Despacio, que tengo prisa
Quizá un mero pacto de investidura no baste para augurar un Gobierno sólido y un cuatrienio estable
Vísteme despacio, que tengo prisa.
Tenemos prisa de que haya Gobierno. Y de que afronte cuatro deberes urgentes: suturar la brecha social; encauzar la cuestión catalana; aprovechar los vientos de cola económicos exteriores (petróleo y euro baratos). Y negociar con Bruselas, cuanto antes, desde la solidez, la senda de reducción del déficit. Pues es mejor ajustar en nueve meses que en seis o en tres.
Hemos perdido mes y medio —esta vez sí— desde el 20-D. Pero solo podemos considerar ese plazo como lo que en economía se denominan costes hundidos, los soportados en el pasado pero que son irrecuperables. Por eso mismo no hay que precipitarse, sería inútil, a recuperarlos. Claro que es esencial minimizar los costes prospectivos, a futuro. De forma que debe imprimirse la máxima rapidez posible, sin perder un minuto, a las negociaciones para fraguar una investidura y un Gobierno.
Obviamente, dentro de esa velocidad imprescindible será muy útil cumplimentar la antigua paradoja vísteme despacio, que tengo prisa. Despacio no significa en este caso lentamente. Sino concienzudamente, con extremada seriedad, con sobreesfuerzo, mimando la calidad del proyecto.
Así que para afrontar bien las cuatro tareas urgentes, hay que hacerlo muy bien. Quizá un mero pacto de investidura —siguiendo, por ejemplo, la conseja felipista a PP y PSOE de que practiquen el desestimiento de bloquear la candidatura rival— no baste para augurar un Gobierno sólido y un cuatrienio estable. Que son, ambos, necesarios: en nuestro bien (para reformar), ante Europa (para volver) y frente a los mercados (para refinanciarse). Habría que completarlo con un acuerdo de legislatura detallado, milimetrado, puntillista.
Mejor aún sería un Gobierno de coalición. Porque tiene más peso y representatividad a la hora de afrontar retos picudos. Y capacidad de interlocución hacia afuera.
Pedro intenta, agudo, algún tipo de pacto (ojalá de coalición), primero con Albert y con Pablo: el más difícil. Si no sale, queda en la recámara otro (quizá el más rotundo), con Soraya y con Albert. A ser (los tres) presididos por un tercer hombre —perdonen la insistencia— de centroizquierda, aceptable por todos, de relieve europeo, como Javier, o Joaquín. No sé si hay más nombres.
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