Hay motivos para celebrar
En el ámbito agrícola, a pesar de la desaparición de semillas, aún hay opciones para conservarlas
Este 22 de mayo, coincidiendo con el día mundial de la diversidad biológica, abrirá sus puertas en Roma la famosa rosaleda municipal. El recinto alberga más de cien variedades de rosas traídas de todo el mundo, que compiten para conseguir el premio anual. Son rosales que nos regalan flores de los colores y tamaños más insospechados, desde aquellas que perfuman mucho a aquellas que nos sorprenden por su aspecto y belleza, rosas antiguas y variedades modernas, autóctonas y de países lejanos. Un verdadero regalo para los sentidos.
A pocos metros de allí, también frente al Palatino romano, la FAO (agencia de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura) celebra también la biodiversidad. En este caso, la agrícola. Es sorprendente que no sea una de las primeras ideas que nos pasa por la cabeza cuando hablamos de proteger y usar la biodiversidad. Con demasiada frecuencia pensamos que la agricultura es un enemigo de la vida silvestre y la naturaleza.
Pero de hecho, no hay pérdida con mayor impacto para la humanidad que la de nuestros cultivos, porque nuestra propia supervivencia está en juego. Entre nuestras principales preocupaciones debería de figurar siempre la comida que ponemos en nuestro plato cada día. Y también saber de dónde vendrá en el futuro.
Con todo, este 22 de mayo es un día para festejar. A pesar de la pérdida alarmante de especies de plantas y animales que hemos sufrido en el último siglo, también hemos aprendido a conservar, usar y transmitir a las generaciones futuras el importante legado de las semillas.
Durante milenios, los seres humanos hemos dependido de la existencia de unas 10.000 especies de plantas para la alimentación. Pero gran parte de esta diversidad se ha ido perdiendo y ahora dependemos de solo unas 150. Y aunque pueda parecer extraño, son solo cuatro de ellas —el arroz, el trigo, el maíz y las patatas— las que nos proporcionan alrededor del 60% de las calorías que obtenemos de las plantas.
Los peligros de depender de una cesta tan pequeña de cultivos se ilustran con la amenaza que pende sobre el plátano Cavendish. Es una variedad de plátano de gran tamaño que normalmente encontramos en el supermercado de la esquina, y que representa alrededor del 47% del mercado mundial de este producto. La enfermedad de Panamá, provocada por un hongo que ataca a la raíz de la planta —ante la que ya sucumbió en los años cuarenta y cincuenta la variedad de banano Gros Michel— ha desarrollado una nueva cepa, más letal que las anteriores. Si queremos que este y otros cultivos sobrevivan y prosperen necesitamos proteger la actual diversidad de plantas y semillas.
El cambio climático perjudica a la biodiversidad agrícola en muchos casos. Plagas y enfermedades provocadas por las sequías o las inundaciones amenazan las variedades de alimentos básicos tan comunes como el arroz y el trigo y también ponen en jaque a otras plantas silvestres emparentadas. Se trata de variedades que en su material genético atesoran propiedades potencialmente útiles, si no vitales, para la mejora de nuestros cultivos.
La diversidad agrícola es un recurso global precioso que goza de una alta demanda pero, al igual que muchos otros recursos naturales, no se distribuye de manera uniforme a través de nuestras fronteras.
Algunos de los cultivos y de los rasgos más valiosos se encuentran en los campos de pequeños agricultores en las zonas más pobres del mundo. Maní, frijoles, lentejas, guisantes y ñame, alimentos básicos para millones de personas, reciben todavía poca atención de los investigadores agrícolas.
Los consumidores e investigadores de todo el mundo se benefician del trabajo de agricultores locales e indígenas que durante generaciones han conservado y adaptado sus cultivos
Los consumidores e investigadores de todo el mundo se benefician en este sentido del trabajo de agricultores locales e indígenas que durante generaciones han conservado y adaptado sus cultivos tradicionales —con sus peculiares propiedades— en sus comunidades. Muchas de estas semillas nos darán más opciones para adaptar los cultivos a las condiciones cambiantes de la producción agroalimentaria.
Pero además de tener acceso a las semillas de cultivos de otros lugares, es igualmente importante que las redes más pequeñas de agricultores y de mejoradores de cultivos también tengan acceso a su conocimiento asociado. Solo así podrán continuar con su inestimable trabajo de mejora en finca, cada uno en las diversas condiciones naturales de sus campos.
No estamos hablando de los esfuerzos para el desarrollo de un champú con un nuevo aroma de fantasía, ni de una loción milagrosa crecepelo, ni de un nuevo aceite industrial. Se trata de lo que ponemos en nuestras mesas y nuestros estómagos cada día. Solo en los últimos seis años el tratado internacional de las semillas de la FAO (TIRFAA) ha ayudado a casi 700.000 agricultores a través del patrocinio de 61 proyectos en 55 países por valor de 20 millones de dólares.
Por eso, a pesar de la desaparición continua de las semillas de muchos de esos campos y de nuestras mesas, este 22 de mayo todavía podemos celebrar la biodiversidad agrícola con esperanza. Esperanza porque tenemos opciones y experiencias interesantes para conservarla, usarla de forma inteligente y sostenible y para dejar un legado fabuloso a las generaciones futuras.
Francisco López es especialista en la distribución de semillas y en el uso sostenible de recursos agrícolas en la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
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