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Columna
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Las cosas importantes y urgentes

Algunos políticos parecen no darse cuenta de la urgencia de algunas situaciones

Soledad Gallego-Díaz

Muchos políticos pregonan la diferencia entre lo urgente y lo importante y se atribuyen la capacidad para separar las dos cosas, sin dejarse abrumar por las presiones de los ciudadanos, siempre ansiosos con lo urgente e incapaces de apreciar lo realmente importante. Es posible que existan muchos ejemplos de esa habilidad, pero debe haberlos también de lo contrario: la incapacidad de algunos políticos de darse cuenta de que la urgencia de algunas situaciones es lo realmente importante.

Aplicado a la situación política española, no sería difícil encontrar los dos ejemplos: ciudadanos que creen que era urgente formar un Gobierno que empezara a revertir de manera inmediata los peores efectos de las actuales políticas sociales y económicas y políticos que creen que no pasa nada por mantenerlas en el tiempo, mientras encuentran un mejor escenario para sus propias necesidades. Ciudadanos que se desesperan viendo cómo pasan los meses sin que su voto se traduzca en un cambio de políticas y que sufren directamente sus consecuencias, con empobrecimientos que van royendo el ánimo hasta los huesos.

El protagonismo lo tienen tres partidos, PSOE, Podemos y Ciudadanos, que no han sido capaces de celebrar más que una reunión conjunta. A la espera, también sin prisas, mejor dicho, paralizado, está el PP, responsable de esas políticas que una mayoría de los ciudadanos rechaza, agradablemente sorprendido con la idea de que quizás logre que se sostengan en el tiempo por arte de birlibirloque.

En medio del escenario, Pedro Sánchez, el candidato del PSOE, probablemente el político más presionado de España

El fracaso de PSOE, Podemos y Ciudadanos no tendrá fácil explicación y los ciudadanos buscarán responsables. Podemos apostó por forzar nuevas elecciones, quizás con la idea de lograr el sorpasso socialista si se une a IU. Su insistencia formal en un pacto con el PSOE apoyado por los grupos independentistas catalanes fue perfectamente estéril desde el primer momento. Lo más que llegaron a elucubrar algunos socialistas fue en un referéndum de reforma constitucional y, sólo en el caso de que esa reforma se rechazara en Cataluña, a estudiar otro tipo de consulta. Ciudadanos, por su parte, pudo representar el primer intento serio de crear en España una nueva derecha liberal, la novedosa posibilidad del romper el monolítico bloque conservador que supone el PP. Pero Albert Rivera tuvo más interés en cambiar al PP que en cambiar España.

En medio del escenario, Pedro Sánchez, el candidato del PSOE, probablemente el político más presionado de España. Su propuesta ha fracasado y con ella, él mismo, pero al menos se podrá pensar que intentó por primera vez una ruptura del esquema político bipartidista español. Y que no tuvo la ayuda de una parte de su partido que piensa en lo “importante” (salvar el bipartidismo) y se toma las cosas con calma. Mientras Sánchez hacía sus últimos envites, Susana Díaz pasaba tres días en Madrid hablando de la Secretaría general del PSOE y de los tiempos, ese concepto que enloquece a los estadistas. ¿Qué será mejor? ¿Presentarse como candidata a la presidencia del Gobierno, con la convicción de que el PP puede repetir resultados y quizás dar paso a la gran coalición? Ya se sabe que Alfredo Pérez Rubalcaba opina que si los electores vuelven a situar al PP como primera fuerza, querrá decir que lo han “indultado”, al PP y a su corrupción. El inconveniente es que eso exigiría dejar en la Junta a un vicepresidente “en funciones”. ¿Quizás sería mejor otro candidato, que prometa no ocupar la secretaría general? Díaz cree que puede compatibilizar su actual cargo con Ferraz. ¿Y quién ha dicho que no se puede ejercer la función de portavoz del PSOE desde el Senado, y no desde el Congreso? Los políticos piensan en esas cosas tan importantes. Los ciudadanos se conforman con las urgentes.

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