gestión del orden público, manteros y guardias (Barcelona) o el ataque a los medios (Madrid). Son errores corregibles —y en algunos casos, corregidos—, sí, pero eso requiere tiempo, aprendizaje y voluntad de consenso.

Aunque inconveniente, la lentitud en rellenar esos requisitos no ha sido hasta ahora catastrófica para las dos capitales: aún siendo abiertas, no se lo juegan todo en el escenario global, como sucede con el Gobierno de un Estado. España no puede permitirse aficionados a la griega gestionando sus presupuestos en Bruselas o una grave crisis de seguridad. Hay que llegar aprendidos. Y con la humildad de la que carecen algunos.

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