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Tribuna
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El político no viste de Prada

Ser de derechas o de izquierdas en nuestro país implica asumir un conjunto casi inamovible de premisas, mientras que en otros países de Europa existe una mayor permeabilidad práctica entre ambas orillas ideológicas

Víctor Lapuente
ENRIQUE FLORES

 Los españoles simplificamos la política a una sola dimensión. Si eres de izquierdas y quieres que el Estado intervenga en la economía, también estás a favor del derecho al aborto, la inmigración, la igualdad de género y los derechos civiles. Si eres de derechas, no sólo deseas un menor peso del Gobierno en la economía, sino también defiendes unos valores socioculturales más tradicionales.

Mientras en España existe una “super-dimensión”, en otros países la política se dirime en dos ejes. La división económica (izquierda versus derecha) y la división cultural (libertarios versus tradicionalistas). En general, estas dimensiones están relacionadas y los partidos económicamente de izquierdas tienden a ser algo más liberales en aspectos culturales. Pero pocos países tienen una superdimensión tan nítida como España. Sus geografías políticas son más complejas y menos frentistas. Por ejemplo, tienen partidos mixtos que son de derechas en lo económico, pero liberales y cosmopolitas en lo cultural. Además, pueden permitirse las grandes coaliciones a las que somos tan alérgicos aquí porque sus partidos socialdemócratas y conservadores tienen diferencias económicas pero, socioculturalmente, son vecinos.

¿Por qué los españoles somos más simplones? La razón no se encuentra en nuestra cultura o religión. Hay países católicos, como Irlanda o Bélgica, que tienen una fauna política tan diversa como la de los países protestantes. La causa histórica hay que buscarla en los habilidosos políticos de nuestro pasado, que fueron capaces de forjar una dimensión política a la que las generaciones posteriores se han ido adaptando.

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Viajemos al siglo XIX. En sociedades como España o Francia, los emprendedores políticos liberales encontraron en la poderosa Iglesia a la “casta” (o al “Ibex35”) perfecto para movilizar a sus seguidores. De forma simétrica, y sin meternos en quién lanzó la primera piedra, los políticos conservadores utilizaron la cruzada religiosa (en algunos casos en sentido literal) para cohesionar a los suyos.

Cuajó así una dimensión política —anticlericalismo progresista frente a clericalismo conservador— con un enorme magnetismo. Cada movimiento político que ha surgido en décadas posteriores ha quedado atrapado por él, con los partidos situándose en algún punto de esa línea que va de la izquierda económica y el liberalismo cultural a la derecha económica y el tradicionalismo cultural. Una implicación es que, cuanto más de izquierdas eres en el sentido económico, más liberales deben ser tus valores culturales, y viceversa. Otra consecuencia de esta “superdimensión” es que las fórmulas híbridas fracasan, como atestiguan los intentos de crear partidos económicamente de derechas y culturalmente liberales, de la Operación Roca a UPyD.

Nuestra visión económica entraña una visión cultural. E incluso una estética, como ponen de manifiesto las cíclicas contraposiciones de indumentarias políticas tan propias de nuestra historia: del calzón corto frente a levita en los tiempos de Joaquín Costa a las camisetas frente a las corbatas en esta legislatura. En España nos es más difícil empatizar con los adversarios políticos porque nos separan más cosas de ellos.

Nuestra visión económica entraña una visión cultural e incluso una estética

La superdimensión ejerce un fuerte magnetismo sobre cualquier nueva divisoria política. Como han subrayado los politólogos Jan Rovny y Jonathan Polk, el mapa político europeo es tremendamente estable dentro de cada país. Cambian las siglas, pero, para sobrevivir en un entorno mediático moldeado por unas cosmovisiones definidas, los partidos acaban mimetizando las posiciones de sus predecesores. Y en el caso español eso quiere decir que, si eres de derechas, adoptas valores tradicionalistas; y, si eres de izquierdas, liberales.

¿Han alterado los partidos de la nueva política esta tendencia? Podemos titubeó mucho. Por una parte, jugó a postularse como un partido culturalmente liberal pero que no fuera de izquierdas ni de derechas. Por otra, quiso seguir la vía de Syriza y de los populismos latinoamericanos: económicamente de izquierdas, pero culturalmente nacionalista y euroscéptico (cuando pedían que España no fuera una “colonia de Alemania” y apelaban al patriotismo).

Pero han llegado a la conclusión de que abrazar con fuerza el tablero es más fructífero que romperlo. Podemos (con sus confluencias) se ha asentado en la casilla contigua al PSOE: económicamente un poco más de izquierdas y culturalmente un poco más liberal. A la sombra del PSOE y preparados para desbancarlos con un programa parecido pero algo más picante. Como, por ejemplo, ha hecho ya Barcelona en Comú, que no sólo ha reclamado la herencia de Maragall, sino que ha absorbido a gran parte de la intelligentsia del PSC.

Necesitamos partidos que se atrevan a navegar entre esas dos orillas tan alejadas

Ciudadanos es el partido nacional más misterioso. Mantienen una posición ideológica históricamente suicida en España: de derechas en economía pero liberales en valores. En algunos asuntos, como inmigración o igualdad de género, parecen caer en la tentación conservadora. Pero, al menos en parte, es porque todos los estamos empujando en esa dirección. No entra en nuestra mentalidad política simplista un espécimen complejo como Ciudadanos y aprovechamos cualquier excusa para convertirlos en lo que esperamos de un partido económicamente de derechas: que sea reaccionario en valores. Asumimos que tienen que ser la sombra del PP. Su marca blanca. Sin embargo, los datos indican que, de momento, Ciudadanos resiste como el partido más alejado de la superdimensión política. Nuestro partido más protestante.

El magnetismo de la superdimensión también ha afectado a los partidos nacionalistas. PNV y CiU han tenido éxito cuando han sido moderadamente de derechas y moderadamente conservadores en valores. En una posición intermedia entre el PP y el PSOE. Incluso su nacionalismo se ha basado más en el localismo y el respeto a las tradiciones que en la autodeterminación y la ruptura. Cuando se han salido de su casilla en la superdimensión, emprendiendo el viaje a Ítaca (que un partido nacionalista de izquierdas puede permitirse más fácilmente porque son percibidos como libertarios), se han extraviado. Será interesante seguir el proceso de refundación de Convergència-Democracia i Llibertat en los próximos meses: ¿volverán a su posición o se adentrarán, como Ciudadanos, en la inhóspita senda del liberalismo social de derechas?

Ojalá se atrevan. Porque, para superar el enroque en el que se ha metido la política española, necesitamos varios partidos dispuestos a romper con la superdimensión. Partidos que se atrevan a navegar entre esas dos orillas tan alejadas en las que se ha convertido la política española. Ganaríamos en riqueza política. Y de vestuario.

Victor Lapuente Giné es profesor de ciencias políticas de la Universidad de Gotemburgo.

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