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Quiero ser Bowie para no ser como tú

Los apasionados seguidores del mito del pop han pasado durante décadas la ITV para poder seguir a su dios. Un libro de fotos lo demuestra

Todas las imágenes de este artículo son de seguidores de David Bowie en el Manchester de 1984. Pertenecen al libro 'The bag I’m in: Underground music and fashion in Britain 1960-1990' (Cicada Books), de Sam Knee.
Todas las imágenes de este artículo son de seguidores de David Bowie en el Manchester de 1984. Pertenecen al libro 'The bag I’m in: Underground music and fashion in Britain 1960-1990' (Cicada Books), de Sam Knee.

“Tienes a tu madre hecha un lío/ No está segura si eres un chico o una chica”. Cuando en 1974 David Bowie (que falleció el pasado 10 de enero a los 69 años) cantaba estos versos de la canción Rebel rebel, todos lo siguieron. Ellos se calzaron unas plataformas plateadas y ellas se pintaron un rayo atravesando su cara en diagonal. En una Gran Bretaña de cortes energéticos, atentados del IRA, uniformes tejanos de machirulo y rock progresivo, hacerlo era lo más parecido a salir de Kansas en blanco y negro para llegar a un Oz en tecnicolor.

Las calles se habían llenado de Bowie kids desde que el 6 de julio de 1972 un alienígena con el pelo en llamas y un mono dorado y azul apareciera en el programa Top of the pops interpretando Starman: “Tenía que llamar a alguien, así que te elegí a ti”, cantó señalando la cámara. Y en ese “a ti” se identificaron miles de fans que procedieron a robarle la sombra de ojos a su madre, pedir prestado el abrigo de astracán a la tía abuela, cortarse el pelo con el cuchillo de pelar patatas y afeitarse las cejas. No es que les gustara Bowie, ni siquiera que quisieran acostarse con él: lo que querían (ellos y ellas) era ser él para no ser como los demás.

A todos esos adolescentes les gustaba Bowie, pero a Bowie le gustaba todo. Así que los Bowie kids tuvieron que pasar la ITV anualmente con cada nuevo look de su ídolo, ahora fascinado por la estética del cabaret berlinés de los años treinta; ahora chiflado por el look soulboy, los trajes color mostaza de gánster y los violines del sonido Philadelphia; ahora obsesionado por el teatro japonés y la ciencia ficción. Porque Bowie, como se explica en la biblia sartorialista The look, de Paul Gorman, renovó su armario tanto con el sastre Freddie Burretti (con el que imaginó a Ziggy Stardust) como con las formas fantasiosas de los diseños de Kansai Yamamoto (plataformas de vinilo rojo y kimonos de satén).

Los fans de Bowie se vieron abocados a actualizarse más que el sistema operativo de un iPhone

Emular a Bowie no es imitar a Bruce Springsteen. Los fans de Bowie se vieron abocados a actualizarse más que el sistema operativo de un iPhone, con resultados algo pésimos en las etapas más lunáticas y sofisticadas de su dios, pero vivieron como suya la influencia total (especialmente estética) de Bowie en la primera ola del punk, en el postpunk industrial alemán, en el futurismo tutti frutti de los nuevos románticos, y hasta en los titubeos menos cenizos de los góticos.

Él había tardado casi una década en convertirse en una estrella mundial, pero como dice Charles Dickens en Historia de dos ciudades: hace falta mucho tiempo para que se forme un rayo, pero luego cae en un segundo. Y entonces arrasa con todo, enciende y calcina por igual. Cuando a Bowie le llegó la fama, ese rayo en la cara, su imagen para el disco Aladdin Sane, se convirtió en el símbolo definitivo y memorable que se asociará a todo su omnívoro estilo.

Los mitos se perpetúan gracias a fogonazos y señales así. Esa imagen icónica aparece en la novela Stone Arabia, de Dana Spiotta, en un pastel casero de cumpleaños, pero también en el póster de la exposición que el Victoria & Albert de Londres le dedicó y sobre todo en las caras de millones de fans iluminados de 1974, 1984, 2015 y 3184.

 

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